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Full text of "Tiempo De Historia 088 Año VIII Marzo 1982"

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ANO Vil 
NUM. 82 
150 PESETAS 












































































































































Escaneo original: http://www. tiempodehistoriadigital.com/ 
Digitalización final en .pdf: http://thedoctorwhol967.blogspot.com.ar/ 



AÑO Vil • NUM. 82 • SEPTIEMBRE 1981 • 150 PESETAS 



PORTADA: Indalecio Prieto y Tuero 
( 1883 - 1962 ), Su personalidad, el talento 
y la clarividencia que demostró antes, 
durante y después de nuestra guerra el* 
vil, quedan reflejados en esta sem¬ 
blanza biográfica. (Indalecio Prieto, 
cuadro de Vázquez Díaz. Cortesía def 
Ministerio de Hacienda. Madrid). 



MONTSERRAT,TRAS LAGUERRA CIVIL* 
Las vicisitudes por las que pasé la Igle¬ 
sia española queda airctooUzada por el 
coraje cívico e Independencia aciesia! 
délos abades de Montserrat, frente a la 
Dicta dura del gen eral Franco. (Monaste¬ 
rio de Montserrat). 


© TIEMPO DE HISTORIA 1980, 
Prohibida la reproducción de textos, 
fotografías o dibujos, ni aun citando 
su procedencia. 

TIEMPO DE HISTORIA no devol¬ 
verá los originales que no solicite 
previamente, y tampoco mantendrá 
correspondenciasobre los mismos. 



INDALECIO PRIETO, por José Miguel 
Naveros . 4-15 

DEL FERVOR FRANQUISTA A LA RUPTURA: 

MONTSERRAT TRAS LA GUERRA CIVIL, 

por Javier Villán . 16-39 

GLORIAS Y MISERIAS DE LA IMPROVI¬ 
SACION DE UN EJERCITO, por Felipe 

C. R. Maldonado . 40-53 

ALGUNOS APUNTES HISTORICOS: TIROS 
EN EL HEMICICLO, por Carlos Sampe- 

layo . 54-61 

LA DESAMORTIZACION DE 1855: EL 
OBISPO DE OSMA, por Manuel Fernán¬ 
dez Trillo . 62-73 

SALVATORE GIUUANO, UNA LEYENDA 

SICILIANA, por C. A. Caranci . 74-91 

ISABEL PERON 0 LA FRUSTRACION DE 

UN PUEBLO, por Andrés Cañas . 92-101 

GARIBALDI 0 LA EXPORTACION DEL 
ROMANTICISMO, por Nelson Martínez 

Díaz . 102-113 

ESPAÑA 1951: Selección de textos y 
gráficos por Femando Lera y Diego 
Galán .114-125 


HISTORIA CRITICA DE LA INQUISICION 
EN ESPAÑA, por Enrique Mlret Magda¬ 
lena .126-129 


DIRECTOR: EDUARDO RARO TECGLEN, SECRETARIO DE EDITORIAL: GUILLERMO MORENO DE GUERRA, 

CONFECCION: ANGEL TROMPETA, EDITA; PRENSA PERIODICA, S. A. REDACCION: Plaza del Conde del Valle 
deSuchilf, 20. Teléfono 447 27 00, MADRID-15. Cables: Prensaper. ADMINISTRACION: CEMPRO. Fuencarra!. 96. 
Teléfono 221 29 04-05, MADRID-4. PUBLICIDAD: REGIE PRENSA, Joaquín Moreno Lago, Rafael Herrera, 3, 1.° A. 
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y 218 41 71, BARCELONA-12. DISTRIBUCION: Marco Ibérica. Distribución de Ediciones, S. A. Carretera de Iriin, Km. 
13,350, MADRID-34. IMPRIME: Editorial Gráficas Torraba. Polígono Industrial Cobo Calleja, Fuenlabrada (Madrid). 
Depósito Legal: 350 M. 36.133-1974. ISSN 0210-7333. SUSCRIPCIONES: Ver página 130. EJEMPLARES ATRA* 
SADOS-. 150 Ptas. Las peticiones de ejemplares de números atrasados deberán ser acompañadas por su importe en 
sellos de correos. 


3 














































José Miguel 



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P UEDE deshojarse la vida de Indalecio Prieto y lucro si¬ 
guiendo la línea de los años , cronológicamente, o siguién- 


M guiendo la línea de los años , cronológicamente, o siguién¬ 
dole en cualquier momento de su actividad política , periodística 
o humana. La anchura del personaje—no nos referimos a la física , de 
viciados kilos ágiles de movimientos — es jal que nos da su dimensión 
psicológica día a día y hora a hora. Está siempre en acción y en su vida 
no hay lagunas de descanso. Cuando no escribe hace política y cuando le 
toca parar para reparar fuerzas se agita viviendo ese descanso. Es una 
convulsión todo él y no repara en gastar energías ni seguir ningún 
método. Se compromete en todo y con todo se apasiona. A la amistad no 
le pone limitaciones y se entregó a ella con pasión y desinterés sin 
miramientos sociales. Y si tiwo que rectificar errores lo hizo sin limita¬ 
ciones de ningún genero. 


















dÍjCE gran cinta de medir tuvo para los 
[■Ej hombres, iguai daba que fueran de su 
ideología que de la contraria! Claro que 
siempre miraba y se detenía en el valor hu¬ 
mano de la persona. En el artículo «El cerco 
de la fe», publicado el 27 de febrero de 
1957 (1), nos habla de una madre , Cecilia 
Gallarzagoitia, que «venía de recorrer tie¬ 
rras por lasque anduvo Francisco de Javier v 
donde las mercedarias de Bérriz tienen mi¬ 
siones: conforme pronto puede comprobar, 
era una mujer excepcional, dotada de gran 
inteligencia, de espíritu finísimo y de volun¬ 
tad dominadora». La conoció Prieto en el 
«Normandie» y a través de Ricardo Bastida, 
gran amigo suyo, católico, y al cual parecía 
imposible igualarle en bondad. De ahí que el 
li der socialista —al que se le odió tanto como 
se le admiró, cogió los dos polos— escriba 
con anchura de espíritu: 

«Es impropio de imbéciles no reconoce) en 
campos opuestos al nuestro altas jerar¬ 
quías», 

Y termina el artículo citado, que llevaba 
también el subtítulo «Catequismo»: 

«Hoy me están vedados lodos los sepulcros 
de España. Si alguna vez tengo acceso a ellos, 
iré a depositar ramos de flores sobre algunos. 

(I) Convulsiones de España * 11. Ediciones « Oasis », S./4, 
México, 1969. 


Los que elija para mi ofrenda no pertenece¬ 
rán exclusivamente a personas de izquier¬ 
das. Constituiría ingratitud e injusticia 
grandes de mi parte no visitar el del nobilí¬ 
simo caballero catól ico don Ricardo Bastida. 
Tampoco olvidaría el de la madre Cecilia 
Gallarzagoitia. Si el recinto dentro del cual 
se encuentra es inaccesible para mí, espero 
que alguna de sus discípulas no se nieguen a 
deposii ar en aquella tumba un ramo de cla¬ 
veles que yo le confíe». 

La misma sensibilidad que tiene Indalecio 
Prieto para estos dos muertos, alcanzó a te¬ 
nerla, llevado de la mano del doctor Mara- 
ñón, uno de sus grandes amigos, reconci¬ 
liándose con Ortega y Gasset por el que no 
sentía gran simpatía, escribiendo su artículo 
«En desagravio - José Ortega y Gasset», al 
fallecer éste, donde con sinceridad decía: 



Fachada del Ateneo madrileño. 




5 






















































En el centro de la fotografía. Largo Caballero (sentado, presidiendo la mesa): detrás suyo. Prieto. Besteiro y Fernando de los Ríos, 

durante una reunión del Comité del Partido Socialista, en diciembre de 1933. 


«Con la muerte de Ortega y Gasset, y por 
haber nacido ambos en 1883, he recibido la 
sensación de que ya estamos demás en este 
mundo cuantos somos de su edad, y al ba¬ 
tirse la rama más frondosa v bella del árbol 
que entonces comenzó a arraigar, los recuer¬ 
dos de toda una época, sin duda la más trᬠ
gica de España, se apelotonan en mi magín. 
Si tomo la pluma no es con el propósito de 
resumirlos, sino para anotar algunos en rela¬ 
ción con la ilustre personalidad desapare¬ 
cida y consignar públicamente mi arrepen¬ 
timiento por acritudes de que le hice ob jeto y 
las cuales me fueron perdonadas. Son, pues, 
de desagravio estos renglones míos» (2). 

Observemos cómo Indalecio Pr ieto («don In¬ 
da» para sus corre legionarios socialistas y 
para casi todos los españoles) no era ese león 
que se creían, o hicieron creer, sino un hom¬ 
bre lleno de humanidad, que en ocasiones 
tuvo que ser duro, o más que duro, dado el 
egoísmo y estrechez mental del zafio conser¬ 
vadurismo español. En la perspectiva de la 


(2) Articulo publicado el 9 de no\nanbre de 1955. 


historia, regularmente, el ultra español lleva 
todavía en su mente v en el hueco de su cora¬ 
zón la llama sin apagar de la Inquisición. 

LA DUREZA DEL POLITICO Y SU 
COMPROMISO CON LA VERDAD 

Nació Indalecio Prieto en i 883 en la ciudad 
de Oviedo, y huérfano de padre muy niño, se 
debatió entre la miseria y la ignorancia. Pero 
ya desde sus primeros años aparece en él el 
afán de saber. A los ocho años, enero de 1891, 
se fue a vivirá Bilbao, ciudad que ya tuvo por 
suya, y nada más terminar los estudios pri¬ 
marios se puso a trabajar para «contribuir al 
menguado ingreso lamí liar» —nos dice— «y 
me dediqué a repartir entregas de folletines, 
que lúe mi primera ocupación». Estudió ta¬ 
quigrafía con don Miguel Coloma v a los die¬ 
cisiete años entró de taquígtafo en el diario 
«La Voz de Vizcaya». Con este puesto y afi¬ 
liado al partido socialista desde abril de 
1899, recibió la entrada del siglo XX ejer¬ 
ciendo su oficio. Ovó a través del hilo telefó¬ 
nico la algarabía que reinaba en Madrid, 
dado que el teléfono interurbano estaba ins- 



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¡ecreta el ministro de la Guerra nuevas y trascendentales 
reformas relacionadas con la organización del Ejército 


iprcsión de hs ocho reglones militares.-Supresión de los capitanes generales y abolición del título, honores y pre- 
«ativaí anejos a sus cargos.—Supresión de los Gobiernos militares.—Supresión de la dignidad de capitán general de 
Ejército y de la jerarquía de teniente general.-Se suprimen las yonas de Reclutamiento.—Otras medidas. 


Cabecera del diario madrileño «El Sol»», del 17 de ¡unió de 1931, 


6 







































talado en ¡os bajos de la Equitativa—luego 
Banco Español de Crédito—, a unos metros 
de la Puerta del Sol madr ileña. El lomó las 
noticias con destino al periódico de I de 
enero de 1900. Pasado los años escribió un 
artículo anecdótico titulado «Mi entrada en 
el siglo XX»: 

« En tré en el siglo XX trabajando y al trabajo, 
que sigue siendo mi mayor consuelo, le de- 
dicoahora, en la medida de mis escasas f uer¬ 
zas, el mismo anhelo que por iniciativa de 
tres socialistas españoles plasmó el 31 de 
diciembre de 1899 en la Marsellesa de la 
Paz»... «¿Cuántas ilusiones se me han tron¬ 
chado desde entonces, a lo largo de sesenta 
años? Su enumeración sería interminable. 
Desde luego, pese a tantos v tan sangrientos 
desengaños mantengo una; la de la paz uni¬ 
versal» (3). 

Estos párrafos agudos de Indalecio Prieto 
nos sitúan para verlo tal cual fue y cómo lo 
describe su coetáneo y compañero Santiago 
Arisnea Lecea, a quien el líder socialista en¬ 
cargó la recopilación de su obra esparcida en 
diarios v revistas de México y otros países de 
América v en el semanario «El Socialista», 
editado en Toulouse. 

«El Prieto, socialista y político —dice Aris¬ 
nea—, fue sagaz, tesonero, luchador inlati- 
gable en pos de su idea, exigente consigo 
mismo...». No dejó nunca de pelear v su voz 
se fundió tanto en la plaza publica como en 
los escaños parlamentarios. A Prieto se le 
temió porque no reparó en medios cuando se 
trataba de sacar a la luz la verdad. 

Probando este hecho hay dos intervenciones 
de Prieto, una parlamentaria y otra en el 
Ateneo de Madrid, que retratan su carácter. 
La parlamentaria se refiere al reintegro soli¬ 
citado por las empresas periodísticas para la 
adquisición de papel prensa costeado por el 
Estado que, como decía el propio Prieto, 
«jamás habrían de reintegrar, el Estado cos¬ 
teará la enorme elevación en el precio del 
papel «.Consiguió que la Comisión de Presu¬ 
puestos rechazara la solicitud, de la que era 
miembro, y luego intervino en el Pleno. Su 
actitud le llevó a distanciarse de don Miguel 
Moya, con el que había trabajado en «El Li¬ 
beral», de Bilbao, y a enfrentarse personal¬ 
mente con don forcuato Lúea de Tena, sena¬ 
dor vitalicio, que en virtud de la cortés reci¬ 
procidad entre ambas Cámaras, se sentó entre 


(3/ Articulo: «Hace sesenta años - Mi entrada en el siglo 
XX» (i de febrero de J9ól¡. Recogido De mi vida. Edicio¬ 
nes «El Sitio». México, 1965. 



Indalecio Prieto en una de sus actitudes oratorias. 


los diputados de derechas, acaudillándolos y 
dedicándose a vociferar donde, por razones 
del cargo, estaba obligado a callar. Insulta¬ 
dos los socialistas por éste, Prieto se levantó 
y lo abofeteó. El escándalo fue mayúsculo. 
Los periódicos le declararon el «boicot» a 
Prieto por su actitud sobre el «reintegro del 
papel prensa», recibiendo sus redactores en 
Cortes instrucciones de no citar su nombre. 
Como Prieto diría con sorna: 

«La orden les servía algunas tardes a los in¬ 
formadores de completo descanso, por girar 
la sesión en tomo a intervenciones mías. 
Pero las cosas habían cambiado y la prensa 
pudo cerciorarse de que, extinguida su anti¬ 
gua omnipotencia, no era va capaz, ni toda 
junta, de matar políticamente a nadie». 

Una mañana a principios de abril de 1923 
recibió Indalecio Prieto en su domicilio de 
Madrid la imprevista visita del subsecreta¬ 
rio de la Presidencia del Consejo de Minis¬ 
tros, don Alonso Agullón. Iba de parte del jefe 
del Gobierno, don Manuel García Prieto, y 
quería saber de tos labios de Prieto si era 
cierto, como se decía por Madrid, que en su 
conferencia en el Ateneo pensaba atacar al 
rey. 

Prieto ni afirmó ni negó que pensara hacer¬ 
lo. Dependería del tono que diera a su dis¬ 
curso, porque él improvisaba sus parla¬ 
mentos y, a veces, lo que no pensaba decir lo 
decía o al contrario. Total: le dio a entender a 
Gullón que no podía descartarse. 

«Dos horas después—nos cuenta Prieto— el 

7 












Sa ntiago Alba y el general Primo de Rivera, caricatura de Fresno, 
publicada «n el «ABC», de Madrid, del 13 de septiembre de 1923, 

rev firmó un decreto disolviendo las Cortes. 

W 

Desde aquel instante quedaba vo desposeído 
de la inmunidad parlamentaria al cesar 
como diputado. El juego estaba claro: se pre¬ 
tendía amenazarme, pues los ataques que yo 
dirigiera al monarca constituirían delito de 
lesa majestad, penado con ocho años de pre¬ 
sidio. Pero en palacio, donde se discurrió la 
treta, no calcularan que esto iba a resultar 
contraproducente, porque vo no podía de¬ 
fraudar una expectación que con aquel de¬ 
creto disolutorio había crecido de modo 
enorme. Desde la tribuna del Ateneo, enton- 


CUENTO VIEJO REMOZADO, 

por Bagaría 

Las derechas dicen Que tos disparos oart/e- 
ron de republicanos y scc>alistas (De los pe¬ 
riódicos). 



ti. MAESTRO,—¿Quien fué I* que tiró l*s piedras? 
LA NIÑA DE LA DERECHA.—Ella. 

El. MAESTRO.—Entonces, ¿cómo es ella la herida? 
LA NIÑA DE LA DERECHA.—Por fastidiarme. 


Caricature da Bagaría, alusiva ala situación política de ios últi¬ 
mo* mase» qua antecedieron al alzamiento de julio de 1936. 


ccs enteramente libre, me ensañé con Allon- 

so XIII». 


«Concluido el acto —continúa Prieto— vino 
Bagaría a mi casa para hacerme una carica¬ 
tura que en «El Sol» querían publicar con un 
extensísimo extracto de mi discurso. Tomó 
diversos apuntes y ninguno le satisfizo. 'Es 
usted muy difícil ”, observó con disgusto. 

Otras lo saben a estas horas mejor que us¬ 
ted", argüí. Luis recogió lápices, esfuminos, 
gomas de horrar y papeles para ir al perió¬ 
dico porque el tiempo se le echaba encima. 
"No sé qué voy a hacer—-exclamó al mar¬ 
char—. porque lodos los apuntes son inapro- 
vechables. No doy con la verdadera fisono¬ 
mía de usted". "Pues diseñe la faz de un em¬ 
perador romano que es lo mismo", le dije 
despidiéndole». 

Al día siguiente «El Sol» daba la información 
teniendo en medio la caricatura. Había dibu¬ 
jado Bagaría una bomba de explosión con la 
mecha encendida v humeante. La bomba te- 
nía los rasgos de un cráneo humano. ¿Quién 
podría negar que íuera el de don Inda? 

A Prieto se le procesó por su discurso, pero, 
convocadas nuev as elecciones, volvió a salir 
diputado por Bilbao. La investidura parla¬ 
mentaria invalidó el proceso. Esta*s Cortes 
fueron las últimas del reinado de don Alfon¬ 
so XXII. 

Alecciones en las que se dio la circunstancia 
que se presentó a diputado don Migue' Primo 
de Rivera y Orbaneja, marqués de Estella, 
siendo derrotado. Escribió el general Queipo 
de Llano sobre es te fracaso de Primo de Rive¬ 
ra (4) que, considerando a don Santiago Alba 
causante de su derrota, « juró repetidas veces 
en público que se vengaría de todos los polí¬ 
ticos, y principalmente del señor A ba; lo que 
andando el tiempo hubo de ser principal 
preocupación». ¿ Pudo ser ésta la razón que le 
1 levó a 1 golpe de Estado del 13 de septiembre 
de 1 923? Creemos que no; lo que se proponía 
con el go pe de Pri mo fue hacer desaparecer 
el expediente Picasso. Eran muy serios los 
hechos recogidos en éste sobre el derrum¬ 
bamiento de la Comandancia Militar de Me¬ 
jilla en 1921. Demasiadas responsabilidades 
y a niveles muv altos. 

Dijo Prieto en un largo trabajo, «Marruecos - 
ABD-EL-fíRIM»; 

«Para frustrarlo —se refería al expediente 
Picasso— se sublevó en septiembre de 1923 
el capitán general de Cataluña, Miguel 
Primo de Rivera, una "sublevación de real 
orden", según yo la denominé». 


(4) El gener aJ Qiiei pode i J a no per seg u Ido por la dict adura * 

G. Queipo de Uctno. Javier Morata, Madrid, 1930 . 


8 




















I A REPUBLICA: PRIETO, MINISTRO 
DE HACIENDA Y DE 
OBRAS PUBLICAS 

Bilbao, ciudad de adopción de Prieto, le co¬ 
locó en los primeros cargos públicos, dipu¬ 
tado provincial y concejal, pata luego te¬ 
ner lo reit erada ment e co mo i e prese n tanteen 
Cortes. Prieto supo corresponder a Bilbao 
con la le depositada en él y honró con su 
presencia el Parlamento español. Su voz de 
tribuno resonó fuerte v convincente. Alean- 

'Ar 

zó, por su austeridad e independencia, sin 
dejar nunca la disciplina socialista, «odios 
africanos», aunque también la devoción de 
muchos. El don de su talento le granjeó no 
pocas envidias, y sus ideas avanzadas levan¬ 
taron un gran temor. Pero él no miró nunca 
hacia atrás y caminó voluntario v resuelto. 
Sabía imponerse. Quizá el escepticismo !e 
invadió no pocas veces, y los hechos le dieron 
la razón. Azaña no supo comprender la intui¬ 
ción de este hombre que se había hecho a 
guantazos con la vida. Mejor nos hubiera ido 
a todos atendiendo a su escepticismo. Escep¬ 
ticismo que decía Azaña le daba un «acento 
plebeyo». Naturalmente: la vida le había re¬ 
galado poco, todo tuvo que conseguirlo él 
mismo, y vivió dentro de aquel Bilbao mi¬ 
nero e industrial donde vio de todo. 

Ministro de Hacienda o de Obras Publicas 
—dos de los Ministerios más difíci les— no se 
vio como otros en una poltrona. Pero aquel 
talento en él innato v su voluntad de trabajo 
le empujaron a vencer las dificultades. Ri¬ 
cardo de la Cierva hace del Prieto ministro 
los elogios más encendidos: le sitúa en la 
triada de grandes ministras de Obras Públi¬ 
cas, pero no son de verdad dignos de acom¬ 
pañarle los dos ministros que pone a su la¬ 
do (5). Este hombre, tan natural y sencido en 
apariencia, tenía sello de estadista: «En 
cuanto cargo público ejerció, dejó de su paso 
huella imborrable y beneficiosa». No encon¬ 
tró en esto paralelo con otros m inistros de la 
República, a excepción de la labor de Largo 
Caballero en el Ministerio de Trabajo, de la 
que quedó un amplio cuadro de leyes labora¬ 
les. 

En política, gobernando, hay que «arrancar» 
gradualmente proyectos y obras. Prieto ac¬ 
tuó dentro de las necesidades del momento 
con justeza v tino. Era la manera de actuar 
de un socialista, aunque no pudiera hacerlo 
plenamente. Indalecio Prieto era finamente 
inteligente y valoraba en su realidad el mo- 

(5) Gmdaihorce y Silva Muñoz. Periódico «El Alcázar», 9 
mctrzo 1970. 



Antonio Maura en compañía del obispo de Madrid-Alcalá, du¬ 
rante una ceremonia oficial, durante los últimos años de la Mo- 

rtarqui a de D. Alfonso XIII. 



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r » Jk 



El presidente de la República, Nitela Afcala-Za mora H en compa¬ 
ñía del general Franco, afínales de 1935, 


9 






















Et acorazado ateman «Deutactiland», en aguas de tbiza, durante la guerra civil española. 


mentó político en que se vivía. Pero ni esta ni 
otras prudencias evitaron a la República el 
odio de la extrema derecha española y el 
privilegio de ciertas castas. Algo que había 
muerto en la Europa de Occidente con la 
guerra del 14, 

El hecho de esta intransigencia de nuestro 
conservadurismo no era nuevo. ¿1 s que en el 
1918, como consecuencia de las Juntas Mili¬ 
tares de Defensa, no t uvo don Antonio Maura 
que troquelar una de sus grandes frases: 
«que gobiernen los que no dejan gobernar»? 
Y Maura preconizaba desde bastantes años 
antes «la revolución desde arriba». 

Indalecio Prieto, en enero de 1962, en un ar¬ 
tículo titulado «¿Ha llegado el momento? - 
l a revolución desde arriba» (6), escribía: 

« Ahora se predica la revolución desde arriba 
en todo el mundo occidental, por el mismo 
motivo que, ahogado en pro de lo que bos¬ 
quejó, hubo de aducir Maura hace justa¬ 
mente sesenta años: temores de que un ior- 
midable trastorno la reai ice desde abajo. A 
partir de entonces han ocurrido varios tras¬ 
tornos cuya consecuencia es la implantación 
de regímenes comunistas en gran parte del 
mundo...» ...«El miedo al comunismo en¬ 
gendra las predicaciones actuales. Están su¬ 
geridas desde e! Vaticano. No hay asamblea 
marianani joseiinaen la que, dándose de lado 
a los temas espirituales para lo que parecen 
exclusivamente convocadas, no surja como 
principal el de la revolución desde arriba, 
aunque para anunciarlo no se recurra a estas 
palabras. La revolución que se preconiza es, 
como cumple al tiempo presente, mucho 
más profunda que la esbozada por Maura. 
Asombra oír en esas asambleas y en otras 
tampoco genu inamen te obreras duras pala- 

fó; Articulo incluido en Convulsiones de España IU. Edi¬ 
ciones «Oasis». México > 1969. 


bras condenando la desigual distribución de 
riquezas v exigiendo al respecto un trato más 

justo». 

Termina Prieto su discurso «Pregunta con¬ 
testada» dentro del artículo o trabajo co¬ 
mentado: 

«Comencé estos renglones formulando una 
interrogación. ¿Ha llegado el momento de la 
revolución desde arriba? Claro que ha ! lega¬ 
do. Cuiden quienes vigilan el reloj en que no 
se les pase la hora». 

Ha llovido mucho desde 1902 a 1962 y desde 
1962 a 1981. Máxime si tomamos como 
ejemplo España. 

La antorcha política de Prieto ha corrido pol¬ 
la Europa de Occidente y es el testigo que 
corre hoy por la Europa Comunitaria.¿Coge¬ 
remos nosotros la antorcha? ¿Nos llegará? 
Todo dependerá de que se gobierne en demo¬ 
cracia, de verdad, y de que nadie interrumpa 
lo que es ley de la historia. El cataclismo que 
corrió España no puede volver a repetirse. 
Hay que tener el pulso seguro y gobernar con 
la inteligencia y con el corazón. La fuerza no 
es razón de gobierno ni de orden. 

EL BALDIO DE LA GUERRA 

La guerra «incivil» de España no la querían 
las izquierdas españolas: ni sus formaciones 
parlamentarias, ni las extraparlamentarias. 
Prueba de ello fue el discurso del líder socia¬ 
lista Indalecio Prieto en Cuenca el 1 de mayo 
de 1936. Este, que sabía que se venía ha¬ 
blando de la candidatura del general franco 
para diputado a Cortes en una segunda 
. vuelta por Cuenca, apuntó con tacto: 

«Ha desaparecido de la candidatura de 
Cuenca el nombre del general Franco. Yo me 
felicito sinceramente de tal desaparición. He 
leído en la prensa manifestaciones de este 
general, según las cuales su nombre se ¡n- 


10 

























cluvóen la candidatura por Cuenca contra su 
voluntad, sin su autorización. No tengo por 
qué poner en duda la sinceridad de estas 
manifestaciones, aunque he de decir tam¬ 
bién, no pudiendo recatar la sinceridad mía, 
que hubiese preferido que esa rectificación 
de i general rranco se hubiera producido con 
anterioridad al justo acuerdo de la Junta 
Provincial del Censo, que le eliminó de la 

candidatura». 

Prieto matizó, sin embargo: 

«Ahora bien, no podemos negar, cualquiera 
que sea nuestra representación política y 
nuestra proximidad al Gobierno —y no lo 
podemos negar porque al negarlo, sobre in¬ 
currir en falsedad, concluiríamos por paten¬ 
tizar que no nos manifestábamos honrada¬ 
mente— , que entre los elementos militares, 
en proporción y vastedad considerables, 
existen elementos de subversión, deseos de 
alzarse contra el régimen republicano, no 
tanto seguramente por lo que el Frente Popu¬ 
lar supone en su presente realidad, sino por 
lo que, predominando en la política de la 
nación, representa esperanza para un futuro 
próximo. El general Franco, por su juventud, 
por sus dotes, por la red de sus amistades en 
el ejército, es hombre que, en un momento 
dado, puede acaudillar con el máximo de 
probabilidades—todas las que se derivan de 
su prestigio personal— un movimiento de 

esta guerra». 

El discurso de Cuenca lo pronunció Prieto 
bajo la preocupación del inmediato estallido 
de un movimiento militar - tascista que él 
venía anunciando sin que se le escuchara. Y 
no fue éste su único a'dabonazo. Por eso al 
producirse pudo decir: 

«La circunstancia de no haberse oído mis 
consejos no tne liberara de la obligación de 
ocupar mi puesto cuando la 1 ucha sobrevino. 
Y lo ocupé sin vacilaciones ni remordimien¬ 
tos, Fui de los que contribuyeron a implantar 
la República y acudí a defenderla. Otra cosa 
hubiese sido una villana cobardía que jamás 
me hubiera perdonado porque habría equi¬ 
valido a renegar no sólo de mi significación 
política, sino incluso de mi espado ismo en¬ 
raizado en mi alma como quien mas profun¬ 
damente lo tenga en la suya» (7). 

Prieto supo estar en la guerra y ocupó el 
cargo de ministro del Aire y Marina en el 
Gobierno de Largo Caballero, y después de 


(7) Fragmento de im prólogo: «Discurso de Cuenca - La 
de Moya», incluido en el libro De mi vida, 26 de junio de 
1952. Ediciones «El Sitio», México f /9ó5* 



Indalecio Prieto en compañía de dos aviadores republicanos 

durante la guerra civil. 


Defensa con Juan Negrín, demostrando nue¬ 
vamente sus grandes dotes de organizador 
en ambos cometidos. Nunca ocultó, no obs¬ 
tante, su creencia de que la guerra sería difí¬ 
cil e imposible de ganar. «Su idea —dice 
Ramón Famames Fue que sólo un conflicto 
internacional en gran escala podría salvar la 
República española» (8). 

Cuando el bombardeo de Almería el 31 de 
mayo de 1937 por el crucero «Almirante 
Sclieer» y cuatro destructores alemanes, In¬ 
dalecio Prieto propuso buscar a la flota ger¬ 
mana en el puerto donde estuviera refugia¬ 
da, ya fuese Palma de Mallorca. Poltensa, 
Ceuta, Cádiz o Málaga y bombardearla. El 
Gobierno republicano se opuso... El mismo 
Prieto di jo: «Era la proposición de un pesi¬ 
mista, de quien no veía posibilidad de ganar 
militarmente la guerra...» Quería el enfren¬ 
tamiento directo con Alemania. ¿Pensaba, 
quizá, el líder socialista en la respuesta del 
mundo? (9). 

La guerra la perdió la República (leamos Es¬ 
paña) por estas y otras indecisiones. Sacrifi¬ 
cándonos no se evitó la segunda guerra 
mundial. De haberse adelantado otro hu¬ 
biera sido nuestro sino. España f ue un campo 
de batalla de ensayos bélicos y persecuciones 
mosntruosas. Hit ler probó aquí sus armas y 
sus procedimientos de terror. 

(8) «LaRepúbica — LaEra deF tunco» (1931 -1970) Ramón 
Turnantes , Histeria de España Alfaguara VIL 

(9) «El bombardeo de M metía parla escuadra alemana», 
José Miguel Moveros. TIEMPO DE HISTORIA, Nimu 31 1 
jtmio 1977 . 


















* 

Manual Aznar y Zubigaray (1894-1975). 


PRIETO, PERIODISTA Y ESCRITOR 
TESTIMONIAL 

Hemos dicho que Indalecio Prieto y fuero 
era taquígrafo de «La Voz de Vizcaya» a la 
entrada del siglo XX. Después,al crearse «El 
Liberal», de Bilbao, por don Miguel Moya, 
que extendía así su periódico «El Liberal», 
de Madrid, por distintas provincias. Prieto 
ocupó un puesto en la redacción de «El Libe* 
ral» bilbaíno. Está en marcha su vida perio¬ 
dística en aquella cadena de «El Liberal», 
todavía fiel al programa que le trazó Fer- 
nanflor, uno de sus principales fundadores: 
«Nos pertenecemos; somos nosotros mis¬ 
mos. Ningún hombre de Estado, ninguna 
agrupación política está sobre noso¬ 
tros...» {10). O sea: Prieto iba a hacerse al 
mismo tiempo periodista y tribuno, porque 
ambas actividades enlazó en pocos años. 
Nosotros dejamos ahora a Prieto periodista 
y escogemos el Prieto escritor testimonial, el 
historiador en artículos y ensayos que fue 
publicando durante su exilio. Ricardo de la 
Cierv a, que no acu muía muchos aciertos his¬ 
tóricos, la verdad sea dicha, si supo encon¬ 
trar en Indalecio Prieto ios ingredientes ne¬ 
cesarios para hacer de él un exacto como 
reconocido elogio: 

«Si en España existiese algo parecido a los 
premios Pulitzer (que no existe: casi todos 
los premios periodísticos son tan amañados 
y tan remejidos, que diría Unamuno, como 
casi todos los premios literarios), Indalecio 
Prieto y Tuero sería, para este modesto histo¬ 
riador, el candidato al primero de esos pre¬ 
mios, con carácter retrospectivo. Pasaba don 
Indalecio, con razón en vida, por ser el hom- 

(JO) Palabras del propio Prieto en su articulo «La carcajada 
de Moya », incluí do en et&bro De mi vida ,26 de junio de 1952. 
Eddones «El Sitio». Méxco, 1965. 

12 


bre mejor informado de España. En esta re¬ 
copilación —se refiere a «Convulsiones de 
España»— se muestra anle quienes no tuvi¬ 
mos ocasión de leer en vivo sus trabajos 
como uno de los grandes periodistas espa¬ 
ñoles de todos los tiempos. Por su intención, 
por su lenguaje de acero y de bolillos, por 
su dardo directo, por su capacidad e\ ocativa 
y hasta por esa característica tan delinidora 
del gran periodismo español, que se conoce 
púdicamente como mala idea» (i i). 

En su artículo titulado «Antropometría polí¬ 
tica- La ficha de un perillán» (27 de abril de 
1955), Prieto desnudaba moral mente a Ma¬ 
nuel Aznar. Este artículo circuló por toda 
España. Madrid y Barcelona principalmen¬ 
te, y tuvo gran repercusión. Hacia Prieto en 
su traba jo e! panegírico de don Miguel Moya, 
primer presidente de la Asociación de la 
Prensa, comparan do su honestidad v presti¬ 
gio con el arribismo del nuevo presidente 
Manuel Aznar, 

De la dif usión de este artículo se hizo eco el 
propio Indalecio Prieto, que en un trabajo 
titulado «El cuaderno de un ex presidiario» 
(18 de enero de 1956), dice: 
«...Antropometría política - La ficha de un 
perillán»originó un curioso incidente. Fiché 
a Manuel Aznar con ocasión de habérsele 
elegido presidente de la Asociación de la 
Prensa de Madrid, y la ficha interesó al Mi¬ 
nisterio de Información y Propaganda, hasta 
el punto que Arias Salgado, el ministro, en- 
vióselo al Caudillo, quien de ese modo pudo 
reír por dentro oyendo el ditirámbíco dis¬ 
curso que Aznar le espetara cuando fue a 
presentársele al frente de la cuadrilla direc¬ 
tiva de dicha Asociación»... «Enterado el pe¬ 
rillán de la jugarreta, escribió al ministro 
una carta que echaba lumbre, replicó Arias 
Salgado con palabras no menos candentes v 
el combate epistolar, al trascender, hizo que 
la biografía fuese buscadísima, vendo de 
mano en mano por Madrid y que la gente se 
divirtiese con los azorosos amoríos de Ma¬ 
nuel Aznar y la baronesa de Alcahalí. En fin, 
pequeños éxitos que no me vienen mal entre 
tantos y tan grandes fracasos» (1 2). 

Imagine el lector el interés de estos artículos 
de Prieto. A todos les daba vida y eran testi¬ 
monio de hechos históricos de la contienda v 
de la vida española. Al recogerlos después de 
su muerte, ocurrida e l domingo 11 de febrero 
de 1962, se ha hecho un gran bien, va que ¡as 

(11) «Sesenta años de testimonio». De la Cien'a. «El 
Alcázar », 7 de marzo 1970. 

(12) Este trabajo figura «A guisa de prólogo* en el tomol de 
Convulsiones de España,donde se incluye el articulo citado: 
págs. 327-332. 

















juventudes españolas conocerán por ellos 
tantas v tantas verdades que se ocultaron 
duran te cuarenta años. Prieto ha sido un tcs- 
ligode mayor excepción y su óptica se exten¬ 
dió a lodos los horizontes. Era el hombre 
veraz, por otra parte, que nunca oculta la 
verdad. Trata siempre de penetrar en e la y 
ofrecerla con claridad, adornándola además 
de una finísima ironía. Por ejemplo, cuando 
habla de su muerte, transmitida por la BBC 
de Londres en julio de 1 96 i, y que él mismo 
desmintió, o se refiere al hecho de romper su 
partida de bautismo: 

« Apenas los falangistas luciéronse dueños de 
Oviedo, mi ciudad natal, realizaron la si¬ 
guiente hazaña que proclamaron gozosos. 
Repasando en la Iglesia de San Isidoro el 
1 ib ¡"o parroquial de 1883 dieron con mi par¬ 
tida de bautisinoy, arrancándola, la hicieron 
pedazos. Me rompieron, pues, el bautismo. 
(Nunca se habrá dicho esto con mayor exac¬ 
titud.) A fin de completar mi aniquilamiento, 
hicieron lo propio en el Registro Civil con la 
inscripción de mi nacimiento. Consiguien¬ 
temente, no existo ni he existido nunca, al 
menoscristianay civilmente. Pertenezco a la 
nada, a lo increado». 

Dos horas antes de su fallecimiento había 
escrito Indalecio Prieto (el que no había pa¬ 
sado por este mundo de los vivos) un ai Aculo 
para la revista mexicana «Siempre», de la 
que fue asiduo colaborador. Se titulaba «El 
hierro v sus excelencias», que se publicó el 28 
de febrero. Era un trabajo emotivo y trataba 
de un libro de don Modesto Bargalíó, profe¬ 
sor en la Escuela de Ciencias Biológicas del 
Instituto Politécnico Nacional de México. 
Libro titulado «La naturaleza de los metales 
y el beneficio del hierro en ¡os alquimistas y 
metalúrgicos del siglo XVI», que le recor¬ 
daba «las ferreterías de ayer y los altos hor¬ 
nos de hoy» y «las entrañas de los montes 
v izcaínos». Prieto introducía en el texto de su 
articulo como un recuerdo que le viniera de 
lo hondo de su corazón, la estrofa inicial de 
«Vi zea va»: 

« Ca ntá bricas mon ta ñas 
con nubes en las cimas, 
con hierro en tas entrañas 
y al pie, rugiente, el mar». 

Algo más que una coincidencia; el recuerdo 
íntimo de un adiós que perforaba el papel. 

PRIETO EN ABIERTA LUCHA 
DESDE EL EXILIO 

Nadie igualó a Indalecio Prieto en su lucha 
política desde el exilio contra el régimen del 



John Postor Dulles (1888-1959), secretario de Estado norte- 
«mftrlcftno, durante ta Administración Eíftnhower, 


general Franco. Fue incansable en esta labor 
y apeló a todos los medios por dar la batalla 
al franquismo. Hizo todo lo posible dentro de 
una actitud realista. «Ahora bien —como 
afirma el historiador Max Gallo—, el Go¬ 
bierno franquista domina España, asegura el 
orden y sobre todo multiplica sus aperturas 
en dirección a Washington» (13). Cuando 
Mr. Ken nedy sube al poder, es investido pre¬ 
sidente de los Estados Unidos, Prieto lleva 
tiempo luchando por todas las cancillerías. 
Se había entrevistado con Bevin en el Fo- 
reign Office, acompañado de Luis Araquis- 
táin, en septiembre de 1947, y de cuya entre¬ 
vista hizo una crónica leída ante los micró¬ 
fonos de la BBC de Londres; dirige un men¬ 
saje al Papa; escribe a Eísenhower («En so¬ 
bre abiertb - Carta de un ex ciudadano espa¬ 
ñol»); apela más tarde a Kennedy, también 
por carta, 14 de diciembre de 1960, poco an¬ 
tes de ser investido presidente de los Estados 
Unidos. Carta que publica con el título «Con 
prosa amarga - Carta de un español» (14). 
Dice: 

«Mr. Foster Dulles, inspirador de la política 
internacional de Eisenhower —mientras 
éste lo tuvo, porque luego de morir aquel 
fanático mantúvose a la deriva—, dijo, con 
cinismo aterrador, aunque saturado de ver¬ 
dad, que los Estados Unidos no tienen ami¬ 
gos sino intereses. Con arreglo a tal norma, 
consumaron el sacrificio de los españoles 
amigos, a cambio de crear nuevos intereses: 
las bases militares»... «Yo, señor Kennedy, si 
pongo alguna fe en usted no es a cuenta de su 
filiación política, sino de su juventud. En 
vuestra contienda electoral no encontré di fe- 

(13) Historia de la España franquista. Ruedo Ibérico. 
París, 1969. 

(¡4) ConviJ sienes dt España II* 


13 







Joaquín Cosía{1844-1911). 


rencias ideológicas entre los contendientes. 
Acaso haya varías en orden a política inte¬ 
rior; en cuanto a política exterior, ninguna». 
Prieto escribe esto cuando va tenía dicho con 

mf 

amargura: 

«( orno socialista español, creí en la solidari¬ 
dad socialista internacional y ya no creo, 
desde que nos la han negado desde Francia, 
Inglaterra, Dinamarca, Suecia v Noruega; 
como socialista español, creí en el interna¬ 
cionalismo de los partidos hermanos y va no 
creo, al ver la obstinada perseverancia con 
que el laborismo británico boicotea cuales¬ 
quiera intentos para federar Europa e in¬ 
cluso para constituir la II Internacional...» 
...«Algunos asambleístas de la ONU han pe¬ 
dido a los españo'es, impotentes por el te¬ 
rror, que se ¡as arreglen ellos solos para li¬ 
brarse de la tiranía. Tales recomendantes 
quizás desconozcan esta observación histó¬ 
rica de Seyés: ”El vivir, sea como fuere, era el 
supremo ideal de todas las gentes que atra¬ 
vesaron el terror”»(15). 

Amarga es la actitud de Prieto entonces, pero 
recobra fuerzas en sí mismo, tan delicado de 
salud como estaba, v vuelve a la carga con 
nuevos ímpetus. Peleó por España con i a 
pluma en la mano (sí, con la pluma en la 
mano, porque nunca quiso manejar la mᬠ
quina de escribir), como ningún otro espa¬ 
ñol. 

«ESBOZO DE UN PROGRAMA DE 
SOCIALIZACION EN ESPAÑA» 

Con este titulo pronunció una extensa confe¬ 
rencia en México, el i de mayo de i 946, Inda- 

(15) *Soliloquio en el Océano - Humildad y altivez» (30 

noviembre 1950). 


lecio Prieto, y el pri mer punto a tratar fue el 
de «Socialismo v libertad». Prieto advierte; 
«Hace dieciséis años, a contar de 1930, que 
los socialistas españoles no nos pertenece¬ 
mos, porque, desde entonces, todos nuestros 
esfuerzos y todas nuestras energías estuvie¬ 
ron consagradas a la República, primero 
conspirando para instaurarla, después par¬ 
ticipando en el Gobierno y en las Cortes 
Constituyentes para encauzarla, más tarde 
defendiéndola con las armas en ¡a mano y 
posteriormente en prisiones y en la expatria¬ 
ción, encadenando ininterrumpidamente los 
esfuerzos para restaurarla». Exactamente 
cierto. 

* 

El socialismo se había entregado a la Repú¬ 
blica y por ella se debatía más que por las 
ideas socialistas. Esto fue una visión patrió¬ 
tica que no se le reconoció nunca al PSOE. 
Prieto lo recuerda v con su carga de españo¬ 
lismo a cuestas, dice altamente satisíecho: 

«En los siglos XVIII y XIX tuvimos magní¬ 
fica pléyade de agraristas, entre quienes se. 
pueden citar con preferencia Jovellanos y a 
los condes de Campomanes, de Florida- 
blanca y de Aranda,v a! frente de ellos, desde 
luego, dos hombres que deben estar constan¬ 
temente en nuestfa memoria: Alvaro Flórez 
Estrada y Joaquín Costa. Permitidme que 
intercale aquí, aunque con brevedad, rasgos 
de estas dos v idas fecundas»... « La de Alvaro 
Flórez Estrada duró ochenta y cuatro años. 
Nacido en 1769, falleció en i853. En 1814 
abogó valientemente por la emancipación de 
las colonias españolas de América. En 1828 
publicó en Londres —también conoció el do¬ 
lor de la expatriación forzosa— su monu¬ 
mental «Curso de Economía Política», del 
que se hizo segunda edición en París en 1831 
y tercera en Madrid en 1834. ...«Con su 
"Curso de Economía Política", Flórez Es¬ 
trada se adelantó en cincuenta años a "Pro¬ 
greso y miseria”, del norteamericano Henrv 
George, el libro más difundido en el mundo, 
después de la Biblia». ...«Joaquín Costa ha 
señalado muchas coincidencias entre ambos 
famosos libros. Juzgando las teorías del exi¬ 
mio asturiano, manifestó el insigne arago¬ 
nés». Comparada con ella la de George, di¬ 
ñase que el libro de éste («Progreso y mise¬ 
ria») no es más que una brillante amplifica¬ 
ción de la doctrina de aquél». ...«En 1839 
publicó Flórez Estrada su folleto "La cues¬ 
tión social”, defendiendo la nacionalización 
de la tierra, También en esto se adelantó 

varios lustros a Henrv George». 

Entrando en materia, Indalecio Prieto estu¬ 
dia la configuración del Estado y defiende la 


14 














«libertad municipal» enraizada en la tradi¬ 
ción española, y cita de Costa: 

«Mirada España a vista de pájaro, sobre un 
mapa, con sus infinitos municipios y aldeas, 
y más aún, mirando un municipio sobre una 
proyección gráfica, con las manzanas del 
casco y los barrios v caseríos del suburbio, 
parecen un tablero de ajedrez; pero no con¬ 
siderando que ese tablero tiene un alma y 
que en esa alma obran energías potentísi mas 
que no dimanan del Estado, sino que tienen 
su frente en ella misma, y que esas energías 
obedecen a leyes objetivas que no dependen 
de la voluntad» (16). 

Prieto afirma en su estudio queéstos «no son, 
pues, caminos de utopías los que elegimos. 
Trazáronlos y siguiéronlos nuestros antepa¬ 
sados». 

Se ha detenido antes el líder y consecuente 
socialista en señalar las «Facultades del Es¬ 
tado»: 

«Las funciones otorgadas a los municipios 
no han de anular al Estado. Este subsiste 
como elemento coordinador, quedando e 
muchas y muy importantes misiones». ...«En 
tos tiempos modernos se acumulan sobre el 
Estado tal número de obligaciones que tísi¬ 
camente carece de tuerzas para desempeñar¬ 
ías. Esa acumulación exige ciertas desinte¬ 
graciones, de modo que parte de las faculta¬ 
des que el Estado absorbe, sin poder des¬ 
empeñarlas perfectamente, pasen a los mu¬ 
nicipios. Pero el Estado no queda sin mi¬ 
sión...». 

La «declaración de principios» de Indalecio 
Prieto para un programa de socialización de 
España es, de verdad, una meditación muy 
estimable. Estimabilísima. Estas ideas ni 

con el pasar de los años se han quedado atra¬ 
sadas. Y menos cuando vemos gobernar con 
titubeos, y aún no hemos salido de un túnel 

de cuarenta años de historia. 

La política i mpone una base de sustentación 

para edificar un programa, una teoría. La 
política que se pierde en la sola administra¬ 
ción, o ni siquiera alcanza a ésta, es una por¬ 
fía por el poder de los cargos sin interés na¬ 
cional verdadero para un país y pueblo. 

El esbozo de programa de Indalecio Prieto se 
vierte el 1 de mayo de 1946, cuando el 4 de 
abril se ha hecho la declaración de París - 
Londres - Washington condenando a Franco. 
Prieto siente una esperanza tras los dieciséis 

f Jó) Del prólogo qu e en 188 5 puso Joaquín Cosía al folíelo 
titulado «Materiales para el estucto del derecho municipal 
consuetudítiano» t del que eran autores d propio Costa, don 
Manuel Pedregal, donjuán S errano v don Genwsio Gonwtez 
de Linares . 



Indalecio Prieto Tuero {1085-1962). 


años de lucha socialista por la República. Le 
oiremos: 

«...Claro que en el programa del Partido So¬ 
cialista hay puntos que por fundamentales, 
resultan inconmovibles y nadie, dentro de 
nuestras filas, pretende modificarlos, porque 
son pilares de nuestro ideario; pero conviene 
que meditemos ya sobre el particular. Yo os 
voy a ofrecer el fruto de mis meditaciones 
para que las contrastéis con las vuestras y 
para que, cuando tengamos ocasión, exami¬ 
nemos unas y otras, estableciendo acerca de 
ellas controversia a fin de ir creando, aunque 
sea desde aquí, desde el destierro y a tanta 
distancia, conciencia de nuestros deberes». 
...«Para esto yo parto, como seguramente 
partiréis todos, de que es imperioso hacer 
compatible el socialismo y la libertad. Esa 
fue siempre, además de mi deseo, mi preocu¬ 
pación». 

Lejos quedaban las esperanzas... ¿Quién 
duda que la moral pesa poco en las decisio¬ 
nes políticas, y menos en el orden interna¬ 
cional? Washington venció por segunda vez 
a España. Siguió a Flitler al segar sus liber¬ 
tades. Indalecio Prieto murió rumiando esta 
amargura. El había recordado los versos de 
García Lorca puestos en los labios de Ma¬ 
riana de Pineda: 

«Libertad de lo alto, libertad verdadera, 
enciende para mí las estrellas distantes...» 

El no ver la libertad de España fue su gran 
dolor. Y el corazón se lo atravesó varias ve¬ 
ces. Pero por verla, pese a todo, vivió lo que 
vivió resistiendo años, meses y días a la 
muerte. Una muerte que le era vecina desde 
tiempos muy atrás. ■ J. M. N. 

15 


























Del fervor franquista 

a la ruptura 

- - --- 

Javier Villan 


Tí A ONTSERRAT es algo más que un simple monast&io. En las ' 
¡\/J ¡uchas y desarrollo del catalanismo militante , Montserrat 
L VA. fc a s ¿c¡ 0 decisivo. La montaña sagrada de los catalanes cons¬ 
tituye un común punto de referencia, un determinante factor de cohe¬ 
sión para los distintos grupos que, desde ópticas no siempre coinciden¬ 
tes, han rehñndicado la recuperación y ejercicio de la catalanidad. ' 
Especialmente en los últimos años del franquismo. En los primeros, el 
monasterio pasaría por una controvertida situación que terminó de¬ 
cantándose por el apoyo al Régimen que lo había devuelto a manos 
benedictinas , Veintitrés muertos en zona republicana eran muchos 
muer tos par a analizar con frialdad la verdadera naturaleza del catolicí- 
simo Régimen triunfante. La conciencia religiosa se imponía inevita¬ 
blemente sobre la conciencia catalanista por mucho quedas precarias 
instituciones autonómicas hubiesen sido arrasadas, el idioma perse¬ 
guido y las denominadas señas de identidad reducidas a ceniza. Poco a 
poco, el abad Escwré percibirá, como un eco primero y como un 
clamor después, que Montserrat es algo más que un monasterio, que es 
un monasterio nacional y que esta adjetivación determinante exige un 
sujeto: Cataluña. Con el tiempo, el abad, sea Escarré o el actual, Casiá 
Just, o el mismo Brasó, que cubre el corto espacio de cinco años que 
media entre estos dos, será una figura religiosa de inevitable proyec¬ 
ción política que amarga el imperial fen'or mar i ano del Régimen. 


M 


iONTSERRAT se alza 
súbitamente, emerge 
de una llanura con un im¬ 
pulso irresistible, en verti¬ 
cal, rotundamente hacia el 
cielo. Es un desafío pétreo, 
una grandiosa y abrupta es¬ 
tructura en la que crece una 
sorprendente vegetación. Su 
altitud no es excesiva: 1.220 
metros el pico más alto, el 
San Jerónimo, pero su agre¬ 
siva verticalidad Je confiere 
un aspecto imponente, la 


alarga hacia arriba, la en¬ 
grandece y distancia. Sus 
paredes amuralladas, sus pi¬ 
cos, las angostas gargantas 
la asemejan a una gran forta¬ 
leza inexpugnable, lo cual no 
la apartó de los numerosos 
hechos militares con que la 
historia la ha zarandeado. 
En números más o menos 
redondos, la montaña tiene 
diez kilómetros de largo, 
cinco de ancho y veintiséis 
de perímetro. En uno de sus 


pliegues, a setecientos me¬ 
tros sobre el nivel del mar, se 
acomoda el santuario. Desde 
su fundación en el siglo XI, a 
partir de unas ermitas cuyo 
origen se sitúa en el IX, le fue 
encomendado a los benedic¬ 
tinos. Momentos históricos 
lia habido, el más próximo la 
guerra civil del 36, en que ha 
estado a punto de cambiar 
de manos, pero siempre las 
aguas han vuelto al cauce de 
la regla de San Benito. 


17 

























II cardenal Vidal t Barraque con los reyes de España, Don Alfonso y Doña Victoria 
Eugenia* detrás el general Primo de Rivera. Eran los últimos años de la Dictadura. 


Indicios históricos 
de catalanismo 

Es el abad M untad as, rea¬ 
bierto el Monasterio después 
de la Guerra de la Indepen¬ 
dencia, quien empieza a exi¬ 
gir a los monjes un conoci¬ 
miento mínimo del catalán, 
aunque muchos de ellos fue¬ 
ran oriundos de Castilla. No 
se tiene conocimiento de 
ningún «manifiesto de los 
2300» por la medida, ni hay 
indicios razonables de que el 
castellano estuviese amena¬ 
zado de extinción por las se¬ 
veras reglas de San Benito. 
En 1880-81 se celebran las 


fiestas del Milenario, que in¬ 
cluyen un certamen literario 

mr 

en catalán y la ofrenda de 
una «Corona Poética» a la 
Moreneta. En el fondo, esta 
actitud no es un hecho ais¬ 
lado ni confiere a Montserrat 
una significación especial en 
el ámbito de la cultura cata¬ 
lana; cierto que el santuario 
es el santuario de los catala¬ 
nes, pero por entonces esto 
era una idea mística, no una 
referencia cultural o, al me¬ 
nos, no era una idea cultural 
de significación política. La 
utilización del catalán por 
ios monjes del abad Mun- 
tadas se inserta en el con¬ 
texto de una compleja co¬ 


rriente: la Renaicenqa que 
devolvería a Cataluña buena 
parte de sus características 
borradas por e! proceso des¬ 
nacional ízador de Felipe V. 

A esa «Corona Poética» de la 
década de los ochenta hacía 
su aportación lo mejor y más 
significativo de los poetas de 
la Renaicenca. Pese a todo, la 
comunidad nunca ha sido 
monolítica ni uniformista y 
a los monjes también llegó el 
reflejo de las tensiones del 
mundo entre catalanistas y 
castellanistas. Por lo que se 
refiere al Monasterio, éstas 
se harían más evidentes a 
primeros del siglo XX en 
torno a la Revista Montse- 
rratina que se hacía en caste¬ 
llano v que un grupo de frai¬ 
les quería catalanizar. Esto 
se conseguiría paulatina¬ 
mente gracias a la prudencia 
V mano izquierda del abad 
Marcet que si bien en 1913 
incluye una nota en castella¬ 
no, «A los bienhechores y de¬ 
votos de Montserrat», el 
mismo año publica otra en 
catalán, «Ais aimants totsde 
la Verge de Montserrat». De 
esta sorda, v no tan sorda, 
lucha en el seno de la comu¬ 
nidad, da puntual informa¬ 
ción el padre Curiel, adalid 
de los castellanistas, euvo 
diario es frecuentemente ci¬ 
tado por Massot i Muntaner 
en su libro «Els creadors del 
Montserrat Modern». El pa¬ 
dre Curiel, refleja obsesiva¬ 
mente en sus anotaciones, y 
no sin cierta indignación, los 
persistentes propósitos de 
redactar la revista en cata¬ 
lán y remata la exposición de 
sus temores con el relato de 
algo que le producía tre¬ 
menda aprensión: que las 
invitaciones para la bendi¬ 
ción abacial eran redactadas 
por el abad Marcet en latín y 
en catalán. Cincuenta años 
más tarde, Fraga Iribarne, 
ministro de Información y 
Turismo de Franco, esgrimi- 


18 

























ría un discurso de este abad, 
del que presuntamente se 
desprendería una inque¬ 
brantable adhesión a Fran¬ 
co, para condenar a dom Es- 
carré y su presunto separa¬ 
tismo rojo. Lo cierto es que, 
comparado con Marcet, Es- 
carré podría ser un peligroso 
izquierdista. Pero también 
es cierto que aquél, a pesar 
del factual acatamiento de 
os poderes constituidos, 
dentro de un posibilismo po¬ 
lítico y un supraterrenal dis- 
tanciamiento religioso, ase¬ 
guró las primeras piedras de 
la catalanidad montserrati¬ 
na; que muchas veces estuvo 
en línea con Vidal i Barra- 
quer, uno de los pocos, de los 
dos, obispos que no firmó la 
carta por la que se convertía 
en Cruzada la sublevación 
fascista del 36 y que en 1943 
había presidido los Juegos 
Florales celebrados en el 
Monasterio. Era la segunda 
vez que lo hacía, pero ésta no 
en el exilio de Tolosa de 
Llenguadoc( 1924), sino en la 
clandestinidad de Montse¬ 
rrat. Un exilio propiciado 
por la dictadura de Primo de 
Rivera y unas catacumbas 
labradas por la dictadura de 
Fra neo. En defin i t i va, a m bos 
generales se asemejaron en 
los recelos a la perversidad 
separatista de! santuario. El 
padre de una posterior fi¬ 
gura nacional, «el Ausente» 
en la terminología mítica de 
la época, lo tildaba con ro¬ 
tundidad castrense de «to¬ 
talmente separatista» v Al- 
lonso XIII se negaba a visi¬ 
tarlo mientras sondeaba la 
posibilidad de que el Vati¬ 
cano removieseis decir des¬ 
terrase, a incógnitos lugares, 
a la comunidad o, cuando 
menos, a su abad Mareet por 
manifiesta subversión sepa¬ 
ratista. La opinión de Franco 
sobre Escarré era también 
de un extremado rigor: 

«ideas liberales avanzadas» 


y «extremismo regionalis- 

tcl» * 

1947. Las Tiestas de la 
Entronización 

En estricta justicia, ambas 
definiciones parecen excesi¬ 
vas. Escarré ha sido prior v 
abad coadjutor de Marcet, 
sabe de la muerte incontes¬ 
table de veintitrés de sus 
hermanos y reconoce públi¬ 
camente que el Monasterio 
ha vuelto a los benedictinos 
gracias a Franco. ¿Por qué 
Franco propició aquel posi¬ 
ble foco de catalanismo? 
Acaso pensara que los avata- 
res a que la guerra había so¬ 
metido a la comunidad y 
convertido el santuario en 
hospital militar, sería sufi¬ 
ciente para contar con la ad¬ 
hesión inquebrantable de ios 
monjes. Sorprende un poco 
esta actitud benevolente que 
Franco mantuvo durante 
años respecto al Monasterio. 
El carácter de «Cruzada con¬ 
tra el comunismo» del Al¬ 
zamiento se transmutó en 
Cataluña en «guerra de con¬ 


quista» y dada la superposi¬ 
ción de identidades ideoló¬ 
gicas que con frecuencia 
aplicaba ei Régimen, ambas 
retóricas podían ser muy 
bien aplicables a Montse¬ 
rrat. En su libro «Cataluña 
bajo el régimen franquista», 
Josep Benet constata que, 
tras la caída de Barcelona, 
los ocupantes no hablan ni 
de Cruzada ni de comunis¬ 
mo, ni de anarquismo ni del 
«martirio de los religiosos. 
Un solo grito de victoria: Ca¬ 
taluña vuelve a ser España». 
En este ambiente postbélico, 
pues, se establecen unas re¬ 
laciones de cierta cordiali¬ 
dad con la ideología triun¬ 
fante que en tres cruentos 
años había laminado el país. 
Conseguida la legitimación 
por parte del Episcopado es¬ 
pañol, Franco pretendía, sin 
duda, idéntico reconoci¬ 
miento —por situarse en el 
ámbito territorial del carde¬ 
nal exiliado, Vidal i Barra¬ 
quen, más significativo— por 
parte de la influyente Aba¬ 
día. Mas sería aquí donde se 
iniciaría un lento resurgir 



El presidente Azaña, durante su visita a Montserrat, en compañía del abad mitrado, dom 

Antonio Marcet. 


19 























del catalanismo que termi¬ 
naría provocando el airado 

encono del Jefe del Estado. 
El punto de partida fueron 

las Fiestas de la Entroniza¬ 
ción, el 27 de abril de 1947, 
de las que Josep Benet f ue el 
principal artífice. A la som¬ 
bra de Félix Escalas y Cha¬ 
men!, un ciudadano solvente 
avalado por su carencia de 
problemas políticos y por su 
abundancia de medios eco¬ 
nómicos, empezó a funcio¬ 
nar una nutridísima Comi¬ 
sión, llamada del «abad Oli¬ 


ba». El Secretariado de la 
misma correspondía a otra 
personalidad también libre 
de toda sospecha, Félix Mi- 
Het i Maris tan y, muy cató¬ 
lico y muy de derechas, que 
de he cito dejó todas las ini¬ 
ciativas a un ex escolar 
montserratino, Josep Benet. 
Benet ha definido así a Mi- 
llet: «Era un catalanista 
moderado, una personalidad 
católica de antes de la guerra 
que huyendo de la persecu¬ 
ción religiosa se pasó a zona 
nacional. Era un financiero 


importante». Por su parte, 
Massot i Muntaner, en «E s 
creadors del Montserrat 
Modern », lo sitúa como «an¬ 
tiguo presidente de la Fede- 
ració de Jo ves Cristians de 
Catalunya, pasado con ar¬ 
mas y baga jes al nuevo Ré¬ 
gimen, pero protector de la 
lengua y cultura perdidas». 

A pesar de tan acrisolados 
avales, hubo que superar 
muchas trabas y dificulta¬ 
des. Culminada la suscrip¬ 
ción popular para la adqui¬ 
sición del trono, se vio la po¬ 
sibilidad de que idéntico en¬ 
tusiasmo podía despertarse 
con una convocatoria que 
actuase sobre dos veri íentes 
de segura sensibilización: la 
espiritual y la patriótica, 
fervor v cultura. Con la pri¬ 
mera, sobre todo, por delan¬ 
te, el abad se dirigía en abril 
de 1946 al gobernador de 
Barcelona en estos términos: 
«Puesto que se trata del pue¬ 
blo y de las ciases más hu¬ 
mildes del mismo a quienes 
deben dirigirse nuestros 
desvelos en este afán de avi¬ 
var su devoción a la Santí¬ 
sima Virgen de Montserrat, 
sol icito de V. E. se digne con¬ 
ceder pueda llevarse a cabo 
esta propaganda también en 
catalán, asegurándole por 
nuestra parte la exclusión de 
todo carácter político...». No 
debía tenerlas todas consigo 
el gobernador, Bartolomé 
Barba Hernández, por loque 
autorizó solamente la pro¬ 
paganda escrita, denegando 
cualquier intento de propa¬ 
ganda radiada. Barba lle¬ 
vaba una política táctica de 
tolerancia respecto a la len¬ 
gua y el folklore convencido 
de que una represión indis¬ 
criminada v cerril no haría 

ñJr 

sino exacerbar los ánimos y 
«fabricar mártires» que al¬ 
zarían su cadáver contra los 
represores. Lo ha explicado 
él mismo, esta calculada le¬ 
nidad despolitizadora, en un 



El cardenal Vidal i Barraquee con el abad Marcet, en Montserrat, durante los años 

de la República. 


20 
































La basílica de Montserrat, 


viejo iibro publicado en 
1948, «Dos años al frente del 
Gobierno Civil de Barcelo¬ 
na». Pero los agravios esta¬ 
ban demasiado cíanos y de- 

mr 

masiado recientes para 
aceptar paños calientes que. 
por otra parte, nada o casi 
nada iban a solucionar. Las 
reacciones hostiles a su polí¬ 
tica «de comprensión e inte¬ 


gración» las refleja Barba 
Hernández en su obra. El 
PSUC sale a! paso de las ma¬ 
niobras «catalanistas» del 
gobernador y en una ho ja vo¬ 
landera v iene a decir que ello 
no conseguirá el reconoci¬ 
miento y mucho menos el 
afecto de los catalanes des¬ 
poseídos de su cultura, su 
lengua v su libertad. A pesar 


de todo, con sus más v sus 
menos, las Fiestas se lleva¬ 
ron a efecto v cerca de cien 
mil catalanes se desplazaron 
en romería a la Montaña sa¬ 
grada. Todos contentos, in¬ 
cluso el Gobierno de Madrid 
que envió como represen¬ 
tante el ministro de Asuntos 
Exteriores, Martín Artaio. A 
su regreso, éste debió mani- 

21 































El gobernador Fallpa Acedo Colunga (a la derecha de la tolo, con traje claro), a tu 
derecha el entonces Presidente de la Diputación, marqués de Caatellflorlte. 


festar su satisfacción a Fran¬ 
cisco Franco, pues al poco 
tiempo se recibía en el Mo¬ 
nasterio una carta que, entre 
otras cosas, decía; «tanto el 
generalísimo como el Go¬ 
bierno quedaron muy satis¬ 
fechos de la forma feliz en 
que transcurrieron las so¬ 
lemnidades». No comparte 
esta opinión Maur M.Bcnx, 
director de la revista «Serra 
D’Or», quien, del cese, 
quince días después, del go¬ 
bernador Barba, deduce el 
malestar causado en el Go¬ 
bierno de Madrid. Algo de 
esto pudo haber, pues en ju- 
lio el abad se queja al censor 
de Barcelona, José Pardo, de 1 
maltrato a que se someten 
las informaciones sobre 
cuanto se refiere a las cosas 
de Montserrat. Como fuere, 
en mayo Franco visitó el 
Monasterio, visita en la que 
volvió a mostrar su compla¬ 
cencia y, él tan parco en pa¬ 


labras, se hizo lenguas del 
nuevo trono de la Virgen. 
Pese a todo, se habían conse¬ 
guido objetivos impensables 
en aquellos oscuros días. En 
síntesis, los resultados de la 
Entronización los valora así 
Massot i Muntaner; «Se des¬ 
pertó la conciencia dormida 
de catatan idad en las comar¬ 
cas, facilitó reuniones multi¬ 
tudinarias y se hicieron nu¬ 
merosas publicaciones en 
catalán». A esto habría que 
añadiré! acercamientoentre 
los catalanes del exilio y los 
del interior y la potenciación 
de la idea de comunidad en¬ 
tre el Principado, as Islas y 
e i País Valenciano: els Paisos 
Catalans. «Aquel día, 27 de 
abril de 1947. dejábamos 
atrás una etapa de nuestra 
historia e iniciábamos otra» 
(Benet). Por otra parte, Esca- 
rré desciende de su nube an¬ 
gélica y entra en contacto 
con los distintos sectores de 


la oposición, desde un centro 
derecha hasta la izquierda. 
No será, sin embargo, hasta 
1958 cuando el abad ex¬ 
ponga por primera vez con 
cierta claridad sus reservas 
hacia la naturaleza y legiti¬ 
midad del régimen del gene¬ 
ral Franco. 

Las declaraciones a 
«Le Monde». 
Momento histórico 
y antecedentes 

Pero cuando Escarré tiene 
una actuación verdadera¬ 
mente clamorosa es en 1963. 
El abad de la paulatina evo¬ 
lución hace un solo, un ver¬ 
dadero aria que estremeció 
los cimientos del Pardo na¬ 
ciendo bizquear la lucecita. 
Y eligió «Le Monde» entre 
otras cosas porque elegir 
otro periódico más a mano 
no le hubiera sido posible. 
En honor a la verdad, no 
pueden considerarse las de¬ 
claraciones hechas a José 
Antonio Nováis como una 
iluminación ni siquiera 
como una improvisación 
oportunista. Los tiempos, 
ciertamente, ofrecían una 
buena oportunidad, pero 
ése esotro cantar. Fue un año 
muy agitado para el Régi¬ 
men que había mostrado 
contra toda lógica civiliza¬ 
da, contra el viento de las 
movilizaciones interiores y 
la marea de las condenas ex¬ 
teriores, su cruenta faz. Efec¬ 
tivamente, i a guerra no ha¬ 
bía terminado. En abril ha¬ 
bía fusilado a Grimau y po¬ 
cos meses después zanjó por 
la tremenda las huelgas mi¬ 
neras de Asturias. La carta 
que un grupo de intelectua¬ 
les remitió a Fraga Iribarne, 
ministro de Información, 
hablaba de mineros muenos 
por tortura, de mineros cas¬ 
trados, de mujeres rapadas 
al cero, de numerosos dete- 


22 




















nidos. Y para colmo, entre 
tanto ajetreo y tan burdas 
conspiraciones masónicas y 
marxistas, nacionales e in¬ 
ternacionales, a Franco se le 
vino encima la tormenta 
montserratina. Los antece¬ 
dentes más directos de estas 
declaraciones hay que fijar¬ 
los en dos momentos claves 
en los que Escarré había he¬ 
cho patente su disconformi¬ 
dad con los gobernantes. Ca¬ 
lificarlas como lo hizo el se¬ 
manario «El Español»,como 
la voz a sueldo de Moscú era 
perder de vista !a opinión es- 
casamente favorable ai 
«marxismo naturalista» del 
abad. Era, por encima de to¬ 
do, la misma voz que se ha¬ 
bía dirigido a las más altas 
instancias del Estado pi¬ 
diendo que cesase la repre¬ 
sión, que se pusiese en liber¬ 
tad a los estudiantes deteni¬ 
dos, que se ejercieran, sim¬ 
plemente, las virtudes cris¬ 
tianas que el Régimen decía 
defender y representar. La 
misma que se había dirigido 
a Camilo Alonso Vega en 
mayo de 1960 con motivo de 
los sucesos del Palacio de la 
Música. 

Los sucesos del 
Palacio de la Música 

Sus ecos llegaron hasta el 
«New York Times», siempre 
algún periódico extranjero 
aireando !o que celosamente 
silenciaba la prensa españo¬ 
la: Varias detenciones tras 
un concierto del Orfeón Ca¬ 
talán en el Palacio de la Mú¬ 
sica. Entre los detenidos por 
agitador, el que hoy es presi¬ 
dente de la Generalidad, 
Jordi Pujol. «Lamento —te¬ 
legrafiaba escuetamente el 
abad al ministro de la Go¬ 
bernación— profundamente 
detenciones y malos tratos a 
los detenidos en represión 
policíaca ocasión sucesos 
Orfeó Catalá doloroso epí¬ 


logo estancia Gobierno en 
Cataluña. Atentamente su¬ 
yo, abad Montserrat». A lo 
cual contestó no menos es¬ 
cuetamente, mas de forma 
un tanto cabalística, Alonso 
Vega: «Hay que lamentar 
siempre todo cuanto es la¬ 
mentable no olvidando que 
a prudencia en el creer y en 
el decir es indispensable 
para formar v emitir recto 
juicio. Suyo atentamente, 
Camilo Alonso Vega, minis¬ 
tro de la Gobernación». La 
nada habitual sutileza de 
Alonso Vega ¿proponía en 
este texto una refinada adi¬ 
vinación jeroglífica o era una 
dolorida respuesta a quien 
no hacía mucho había califi¬ 
cado de «leal españolista»?. 
No podía recordar sin amar¬ 
gura, el ministro, los gritos 
de imbécil y de traidor con 
que fue obsequiado en una 
cena en Barcelona, en mayo 
de 1 959, en la que se mostró 
confiado y sin prejuicios res¬ 
pecto al abad. Franco comi¬ 
sionó a don Camilo para que 
viajara a Roma y explicara 
al Papa la conducta de Es- 
ré. Lo cuenta con bastante 
detalle Franco-Salgado 
Ara u jo en sus Conversacio¬ 
nes..., y pone en boca del jefe 


del Estado estas palabras re¬ 
feridas a Pujol: «Los minis¬ 
tros ya se habían marchado y 
desde las tribunas se empezó 
a cantar lo que no estaba au¬ 
torizado (...). Intervino, 
como es natural, la policía, 
que hizo varias detenciones. 
Uno de los principales agita¬ 
dores fue el señor Pujol al 
que con mandamiento judi¬ 
cial se le registró el domici¬ 
lio, encontrándosele propa¬ 
ganda separatista v de agita¬ 
ción subversiva». No podía 
Alonso Vega rememorar sin 
inquietud, una a una, las en¬ 
cendidas palabras que poco 
después de la cena en que lo 
llamaron imbécil había di¬ 
cho a Escarré. «Yo tuve con¬ 
fianza en el señor abad (...) v 
el señor abad correspondió 
satisfactoriamente a mis es¬ 
peranzas y di cuenta a quien 
debía y propalé aquella es¬ 
pléndida jornada llena de 
emoción y de patria y el dis¬ 
curso del señor abad v todo 

v 1 

ello me indujo a felicitarle y 
darle las gracias, manifes¬ 
tándole que por aquel ca¬ 
mino podíamos coger juntos 
muy buenas cosechas». Pen¬ 
saría seguramente don Ca¬ 
milo, camino del Vaticano, 
en las 1 30.000 pesetas que 



El abad Escarré on compañía do! cardonal RoncalH (futuro Papa Juan XXIII), duranta 

una visita do «ato último a Montaorrat. 


23 









unos meses antes del imper- 
t inente telegrama, justo en el 
mes de febrero, había conce¬ 
dido al Monasterio para ins¬ 
talaciones sanitarias. Y 
puede que también rememo¬ 
rara el poco caso que había 
hecho al «informe confiden¬ 
cial para el ministro de la 
Gobernación » elaborado por 
el gobernador. Acedo Colun- 
ga, hombre enfático, de irre¬ 
parable y violenta inconti¬ 
nencia verbal, protagonista 
de más de un encontronazo 
con el abad. 

El acto falangista de 
Grano llers 

La «Hoja del Lunes» barce¬ 
lonesa del día 1 de diciembre 
de 1958 publicó una amplia 
información sobre un acto 
falangista celebrado en Gra- 
nollers que sirvió para que el 
gobernador disparase su ar¬ 
tillería pesada contra el re¬ 
brote de separatismos, «el 
retoño de algo que contri¬ 
buye a establecer una dife¬ 
rencia entre los españoles». 
En otras palabras, que Acedo 
había detectado peligrosos 
movimientos catalanes; que 
éstos se nucleaban en torno a 
Montserrat v que no estaba 
dispuesto a tolerar, por nin¬ 
guno de los medios, la sub¬ 
versión. Para que no hubiese 
duda de por dónde iban los 
tiros, hablaba Acedo de la 
impunidad de Fueros conce¬ 
didos por el Estado y de 
«sentimientos hondos que 
están en nuestras raíces y en 
nuestra alma». Y po¡ si to¬ 
davía la directa y clara ora¬ 
toria del general pudiera re¬ 
sultar ambigua o a alguien se 
le antojase abstrusa, car¬ 
gaba la suerte en esta veró¬ 
nica de honda raigambre 
nacionalcatólica: «... noso¬ 
tros que amamos a Dios, que 
recibimos la Santa Comu¬ 
nión y que respetamos lo que 

24 


supone el sacerdocio tanto 
en el orden espiritual como 
en el orden español (...) no 
estamos dispuestos a tole¬ 
rar...». Parece ser que en un 
momento de debilidad, el 
general Gobernador (civil) 
perdió terreno. «... No sé si 
estamos en posesión de la 
verdad», confesó. Mas se 
enmendó enseguida v re¬ 
mató con esta met ía: «Pero 
de la verdad española sí es¬ 
tamos en posesión». Pese a 
tales arrebatos patrióticos, 
enmarcados casi siempre en 
una irreversible devoción fa¬ 
langista, Franco no tenía 
demasiada buena opinión de 



Luis Martínez de Gal)nsega* durante un 
tiempo Director de «La Vanguarda»* 


Acedo, al que reconocía, sin 
embargo, su lealtad. Si he¬ 
mos de creer a Franco- 
Salgado, el Invicto habría 
dicho en cierta ocasión: 
«Acedo es muy buena per¬ 
sona v un gran político, pero 
a veces dice cosas que de¬ 
biera tener calladas». Su 
épica y su lírica y hasta su 
mística falangista, le crea¬ 
ron algunos roces con el mi¬ 
nistro de la Gobernación v 
con los alcaldes de Barce¬ 
lona que, aunque contaban 
con el beneplácito del Pardo, 
no tenían suficientemente 
acreditada para el Goberna¬ 


dor su pureza de sangre es¬ 
pañola. La respuesta de Es- 
car ré fue casi instantánea. 
Aprovechó la Fiesta de la 
Inmaculada, ocho días des¬ 
pués, y empezó diciendo que 
si se acusaba a la Iglesia de 
no cumplir como tal que mi¬ 
rase el Estado cómo cu mplía 
él. Defendía la verdad que la 
Iglesia predicaba —Escarré 
se mantuvo en esta homilía 
en el ámbito generalizado de 
la Iglesia universal— y que 
«si esta verdad no es agrada¬ 
ble a los que gobiernan, que 
cambien ellos». Es el primer 
enfrentamiento frontal. Y, 
aunque matiza dascon cierto 
espíritu pastoral, se expre¬ 
san ya acusaciones muy con¬ 
cretas, como se deduce de un 
párrafo en el que viene a de¬ 
cir que no es suficiente co¬ 
mulgar con Cristo, sino tam¬ 
bién con las ideas de la Igle¬ 
sia, «que son ideas de liber¬ 
tad (...), de bienestar social». 

Y siempre en el terreno, de¬ 
liberadamente superestruc¬ 
tura! de «la Iglesia», termina 
afirmando que ésta pretende 
estar siempre de acuerdo con 
todos los poderes, especial¬ 
mente con el poder del Esta¬ 
do, pero que ello sólo podrá 
llevarse a efecto en el marco 
de la «verdad, la libertad y la 
justicia». Esta vez el tempe¬ 
ramental Acedo había ha¬ 
llado una respuesta inespe¬ 
rada. ¡ raneo tenía una idea 
peregrina de cómo conquis¬ 
tar a los catalanes, conquis¬ 
tarlos en el sentido de atraer, 
que en el otro, en el estricta¬ 
mente militar, bastaban los 
hechos de armas del 36-39. 
Decía Franco que al «catalán 

se le convence con el ejemplo 
y la austeridad». Convencer, 
¿de qué? De lo que fuere, lo 
cierto es que la prepotencia 
del «entourage» franquista 
que se instaló en Cataluña 
tenía órdenes muy concre¬ 
tas: acabar con tocios los in¬ 
cite ios de catalanismo, de- 




Franco en Barcelona, pasando revista a las tropas, durante una de sus breves estancias en la Ciudad Condal 


gradar una cultura, sepultar 
una lengua. Y lo ejecutaba 
con diplomacia más o menos 
refinada, pero con objetivos 
claros. En este contexto po¬ 
dría incluirse el «casoGalin- 
soga, el del exabrupto «todos 


los catalanes son una mier¬ 
da», patología anticatala¬ 
nista tan evidente y despro¬ 
porcionada que le costó el 
puesto. Pero no sino después 
de una caliente campaña que 
duró varios meses. 


El caso Galinsoga y el 
informe Acedo 

Luis de Galinsoga, director 
de «¡.a Vanguardia», era, ob¬ 
viamente, un hombre de con- 

25 












































Ó#} abad dom Auralii Escarré, en 


El cardan&l Ron cali) (futuro Juan XXIII), an compañía 

la Biblioteca del Monasterio da Montserrat 


fianza. Lo evidencia una 
biografía delirante, servi- 
lista y hortera que escribió 
de Franco: «Centinela de Oc¬ 
cidente». Era, además, de 
ese tipo de aduladores o con¬ 
vencidos cuyos actos trasva¬ 
san e i imposible rubor de sus 
mejillas a la inocencia sor¬ 
prendida de los demás. Sólo 
que también, como Acedo, 
era de una acusada inconti¬ 
nencia verbal con la que su¬ 
blimaba una no improbable 
inclinación a la violencia. El 
21 de junio de 1959 no creía 
Galinsoga que se estaba fra- 

26 


guando su definitiva desgra¬ 
cia v que su autoínmolación 
ni siquiera le iba a ser reco¬ 
nocida. Su estentóreo grito 
en la sacristía de la parro¬ 
quia de San Ildefonso, con el 
que evidenciaba su disgusto 
por un sermón en catalán, 
iba a terminar con su carrera 
periodística v política o, me¬ 
jor dicho, con parte de sus 
cargos. Cuando la cosa se 
puso imposible, el Centinela 
de Occidente se inhibió y 
dejó que lo defenestraran. 
Incluso, si hemos de creer a 
Franco-Salgado, se expresó 


en términos bastante des¬ 
pectivos para el leal biógrafo 
v panegirista: «... lo que le 
ocurrió no fue por hacer pro¬ 
paganda a mi favor, sino por 
su conducta irreflexiva in¬ 
sultando a los catalanes. Es 
muy cómodo decir que todo 
lo que le pasa es por las cam¬ 
pañas que ha hecho a mi fa¬ 
vor. Como si fuera el único 
periodista que las ha hecho». 
Fría e imperturbable radio¬ 
grafía del periodismo de la 
época. Casi ocho meses duró 
la lucha de los catalanes con¬ 
tra Galinsoga para hacerlo 
desaparecer de la cabecera 
de «La Vanguardia». Para ser 
exactos, cinco. Pues, aunque 
la primera octavilla redac¬ 
tada en catalán y con el tí¬ 
tulo «Todos los cata lañes son 
una mierda, Luis de Galin¬ 
soga» está fechada en julio, 
fue tirada, según testimonio 
de Jordi Pujol, en octubre. 
Boicot del periódico, al que 
se sumaron muchos vende¬ 
dores, quema de e jemplares, 
octavillas manifestaciones... 
Todo fue válido para que Ga¬ 
linsoga pagase la afrenta. 
Estaba claro que el clima de 
perturbación y activismo 
que su actitud había produ¬ 
cido no gustaba en el Pardo y 
que se le haría pagar. Electi¬ 
vamente, cuando viajó a 
Madrid, Franco no quiso re¬ 
cibirlo y cuando regresó a 
Barcelona había sido cesado. 

El Gobierno, sin embargo, 
no olvidaría fácilmente el 
hecho ni la claudicación 
obligada. Tres meses des¬ 
pués tuvieron lugar los suce¬ 
sos del Palacio de la Música, 
ya relatados. La dureza em¬ 
pleada, especialmente con¬ 
tra Jordi Pujol que tras ser 
torturado fue condenado a 
seis años de cárcel, demues¬ 
tra que la campaña contra 
Galinsoga no se había olvi¬ 
dado. Pujol había sido el 
primer responsable de la ac¬ 
ción. Una acción colectiva en 












































cuyo manifiesto final se ieía: 
«La misma voluntad unᬠ
nime obtendrá mediante 
una campaña de defensa de 
la lengua y de la cultura ca¬ 
talana: Escuelas catalanas, 
Prensa libre en catalán. Ofi¬ 
cialidad de nuestro idioma. 
Cataluña tiene la iniciativa». 
No estará de más reproducir 
aquí la carta que el párroco 
increpado mossén Laquer, 
dirigió a los pocos días a Luis 
de Galinsoga, plena del me¬ 
jor humor y de la más fina 
ironía. La carta fue amplia¬ 
mente difundida en la cam¬ 
paña: «Honorable señor: el 
pasado domingo día 21, 
mientras se celebraba en 
esta iglesia la misa parro¬ 
quial, se presentó en la sa¬ 
cristía un individuo que, uti¬ 
lizando esta tarjeta que lleva 
el nombre de usted y que le 
adjunto, en forma grosera e 
incorr ecta se permitió profe¬ 
rir unas frases soeces contra 
el infrascrito v contra sus fe¬ 
ligreses. Como debe tratarse, 
indudablemente, de un caso 
de suplantación de persona¬ 
lidad, pongo el caso en cono¬ 
cimiento de usted para que 
pueda tomar las medidas 
pertinentes y evitar que en lo 
sucesivo ocurran escenas de 
esta índole, que podrían re¬ 
dundar en menoscabo de la 
buena fama de honorabili¬ 
dad y caballerosidad de que 
goza usted entre los ciuda¬ 
danos de Barcelona. Con el 
mavor afecto. Firmado: El 
Páiroco». Ni qué decir tiene 
que Galinsoga reaccionó ira¬ 
cundamente contestando 
que nada de suplantación de 
personalidad, que él mismo 
en persona había expresado 
la protesta. Protesta que, en 
aquellos momentos, exten¬ 
día a las autoridades ecle¬ 
siásticas. 

La Nota informativa reser¬ 
vada del gobernador Acedo, 
. aún refiriéndose a la situa¬ 
ción general y siendo exten¬ 


siva a todo el clero catalán, 
hace especial hincapié en el 
abad Escarié y en Montse¬ 
rrat a los que responsabiliza 
de todas las manifestacio¬ 
nes, sea de la índole que 
sean, contrarias al Régimen 
y de atizar, so capa de reli¬ 
giosidad, el fuego separatis¬ 
ta. Merece la pena transcri¬ 
bir algunos párrafos, cuyo 
espíritu es idéntico al del 
discurso de Granollers, ya 
que de las mismas fechas da¬ 
tan ambos. «La influencia de 
Montserrat siempre ha sido 
ejercida en defensa de quie¬ 
nes han sido justamente cas¬ 
tigados por su actuación 
contra el Régimen». Y re¬ 
cordaba que en las huelgas 


estudiantiles del 56,el «abad 
Escarré escribió una carta al 
Generalísimo pidiendo cle¬ 
mencia por los sanciona¬ 
dos». De la respuesta se en¬ 
cargó Carrero Blanco que 
atribuyó los alborotos a tur¬ 
bios manejos de los comu¬ 
nista s. Por lo cual, a partir de 
entonces, era común idea del 
Gobierno que en Montserrat 
se hacía el juego al comu¬ 
nismo. El informe está hen¬ 
chido de una pueril hoja¬ 
rasca retoricista v vacua. E 

ur 

incurre en desatines que uno 
no sabe si atribuirá una trai¬ 
ción del subconsciente o son, 
sencillamente, exposición 
automática de un caos men¬ 
tal. Así cuando dice que el 



La esposa del general Franco rindiendo culto a «La More neta», durante una visita del 

matrimonio Franco al Monasterio de Montserrat- 


27 































padre Escarré «cree ser el 
hombre elegido por Dios 
para dar la libertad a Cata¬ 
luña. Nótese que Acedo ha¬ 
bla de libertad, no de sepa¬ 
ración o independencia. Este 
desliz terminológico es co¬ 
rregido más adelante al ha¬ 
blar de los objetivos políti¬ 
cos de las maniobras del 
abad, que se concretarían en 
«un cambio de régimen para 
(...) lograr un Estado catalán 
independiente totalmente 
del resto de España». La 
cuestión se enreda un poco 
más adelante cuando habla 
del sistema en que se llevaría 
a cabo esa independencia 
que sería, «un sistema de¬ 
mocrático, dentro del cual, 
para garantizar su perma¬ 
nencia, y darle un sello 
aburguesado, es preciso la 
formación de un «Partit De- 
mocratic Cristiá de Cata¬ 
lunya», que agrupe a lo más 

selecto del Principado y que 
permita a Montserrat ser el 
centro político y espiritual 
del naciente Estado». Las 
publicaciones de la Abadía 
tampoco podían salvarse. 

Todas tenían un signo 
católicoseparatista y esto, 
para alguien que se había 


públicamente declarado fer¬ 
viente cristiano, v comul- 

* wf 

gante diario, debía ser muy 
doloroso. Porque esa fe se 
asentaba sobre la política de 
la unidad a rajatabla, ésta 
en el Imperio v éste, a su vez, 
legitimaba su origen divino 
por su condición de martillo 
de herejes. Naturalmente 
entre esas publicaciones es¬ 
taban las revistas «Germi- 
nabit» y «Seria D'Or». 

La tormenta de «Le 
Monde». El trueno de 

Fraga 

Liberado de sus obligaciones 
abadiales, aunque seguía os¬ 
tentando ei título, en 1961, 
Escarré mantenía por en¬ 
tonces contactos bastante 

frecuentes con las fuerzas de 
la oposición que en los cin¬ 
cuenta había ido conociendo 
y, en ocasiones, acogiendo. 
En estos contactos se plantea 
la posibilidad de que la Igle¬ 
sia definiera claramente una 
postura de rechazo al Régi¬ 
men franquista. Esto, en 
todo el Estado era imposible 
v así lo expresó Escarré que 
entabla gestiones con algu¬ 


nos obispos acompañadas 
del é xi to c j u e p ued e supon er- 
se. Los pasos de la historia le 
encaminaban, pues, al com¬ 
promiso definitivo. El am¬ 
biente estaba preparado. 
Faltaba un leve impulso, una 
sugerencia. Y, como en otros 
momentos decisivos, ésta le 
vino de Josep Benet y de Al- 
bert Manent. El día 14 de no¬ 
viembre de 1963, el perió¬ 
dico parisino publicaba la 
opinión del abad recogida 
por José Antonio Nováis. 

Poco después, Bergamín 
que, como primer firmante 
de la parta contra la repre¬ 
sión en Asturias, había te¬ 
nido que salir huyendo, de¬ 
claraba en Uruguay: «Si las 
declaraciones hechas por el 
abad de Montserrat fueran 
conocidas por los españoles, 
bastarían para derribar al 
Régimen». El Español re¬ 
cuadró la afirmación v le 
añadió una coletilla, «vamos 
a ver si es verdad». Cierta¬ 
mente la profecía de Berga¬ 
mín no se cumplió y el Minis¬ 
terio de Información montó 
un impresionante disposi¬ 
tivo de propaganda que 
ocupó varias páginas del 
semanario y otras más en 
números siguientes dedica¬ 
das a la espontánea exaspe¬ 
ración de los lectores. Junto 
al texto íntegro, que Fraga 
decidió publicar contra el 
parecer de parte del Gabi¬ 
nete que hubiese prei erido el 
silencio, una vasta respues¬ 
ta. Cuenta Franco-Salgado 
que Franco dijo: «Fraga ha 
tenido la iniciativa de publi¬ 
carlas en El Español y no 
queda más remedio que re¬ 
futarlas». De acuerdo con la 
teoría de que «nunca tuvo 
España un Gobierno tan ca¬ 
tólico como los que ha tenido 
el Régimen que nació en la 
Cruzada», se cargaron las 
tintas en la literatura pane¬ 
girista de los Papas, de las 
altas jerarquías de la Iglesia 



Josép Sane* 


28 


















* 



Camilo Alonso Vega, durante las Elecciones Municipales de 1966. 


española y en el martirio de 
religiosos en zona roja. Se 
incluían informes de los dis¬ 
tintos Ministerios aludidos 
en la entrevista vía tirada de 
El Español se elevó a una ci- 
frarécord:70.000 ejemplares. 

Su director, Angel Ru ¿z Ayú¬ 
car, lúe el encargado de di¬ 
señarla estrategia de réplica 
y de organizar todo el mate¬ 
rial. Ruiz Ayúcar ha contado 

w 

la peripecia con detalle en su 
libro «Crónica agitada de 
ocho años tranquilos, í 963- 
197 !». ILl mismo se encargó 
de la redacción v algo hace 
suponer que, bien fuera por 
las reticencias de Franco a la 

publicidad del hecho, bien 
porque algo no marchara del 
todo bien, Ruiz Ayúcar se vio 
obligado posteriormente a 
autojustificarse. Véase si no, 
una nota di se reta mente a pie 
de página en el citado libro 
que, bajo pretexto de expli¬ 
car el mecanismo censorial, 
introduce sutilmente los 
conceptos de responsabili¬ 
dad v de lealtad al Sistema: 
«En aquella época todavía 
existía censura previa de 
Prensa. El Español no la pa¬ 
saba, lo que trasladaba a su 
director la plena responsabi¬ 
lidad de su contenido, in¬ 
crementada por el hecho de 
que la «empresa» era el pro¬ 
pio Ministerio de Informa¬ 
ción, a través de la Dirección 
General de Prensa. La inde¬ 
pendencia funcional del di¬ 
rector del semanario era si- 
mi lar a la de los directores de 
otras publicaciones institu¬ 
cionales y superior a la de 
algunas empresas privadas, 
independencia perfecta¬ 
mente " compatible con la 
lealtad a la linea política del 
Gobierno, ya que de no estar 
de acuerdo con ella lo ho¬ 
nesto era marcharse». La re¬ 
sonancia de los asertos de 
dom Escarié sorprendieron 
sobre todo, según Ruiz Ayú¬ 
car, por proceder de tan alta 


magistratura de la Iglesia. 
Ahí radicaba la verdadera v 
estruendosa novedad «va 
que los españoles del bando 
nacional, clérigos o seglares, 
eran conscientes de que lu¬ 
chaban a la vez por Dios y 
noria Patria, por liberar a la 
Iglesia de la persecución 
marxista...». Para conservar 
esta imagen, el abad del Va¬ 
lle de los Caídos salió al paso 
en unas manifestaciones a 
La Voz de Albacete que fue¬ 
ron profusamente reprodu¬ 
cidas por varios periódicos. 
En ellas calificaba a Escarré 
de intrigante y enredador y 
afirmaba que «esta actitud 
contra el Gobierno de Es¬ 
paña que sostiene la fe de 
los españoles, apoya a la 
Iglesia, y labora por el pro¬ 
greso y la paz, resulta indig¬ 
na». Con parecidos adjetivos 
calificaba a Escarré el 
obispo de Tortosa. Pero éste 
ya escogió un medio interna¬ 
cional para ponerse a la al¬ 
tura del contestatario abad, 


1/A v ven Ir, de Italia. Como 
español y como obispo se 
lamentaba de que el «solven¬ 
te» P. Aureli Escarré hubiera 
hecho esas afirmaciones que 
lo convertían en «insolvente 
v parcial». Tres palabras 
completaban el retrato: in¬ 
trigante, tendencioso y falso. 
La carta fue publicada tam¬ 
bién por el Times. Veamos 
ahora un extracto de la con¬ 
trovertida entrevista conce¬ 
dida a Le Monde: 

Sobre la guerra civil. —Es¬ 
paña sigue aún dividida en 
dos partidos. Tras de noso¬ 
tros no tenemos veinticinco 
años de paz, sino veinticinco 
años de victoria. Los vence¬ 
dores, incluida la Iglesia, 

que fue obligada a luchar al 
lado de estos últimos, no han 
hecho nada para acabar con 
esta división entre vencedo¬ 
res y vencidos. 

Sobre la catolicidad del Ré¬ 
gimen. —Este Régimen se 
dice cristiano, pero el Estado 

29 











Concentración tn Montserrat, el 27 de abril de 1947, con asistencia de unas cien mil personas. (Foto publicada en «Sorra O'Or», 

en abril de 1977), 


no obedece a los principios 
básicos del Cristianismo. 
{...). Ala luz de ésta —la encí¬ 
clica Pacem in ! errs— i a 
primera subversión que 
existe en España es la del 
Gobierno (...). La falta de in¬ 
formación es contraria a la 
doctrina de la Iglesia y esto 
debe crear problemas de 
conciencia a los dirigentes 
católicos de un Estado que si 
no cambia de principios po¬ 
líticos no puede decirse cató- 
lico. 

Sobre Cataluña.—El Régi¬ 
men obstaculiza el desarro¬ 
llo de la c ul tu ra ca t a la na (...). 
Hemos escrito una carta al 
'Vicepresidente del Gobier¬ 
no, capitán general Muñoz 
Grandes, pidiéndole entera 
libertad para la cultura cata¬ 
lana. Hasta ahora no hemos 


recibido respuesta (...). 
Ahora quien le habla es el 
hombre de Iglesia, no ya el 

catalán, parad que defender 
la lengua no es sólo un deber, 
sino más bien una necesidad. 
Cuando la lengua se pierde, 
la religión tiene tendencia a 
per de) se también. Esto ha 
sucedido ya en otros sit ios... 

Sobre el pueblo y la situa¬ 
ción social. —La legislación 
es, en general, correcta, pero 
el Gobierno no hace aplicar 
la Lev. El nivel de vida se ha 
elevado, pero no el nivel cul¬ 
tural ni el sentido del respe¬ 
to mutuo. La falta de justi¬ 
cia social da miedo. He es¬ 
tado últimamente en Anda¬ 
lucía y he podido advertirlo 
por mí mismo{...). El pueblo 
español es mucho más eu¬ 
ropeo de lo que se cree (...). 


Aunque e) Régimen no haga 
nada por fa vorecer ese euro- 
peísmo. 

La s repercusione s se de jaron 

sentir también en el Monas- 

* 

terio. Una comunidad divi¬ 
dida tenía que producir, ne¬ 
cesariamente, situaciones de 
conflictividad hasta el ex¬ 
tremo que llegó a pensarse 
en una nueva Fundación en 
Barcelona. Ro nía intervino y 
tras una visita al Vaticano 
del abad coadjutor, Gabriel 
M.Brasó, se recomendó a 
Escarré que dejase una tem¬ 
porada el Monasterio y no di¬ 
ficultase las tareas de go¬ 
bierno de Brassó. Aceptó de 
buen grado Escarré y hasta 
se conserva una carta del 
mismo en la que afirma que 
fue él quien sugirióla impo¬ 
sibilidad de continuar en 


30 



























Montserrat. Pero a! mes si¬ 
guiente, marzo de 1965, es¬ 
cribía al obispo de Vich que 
dejaba Cataluña por las pre¬ 
siones que el Gobierno de 
Franco había ejercido sobre 
la Santa Sede. «Esta indica¬ 
ción de la Secretaria de Es¬ 
tado es la única y auténtica 
causa de mi alejamiento».El 
citado director de E! Espa¬ 
ñol, Ruiz Avúcar, apostilla 
que la verdadera razón era 
que un «ochenta y seis por 
ciento de ios monjes», exac¬ 
tamente, le eran hostiles. 

Esta afirmación porcentual, 
a pesar de constatar la divi¬ 
sión de la comunidad por 
aquellos días, no ha sido po¬ 
sible confirmarla con los da¬ 
tos extraídos de la abadía. 
Ruiz Avúcar atribuye a Es- 

mr 

carné («Crónica agitada de 
ocho años tranquilos, 1963- 
1970») incansables activi¬ 
dades v maniobras en el ex- 
tranjero para desestabilizar 
el Régimen. Entre ellas, 
«destacan los contactos con 
Alvarez del Vavo que dirigía 
desde Milán una acción te¬ 
rrorista contra nuestra na¬ 
ción». También afirma que 
«las primeras declaraciones 

del ex abad al llegar a Italia 
fueron a «L'Unitá», órgano 

oficia! del Partido Comunista 
italiano». Cuáles fueran las 
causas del brusco viraje de 
Escamé, ai cambiarla volun¬ 
tarle dad de su salida en un 
destierro forzado, no parece 
haber, por el momento, ele¬ 
mentos serios de juicio que 
puedan aclarar as. Sólo ca¬ 
ben las conjeturas. En este 
terreno, no parece descabe¬ 
llado suponer que si las ac¬ 
tuaciones de Escarré habían 
estado en los últimos años 
constantemente politizadas 
y como políticas habían sido 
det inida s sus decl araciones a 
Le Monde, política habría de 
ser también su salida hacia 
Viboldone, De hecho, 1 legó a 
tener casi, tanta resonancia 


como aquéllas. «Para inter¬ 
pretar el hecho sin ninguna 

suerte de dudas tendríamos 
que disponer de la documen¬ 
tación del Vaticano y de los 
archivos de la Embajada de 

España en Roma, del Minis¬ 
terio de Asuntos Exteriores v 
de i a Nunciatura de Madrid, 
archivos evidentemente ce¬ 
rrados a cal y canto durante 
muchos años». Esta es la 
opinión de quien, posible¬ 
mente, con más sistematiza¬ 
ción y continuidad ha estu¬ 
diado la historia del Monas¬ 
terio, Josep Massot i Munta- 
ner. El PadreAureli M. Esca¬ 
rré, abad de Cataluña, murió 
en Barcelona, el 21 de octu¬ 
bre de 1968. EÍ 24 era ente¬ 
rrado en Montserrat en olor 
de multitudes. 

Franco sin palio 

Tal afición le tenía el Invicto 
a Montserrat que momentos 
hubo en que el gobernador 
de tumo amenazaba al dís¬ 
colo Monasterio, como si de 
un castigo se tratase: 


«Franco no volverá a Mont¬ 
serrat». Y volvía. 1966 fue la 
última visita. Con Escarré en 
el exi lio debió pensar que era 
la ocasión propicia para res¬ 
taurar un sistema de rela¬ 
ciones excesivamente dete¬ 
riorado. Era dudoso que se 

restableciera la paz y ante 
estas dudas los organizado¬ 
res recurrieron a un truco 
constante en las manifesta¬ 
ciones de adhesión franquis¬ 
tas: llenar el Monasterio de 
autocares repletos de fervo¬ 
rosos que asegurarían una 
recepción multitudinaria y 
entusiasta. Pero algo empe¬ 
zaba a marchar mal. El abad 
Brassó se hallaba de viaje 
por el extranjero, circuns¬ 
tancia que ninguna autori¬ 
dad del séquito instalado en 
Pedralbes se atrevía a comu¬ 
nicar al Jefe del Estado. Por 
primera vez, el habitual re¬ 
frigerio que el Caudillo se 
hacía servir desde Pedralbes 
se suspendió. El camión de 
avituallamiento llegó hasta 
la abadía, pero alguien le dio 
orden de regresar. En ausen¬ 
cia del abad, Franco fue re- 



El dictador durante una aloeudán ante las Cortes 


31 



















cibido por el prior . Cassia 
Tust. al que ni dirigió la pa¬ 
labra. Por primera ve/., 
Franco no entraba en el tem¬ 
plo bajo palio. Pero ello no 
tenía la intencionalidad po¬ 
lítica que entonces se le 
quiso >.iar. Ocurrió, simple¬ 
mente, que el Concilio Vati¬ 
cano II había prohibido el 
uso de i palio para meneste¬ 
res semejantes. A pesar del 
Vaticano n, el retintín del 
desaire quedó en el ambien¬ 
te. 1 ¡aricano Goñi, cuando 
poco después se encargó del 
Gobierno Civil de Barcelona, 
llegó a preguntar, pesaroso 
de que hasta la Liturgia se 
hubiese puesto tan in¬ 
oportunamente en contra, 
«¿Porqué tenían que empe¬ 
zar ustedes?». Contraria¬ 
mente a lo que había ocu¬ 
rrido en anteriores visi tas en 
las que el silencio y el reco¬ 
gimiento eran las notas do¬ 
minantes, esta vez el públi¬ 
co, el entusiasta de ios auto¬ 
cares, aplaudió en el templo 
la presencia del general. Por 
ello, el padre prior, termina¬ 
das las ceremonias, pidió 


d iscuI pa s a Su Excelencia. A 
lo cual Su Excelencia con¬ 
testó con laconismo castren¬ 
se: «gracias». Fue la única 
palabra que pronunció a lo 
largo de toda la visita. Y par¬ 
tió. El evidente abandono de 
la gracia divina lo pagó el 
Gobernador Civil de Barce¬ 
lona que lúe cesado al poco 
tiempo. Un joven mon je, que 
por entonces estudiaba en 
Alemania, recibió una carta 
de un compañero. En ella se 
detallaba la presencia de 
¡ raneo con bastante preci¬ 
sión v, finalmente, incluía el 
juicio público y rotundo de 
una de las autoridades 
acompañantes: «estos frailes 
de Montserrat son unos ca¬ 
brones». Y es que se habían 
dado demasiadas coinciden¬ 
cias: la reforma de la Litur¬ 
gia, el viaje por extranjero 
del padre abad, el traslado a 
Génova de una reunión 
mundial de abades prevista 
para aquellos días en la aba¬ 
día. Y un hecho, no casual 
sino consecuencia directa de 
la represión, que, aunque no 
inlluvera directamente e n el 


tono de la visita, había aler¬ 
tado la conciencia del clero 
de Cataluña: los sucesos, aún 

muv recientes de la Vía La- 

* 

yetan a. 

La paliza de Vía 
Layetana 

La marcha pacífica y silen¬ 
ciosa que ciento treinta sa¬ 
cerdotes iniciaron el 11 de 
mavo de 1966 desde la cate- 
dral hacia la Comisaría de 
Via Layetana terminó en una 
granizada de golpes. Los he¬ 
chos golpearon duramente 
sobre los ánimos, ya bás¬ 
tente tensos, de los curas ca¬ 
talanes. Esto, aparte de que 
los guardias golpearan pre¬ 
cisa e implacablemente ton¬ 
suras y sotanas. «Puede que 
nuestros hermanos policías 
se indignen», había aventu¬ 
rado cándidamente uno de 
losoradores en la catedral. Y 
vaya si se indignaron. El ob¬ 
jetivo de la marcha era en¬ 
trega r una carta al inspector 
jefe de la Brigada de Investi¬ 
gación Social en la que se 



P 

Asamblea de Montserrat, durante tos anos 70* (Foto publicada en diciembre de 1980 en «Serra DOr»), 


32 











protestaba por los malos tra¬ 
tos al estudiante Joaquín 
Boix Lluch. Los periódicos 
fueron tan rotundos con los 
manifestantes en su juicio de 
intenciones, como los poli¬ 
cías con la contundencia de 
sus porras. Por ello y ante la 
imposibilidad de acceder a 
la opinión pública se impri¬ 
mió en Montserrat un in¬ 
forme en el que explicaban 
los sucesos. Esta especie de 
pliego de descargo a punto 
estuvo de ser intervenido por 
la Policía. Pero cuando los 
inspectores se personaron en 
el Monasterio, ya Marcos 
Taxonera había puesto a 
salvo el fo! ; eto. Este comen¬ 
zaba: «Con el cuerpo dolo¬ 
rido y atacada nuestra fama 
con palabras calumnio¬ 
sas...». la carta al inspector 
jefe hacía hincapié en la 
dignidad de la persona hu¬ 
mana predicada por la doc¬ 
trina de la Iglesia y promul¬ 
gada en la Declaración Uni¬ 
versal de los Derechos del 
Hombre, «ninguna persona 
será sometida a tortura ni a 
penas o tratos crueles, in¬ 
humanos o degradantes». 


Citaba algunos trozos de en¬ 
cíclicas y del Vaticano II y 
exhortaba al señor inspector 
jefe a «que también usted 
promueva para con los ciu¬ 
dadanos un trato que esté 
conforme con ellas». Parale¬ 
lamente, se enviaba otra mi¬ 
siva al arzobispo, doctor 
Modrego, explicándole los 
motivos de la marcha. 
«Creemos que ante la perple¬ 
jidad y aun e! escándalo del 
pueblo, que identifica a la 
Iglesia con unas formas de¬ 
terminadas de poder, tene¬ 
mos la grave obligación de 
ser signos y salvaguarda del 
carácter de la persona hu¬ 
mana (...). Con este gesto no 


queremos comprometer ofi¬ 
cialmente a la Iglesia, pero 
(...) rogamos a V. Excia. que 


acepte este compromiso 



El atoad Just y Joan Miró, al 12 da mayo de 1975. 


nuestro que, según nuestra 
conciencia, cae plenamente 
en el ámbito de nuestras más 
graves y perentorias obliga¬ 
ciones pastorales...». A con¬ 
tinuación, los redactores del 
informe pasaban a describir 
los hechos. Transcribiré 
parte de esta narración, al¬ 
gunos párrafos en catalán 
para no desvirtuar la capa¬ 
cidad plástica ni la fuerza 
expresiva de la misma, «Uno 
de los agentes nos preguntó a 
grandes gritos qué quería¬ 
mos. Uno de nosotros con¬ 
testó que llevábamos una 
carta dirigida al serñor 
Creix. Los agentes gritaron 
que no querian ninguna 
carta dirigida al señor 
mos rápidamente. Contes¬ 
tamos que nos retiraríamos 
de manera silenciosa, pero 
que cogiesen la carta. Por 
toda respuesta la fuerza pú¬ 
blica comenzó a pegarnos 
con las porras. Hacía exac- 
tamen te veinte segundos que 
habíamos Negado». A partir 
de entonces, todo puede re¬ 
sumirse en esta sencilla na¬ 
rración: «Aparagueren més 
policies uniformáis i s,uni- 
ren ais que esta ven flagellant 


els sacerdots i religiosos. 
Nombrosos agents de la Po¬ 
licía Secreta que, fins ale- 
sohores, s, havien iimitat a 
observar, es van afegir 
també ais que pegaven. 
Erem pegats amb un furor 
est rany, a la cara al cap, a les 
espatlles, amb porres, cops 
de puny i puntades de peu». 
Sin descanso la policía si¬ 
guió golpeando a diestro y a 
siniestro y golpeaba, según 
e! informe que estoy si¬ 
guiendo, «de la manera més 
baixa, com la puntada de 
peu al baix ventre». Las con¬ 
clusiones del escrito, califi¬ 
cado como «Información 
privada a los militantes» y 
con e! que se solidarizaban 
una veintena de organiza¬ 
ciones religiosas, eran claras 
y terminantes, aún insis¬ 
tiendo en la ausencia de mó¬ 
viles políticos de la marcha. 
Véanse tres de estas conclu¬ 
siones, posiblemente las más 
significativas: «La campaña 
desencadenada por un gran 
número de órganos de pren¬ 
sa, por la radio y la televi¬ 
sión, no sólo ha recurrido al 
insulto, sino que ha sido ca¬ 
lumniosa ai acusar a los 

33 





















Cuatro portadas de la revista «Serra D Or». Tres de ellas publicadas durante la Dictadura 


sacerdotes de provocadores»; 
«es sospechoso que la capa¬ 
cidad de escándalo se mani¬ 
fieste esta vez con tanta pro¬ 
fusión y que no haya, en 
cambio, reacciones semejan¬ 
tes de escándalo nacional 
ante las sesenta pesetas de 
salario mínimo, ante la de¬ 
formación sistemática de la 
información, ante los abusos 
legales que impiden los de¬ 
rechos de libre asociación, 
de reunión, de expre¬ 
sión, etc.»; «si alguno tiene 
miedo de que el ponerse al 
lado de los oprimidos puede 
originar anticlerica ismo, 
que piense si no ha originado 
más al ponerse del lado de 
los poderosos. Nosotros, con 
nuestro gesto, hemos que¬ 
rido adoptar una actitud 
evangélica a íavor de los po¬ 
bres y de los que sufren ». En 
Madrid, siguiendo las direc¬ 
trices del gobernador de 
Barcelona, Acedo Colunga, 
se seguía pensando que las 
reacciones antirrégimen de 
los curas cata lañes eran cosa 
de una minoría exaltada, 


manejada por el abad de 
Montserrat. Mas lo cierto era 

que, sin ser un fenómeno ge¬ 
neralizado, debido sobre 
iodo a la postura correctora 
del arzobispo, la contesta¬ 
ción y el compromiso polí¬ 
tico se iban ampliando a ex¬ 
tensas parcelas del clero ca¬ 
talán. 

Casiá Just, tras los 
pasos de Escarré 

«Este señor es peor que el 
otro», cuentan que exclamó 
Franco cuando conoció las 
declaraciones que Cassiá 
Just concedió a la Televisión 
bávaraen 1969. Siguiendo el 
ejemplo de Escarré, cuyos 
criterios no siempre había 
compartido, el abad electo 
en 1966 en sustitución de 
Brassó denunció lia tortura. 
El Gobernador, a la sazón 
Garicano Goñi, llamó a capí¬ 
tulo ai abad. Se produjo una 
reunión bastante tensa y el 
irritado Gobernador con¬ 
minó a que explicara si aque¬ 


llas afirmaciones, cuya 
transcripción tenía delante, 
eran o no ciertas. El Abad 
respondió que sí, que en li¬ 
neas generales aquello res¬ 
pondía a sus palabras, pero 
que él sólo se refería al País 
Vasco. Descartada la tortura 
al ámbito catalán, Garicano 
Goñi pareció más aliviado. Y 
para reafirmar su inocencia, 
según un testigo presencial, 
mandó entrar a un comisario 
v preguntó a los presentes, 
«a ver, ¿tiene este hombre 
cara de torturador?». A 
modo de reconvención, Ga¬ 
ricano indicó a Cassiá Just 
que los «trapos sucios se la¬ 
van en casa», a lo que el be¬ 
nedictino respondió que lo 
haría si se le permitiese. No 
estaba el Gobierno, que 
aquellos días había decre¬ 
tado el estado de excepción 
en Euskadi, para tales per¬ 
misiones. Y, según cuenta 
Franco Saigado-Aí aujo en 
las «Conversaciones» con su 
primo, éste estaba tremen¬ 
damente irritado con Just. 


34 
















































Esto es, textualmente, lo que 
el Jefe del Estado habría 
manifestado: «En vez de ha¬ 
cerse eco de todas esas ca¬ 
lumnias, hubiera debido 
darme cuenta de todo ello, 
aportando testigos y pruebas 
(...) sobre esos supuestos 
abusos que con tanta lige¬ 
reza se delatan (...). Jamás el 
clero y la comunidad de 
Montserrat se quejaron de 
ningún atropello contra la 
Iglesia católica en la época 
de la Segunda República 
marxista-comunista v anár¬ 
quica. Estuvieron callados, 
vistiendo de paisanos y sin 
chistar lo más mínimo...» Se 
pidió permiso a la Santa 
Sede para procesar a Cassiá 
Just, pero fue denegado. Casi 
dos años después, a poco del* 
proceso de Burgos, el Papa 
recibió al abad a quien co¬ 
mentó en tono humorístico: 

«Estoy muy contento de co¬ 
nocer a un hombre tan famo¬ 
so», Finalmente, le hizo una 
recomendación: «Recibid 
siempre a todos». En resu¬ 


men, Cassiá Just había de¬ 
clarado que «un Régimen 
que apoya materialmente a 
la Iglesia, pero que, de un 
modo imperceptible, la ha 
amordazado durante treinta 
años, es la tragedia de la 
Iglesia española». Uno de los 
principales pilares de legi¬ 
timación del Estado del 18 
de julio, su catolicismo, otra 
vez duramente cuestionado. 
Y sobre el tema crucia í de la 
irritación del Gobierno, la 
tortura, declaraba que ésta 
estaba a la orden del día v 
que conocía personalmente 
a algunos de los torturados. 
Al detenido, decía, «no se le 
permite dormir v luego, 
atado de pies y manos, se le 
cuelga cabeza abajo desde 
un tercer piso y se le ame¬ 
naza con cortar las cuerdas». 

La «tancada» contra 
el proceso de Burgos 

La suerte estaba echada para 
los procesados de Burgos. De 


él saldrían contra los presos 
vascos nueve condenas a 
muerte y casi quinientos 
años de cárcel para repartir 
entre catorce etarras, impli¬ 
cados, según la acusación, en 
la muerte del comisario Me- 
litón Manzanas. 

No España, Europa entera 
había sido aquellos días de 
di ciembre del 70 un hervi¬ 
dero de pasiones políticas. Al 
finalizar el juicio e iniciar 
Mario Onaindía el canto del 
Eusko Gudaríak, los etarras 
habían, en parte, conseguido 
trazar en sus distintas inter¬ 
venciones las líneas políticas 
de ETA. Lo que empezó 
siendo un proceso contra el 
vasquismo, se convirtió en la 
ca lie en un proceso al Régi¬ 
men. Y daría lugar a una 
movilización de los intelec¬ 
tuales catalanes con reper¬ 
cusiones de largo alcance. 
Escritores, actores, directo¬ 
res de cine, cantantes y pro¬ 
fesionales de distintas ramas 
hasta llegar al número de 
300 se encerraron en Mont- 


35 





































































serrat en señat de protesta. 
Empezaron a llegar el sába¬ 
do, día 14, al mediodía y por 
la tarde ya se habían consti¬ 
tuido en Asamblea. Allí per¬ 
manecieron hasta la mañana 
del lunes en que el abad ne¬ 
goció las condiciones de la 
«rendición». Allí permane¬ 
cieron quienes se quedaron, 
la inmensa mayoría. Hubo 
otros que prefirieron pernoc¬ 
tar el sábado en Barcelona v 
cuando el domingo quisie¬ 
ron reincorporarse al grupo 
hallaron el Monasterio cer¬ 
cado por la Guardia Divil. 
Tapies y Miró apenas si per¬ 
manecieron media hora en el 
santuario. Miró se sumaría 
al manifiesto de la Asamblea 


al día siguiente, desde un ho¬ 
tel barcelonés. Negaría des¬ 
pués, en un periódico de Ma¬ 
llorca, su adhesión, para rea- 
firmarla posteriormente. 
Hacía frío, un frío tremendo, 
lo que podía irritar aún más 
a los sitiadores si el encierro 
se prolongaba. La inclemen¬ 
cia del tiempo no evitó la lle¬ 
gada de algún peregrino con¬ 
tumaz que pasó inadvertido 
algunos controles, se perdió 
por alguna trocha v al final, 
sorprendido y sobresaltado, 
se encontró con las metralle¬ 
tas. El aislamiento del san¬ 
tuario fue pingresivo hasta 
cortar la comunicación tele¬ 
fónica. Recibidas las prime¬ 
ras adhesiones desde Tou- 


louse v distintos puntos del 
extranjero, durante varias 
horas fue imposible hablar 
con el Vaticano. La comuni¬ 
cación le fue cortada hasta al 
mismo Gobernador Civil, 
justo cuando le decía a Cas- 
si á Just: «Esto que le voy a 
decir se lo digo confiden¬ 
cialmente...». Nunca se ha 
llegado a saber la naturaleza 
de la confidencia que Tomás 
Pe lavo Ros iba a hacerle al 
abad, Con suspicacias den¬ 
tro v con tensiones dentro y 
•/ *< 

tuera, el abad que había re¬ 
cibido a los asambleístas con 
las palabras, «sed bienve¬ 
nidos y permaneced aquí el 
tiempo que juzguéis necesa¬ 
rio», seguía las negociacio¬ 
nes. Cuando se captó en la 
emisora de la Guardia Civil 
que se iba a poner en prác¬ 
tica la operación «Mano de 
pintura», al parecer ocupa¬ 
ción del Monasterio, se deci¬ 
dió que era preferible salir. 

La Asamblea ya había apro¬ 
bado un documento que se 
tradujo al castellano, inglés, 
francés y alemán, i íubo que 
unificar el contenido de las 
distintas versiones idiomá- 
ticas, pues dada la heteroge¬ 
neidad de las tendencias en 
la Asamblea, se habían in¬ 
troducido algunas variantes 
reveladoras de esa dispari¬ 
dad. Asi, en el texto alemán, 
la palabra democracia se ad¬ 
jetivaba de popular (la ver¬ 
sión publicada por Le 
Monde dice Etat authenti- 
quement populaire), y en la 
versión castellana, en la 
frase «nosotros intelectuales 
catalanes», un misterioso 
viento barrió el gentilicio. El 
Manifiesto se solidarizaba 
con los militantes de ETA 
«acusados de luchar por el 
socialismo y por los derechos 
nacionales del pueblo vas¬ 
co»; trazaba, en un rápido 
anál isis, el esquema de la si¬ 
tuación política en España 
—legislación represiva, sis- 



36 

























Tarradellas. »¡«ndo presidente de la Generalidad, recibe en su despacho oficial al abad de Montserrat, Casia Maria Juat. 


tema político anacrónico, 
torturas y sevicias físicas y 
morales» negación sistemᬠ
tica de la libertad de expre¬ 
sión y derechos de los pue- 

naciones—, «que 
constituyen el Estado espa¬ 
ñol, ignorados y reprimidos 
en beneficio de una preten¬ 
dida unidad nacional». Fi¬ 
nalmente, exigía amnistía 
general, abolición deí de¬ 
creto-ley sobre bandidaje y 
terrorismo v de la pena de 
muerte y reconocimiento del 
derecho de autodetermina¬ 
ción. Como «un verdadero 
desafío, un desafío sin pre¬ 
cedentes de la intelectuali¬ 
dad catalana», calificó Le 
Monde el escrito. Desafío por 
desalío, días antes el capitán 
general de Cataluña, Pérez 
Viñeta, había sido muy ex¬ 
plícito: «El Ejército no está 
dispuesto de ninguna ma¬ 
nera a permitir la vuelta del 
desorden que va una vez 
puso 3a patria en peligro. Si 
es necesario se 1 levará a cabo 
una nueva Cruzada a fin de 
limpiar nuestra patria de 
hombres sin Dios v sin Ley». 
Acerca de si era posible la en¬ 
trada Je los guardias en el 
recinto monacal sin violar 


derechos de la Iglesia, Mar¬ 
cos Taxonera afirma que 
teóricamen te no, pero que en 
la práctica era totalmente 
posib e. En España, después 
del Concordato, los edificios 
jurídicamente menos defen¬ 
didos eran los de la Iglesia. 
Aquel dice que éstos no se 
podían allanar, sino en caso 
de extrema necesidad en 
cuya circunstancia se le co¬ 
municará posteriormente al 
obispo. AI no desarrollar en 
un reglamento qué puede en¬ 
tenderse por «extrema neee- 
si dad», esto queda a criterio 
del Gobernador, extremo 
sobre e! que no puede decidir 
tratándose de un edificio ci¬ 
vil». Las garantías dadas al 
abad fueron que no habría 
represalias y que no se re¬ 
tendría la documentación, 
que bastaría simplemente 
enseñar el carné a la salida. 
Salió primero el abad v al- 
gunos monjes y después Pere 
Portabella —decisivo en la 
iniciativa y desarrollo del 
encierro— quien, en cum¬ 
plimiento del acuerdo, se 
negó a entregar su carné, A 
partir de ahí, la simple exhi¬ 
bición del mismo fue sufi¬ 
ciente. A pesar de todo, algu¬ 


nos prefirieron escapar a 
través de la montaña y algún 
otro optó por seguir tempo¬ 
ralmente en e.l Monasterio. 
No les faltaba razón, pues al 
poco tiempo empezaron las 
citaciones, las multas, las re¬ 
tiradas de carné y hasta al¬ 
gún que otro encarcelamien¬ 
to. Jordi Carbonell, por 
ejemplo. 

Conclusión 

Ultimamente Montserrat es 
menos pródigo en hechos es¬ 
pectaculares como los que 
aquí se cuentan. En el fondo 
lo que allí se desarrolló fue 
una labor de suplencia, una 
aproximación a situaciones 
y actitud es imposibles para 
organizaciones que, o ha¬ 
bían desaparecido o se man¬ 
tenían en una precaria clan¬ 
destinidad. La relativa nor¬ 
malización de los últimos 
años ha trasvasado respon¬ 
sabilidades y protagonis¬ 
mos. Tal como van las cosas, 
afirmar que no habrá que 
volver a las andadas, a las 
«suplencias» es una afirma¬ 
ción que yo no me atrevo a 
hacer. ■ j. V. 

37 


k 






























LIBROS Y REVISTAS CONSULTADOS 


LESGLESIA CATALANA ENTRE LA 
GUERRA I LA POSTGUERRA.- Josep 
Massot i Muntaner. 

AURELIM. ESGARRE, MONTSERRAT ES 
VOSTRE. TEXTOS DE BELOSCOAIN A 
VIBOLDONEr- Edición de Massot i Mun¬ 
taner. 

ELS CREADORS DEL MONTSERRAT 
MODERN.- Josep Massot i Muntaner. 

HISTORIA DE MONTSERRAT-- Anselm 
M. Albareda. 

CATALUÑA BAJO EL REGIMEN FRAN¬ 
QUISTA.- Josep Benet. 

CORONA LITERARIA OFERTA A LA 
MARE DE DEU DE MONTSERRAT. 


CULTURAS EN LUCHA: CATALUÑA.- 

Félix Población y Javier Villán. 
CULTURAS EN LUCHA: EUZKADL- Félix 

Población y Javier Villán. 

MIS CONVERSACIONES PRIVADAS 

CON FRANCO .-Franco Salgado-Araujo. 

CRONICA AGITADA DE OCHO AÑOS 

TRANQUILOS, 1963-197Ó,- Angel Ruiz 

Ayúcar. 

DOS AÑOS AL FRENTE DEL GOBIERNO 
CIVIL DE BARCELONA - Barba Hernán¬ 
dez. 

Re vistas 

SERBA D OR 
EL ESPAÑOL 
LE MONDE 


GERMINABIT Y SERRA D'OR 


N febrero de 1955 nacía 
Serra D'Or. Una publi¬ 
cad ó n emhrio na ría, 
una circular informativa del 
Coro de Montserrat, de cuatro 
páginas. Un acto voluntarista 
y artesanal debido, sobre todo, 
al entusiasmo literario y al 
amor a la lengua de un traba¬ 
jador del Monasterio, un vigi¬ 
lante llamado Manuel Bardi- 
na. Integramente en catalán 
aunque en números posterio¬ 
res una elemental estrategia 
pos ib i lista la convirtiera en 
bilingüe. Con Bardina, dos 
empleado s adm in istrat i vos, 
dos «lletraferits», igualmente 
tocados de ala por el entu¬ 
siasmo: Joan Espinach y 
Ramón Riera. Con alternati¬ 
vas id iomá t icas ir regula res 
Serra D’Or, llega al año 1959 
en que se funde con Germina- 
bit, de antigüedad del 49 y 
«órgano» de los antiguos es¬ 
colares de Montserrat, diri¬ 
gida por Josep Benet. En el 57 
Serra D'Or había reunido ya 

•r 

f irmas de cierta resonancia en 
el catalanismo militante, 
como Joan Triadú, Maurici 
Serrahima, Alexandre Cirici, 
Ramón Muntanvola, Lhtis 

38 


Serrahima, etc. En el 56, Jo¬ 
sep Benet, siempre con el obje¬ 
tivo de hacer de Germinabit 
tina revista de información 
general de largo alcance, in¬ 
corporó a su redacción uni¬ 
versitarios que le dieron otro 
aire: Albert Manent, Max 
Cahner, Ramón Bastardas, 
que progresivamente arrastra¬ 
ron tras de sí un buen número 
de reconocidos hombres de la 
cultura, además de los que ya 
eran habituales, desde hacía 
poco tiempo, en Serra D'Or. 

Las dificultades de ambas re¬ 
vistas en estos primeros tiem¬ 
pos no fueron sólo económi¬ 
cas, sino también de índole 
gubernativa. En el 59, Acedo 
Col ¡triga las calificaba en su 
«informe confidencial » a 
Alonso Vega como peligrosos 
focos de separa ti smo. Antes, 
en el 57, una antología, titu¬ 
lada « Fragmentsde poética d, 
alguns literáis de tota Catalu¬ 
nya gran», había motivado 
una seria advertencia del Go¬ 
bernador a su antagonista 
Escurré que se solvento car¬ 
gando el muerto a la inexpe¬ 
riencia de un joven monje, el 


hoy abad Cassiá Just, que fue 
«fulminantemente d est i lui¬ 
do». Los textos se habían im¬ 
preso sobre el fondo de un di¬ 
bujo de los Pai sos Catalans, la 
enseña cuatribarrada v el es- 
cudo de Montserrat. Poco des¬ 
pués de la bronca con el Go¬ 
bernador, Escurre llamó a 
('assia Just y le dijo: «Estáis 
destituido, pero os vuelvo a 
nombrar enseguida». La im¬ 
portancia de Germinabit v Se¬ 
rra D’Or en aquellos tiempos, 
fue sobre todo, que introduje¬ 
ron una cierta normalización, 
una incipiente normalización 
embrionaria, en la anormali¬ 
dad que cercaba la más mí¬ 
nima aspiración catalanista. 
De ahí que la protección e im¬ 
pulso que les dio Escarré haya 
sido calificado como «la apor¬ 
tación mas importante del 
abad a la cultura catalana». 
En la fusión del año 59, Ger¬ 
minabit aportó el equipo lite¬ 
rario y Serra D’Or el nombre. 
Puede decirse que la revista re¬ 
sultante, adquirió un carácter 
más profesionalizado, perio¬ 
dísticamente hablando, con el 
consiguiente desphizumiento 
del equipo fundador. El pri- 












ner director de la nueva etapa 
( ite Jordi Pirtell que, en tiem- 
oos del abad Brassó, fue susti¬ 
tuido por Maur M. Boix, ac¬ 
tualmente a la cabecera de la 
publicación. Serra D’Or au¬ 
mentó sus problemas con 
Fraga en Información, año 
64, que pretendía que se some¬ 
tiese a censura como cual¬ 
quier otro medio de comuni¬ 
cación. A este respecto, 
Brassó escribía el citado año 
al delegado provincial de In¬ 
formación en Barcelona, 
Jaime Delgado, reafirmando 
los privilegios eclesiásticos de 


Serra D Ür, «órgano de la Co¬ 
fradía de Nuestra Señora de 
Montserrat Es una publi¬ 
cación que, en virtud del Con¬ 
cordato, se encuentra ya lega¬ 
lizada desde el primer mo¬ 
mento y no necesita autoriza¬ 
ción ni censura para ser edi¬ 
tada». En otro lugar de la car¬ 
ta, el abad Brassó, a quien 
Massot i Man tañer considera 
decisivo en la marcha de la 
Revista, manifiesta al poeta 
funcionario de Fraga su «pe¬ 
sar por su intervención en la 
tipografía que trabaja para 
nuestra imprenta, poco antes 


de nuestra entrevista y sin ha¬ 
blarme para nada de ello». 

En la actualidad, la sensación 
que transmiten algunos me¬ 
dios próximos a Serra D'Or es 
que ésta, con sus 17.000 ejem¬ 
plares de tirada, su carácter, 
todavía de resistencia cultu¬ 
ral, continúa haciendo una 
labor que, en estos tiempos, ya 
no debiera corresponderle. Lo 
que pone en evidencia que la 
cultura catalana, a pesar del 
Estado de las Autonomías de 
tan abstracta formulación e 
invisible realización, está 
muy lejos de la normalidad. ■ 


Un# vista general del Monasterio de Montserrat 



























Felipe C. R. Maldonado 


43 














































m 1L volumen que ha suscitado con los recuerdos este artículo encie¬ 
lé rra, pese a sus cortas dimensiones, un conjunto heterogéneo al 
que dan unidad el sujeto, Gustavo Durán, y la circunstancia, 
nuestra guerra civil (1), Comprende una conferencia que leyó Durán en 
Dartington Hall, Inglaterra, finalizando 1939, de la que se conserva el 
original castellano, una versión inglesa, «aproximada y bastante reduci¬ 
da», y un fragmento con una serie de apuntes, asimismo en inglés, 
independiente al parecer de la conferencia en tomo al mismo tema. Es 
una lástima que el editor no haya publicado la totalidad de los textos 
ingleses, aunque los hubiera utilizado, como hace cuando lo juzga conve¬ 
niente, para apostillar el original castellano . A título de apéndices in¬ 
cluye el fragmento conservado de un diario de campaña, unas notas de 
agenda, unas páginas sobre la batalla de Teruel debidas a Durán, y el 
extracto de una carta que dirigiera éste a Hugh Thomas . Por último, 
cierra la miscelánea un capítulo del libro Front de la liberté. Espagne. 
1937-1938, en el que Simone Téry reunió las crónicas que había publi¬ 
cado en la prensa francesa, dedicada la que se ha escogido a Gustavo 
Durán . 

di Una mseñanza de la guerra española. Glorias y miserias de la Improvisación de un ejército, Madrid, edicio¬ 
nes Júcar, 1980, 


Cavando trinch eras para ia defensa de Madrid. En esta tarea colaboro toda la población déla capital, durante los primeros meses de la 

guerra civil. 



41 
























O es mucho, desde luego, pero tam¬ 
poco abunda esta dase de material, 
sin pretensiones autobiográficas y escrito 
durante la contienda o a poco de haber con¬ 
cluido, cuando ideas y opiniones ganan es¬ 
pontaneidad aunque pierdan ponderación, 
cuando la realidad vivida v las posturas 
adoptadas no se han sosegado suficiente¬ 
mente ni están alteradas por la perspectiva 
ni la profunda reflexión. A estas circunstan¬ 
cias entendemos que apuntan las considera¬ 
ciones iniciales de Durán acerca de la ver¬ 
dad, la realidad y la objetividad, al abordar 
la conferencia en Dartington Hall. 

La semblanza personal que hace Martín-Ar¬ 
tajo, editor del volumen, tiene muchos pun¬ 
tos reales, como corresponde a un conoci¬ 
miento directo del sujeto, bien que fuera en 
sus últimos años; sin embargo, cabría seña¬ 
lar su presencia dentro del grupo de músicos 
y musicólogos - ios Halffter, Salas Víu, Sa- 
lazar— que acompañan en la residencia de 
estudiantes a la generación poética del 27; la 
ulterior aventura cinematográfica con Ed¬ 
gar Nevílle, Benito Perojo e Imperio Argen¬ 
tina en los estudios de la Paramount; sus 
primeras actividades políticas, de buena vo¬ 
luntad, en los mítines a favor del Frente Po¬ 
pular, poniendo su automóv il v su persona 
como chófer al sen icio de María Teresa León 


y de Alberti. viejos amigos. Por cierto, que en 
estos viajes, el de Cuenca posiblemente, co¬ 
noció a otro personaje histór ico-literario, 
Angel González Moros, obrero ferroviario, 
miembro del comité de Castilla del PC y, al 
cabo de unos meses, comisario del tren blin¬ 
dado en que Durán haría sus primeras armas 
como combatiente. Los azares comunes de 
ambos se v erían luego reflejados en L'Espoir, 
de Malraux, bajo los nombres de Ramos y 
Manuel, Angel y Gustavo, respectivamente. 

De igual modo, hubiera sido útil una sucinta 
«hoja de servicios» que ayudase a compren¬ 
der la evolución de Gustavo Durán y su pro¬ 
yección militar. Acaso Martín-Artajo igno¬ 
raba los datos, por lo que aportamos una 
breve noticia que pueda servir de guía, si 
alguien desea profundizar en la materia. 

Abandonó el tren blindado al cabo de unos 
meses y el mando del Quinto Regimiento le 
encomendó la creación de la Motorizada; 
quizás convenga precisar que no era una 
unidad de combate, sino de un cuerpo absolu¬ 
tamente indispensable en la transición a 
formaciones militares regulares: se trataba 
de centralizar a todos ios motoristas que ser¬ 
virían de enlace entre los cuarteles generales 
y los puestos de mando, encuadrando a los 
hombres v atendiendo al entretenimiento v 
reparación de las máquinas. No estuvo aquí 




De izquierda a derecha, en la foto: el sargento Manzana, Buenaventura DurrutJ y Francisco Carroño. (Agosto de 1936). 


42 
















... WWW 



Hasta los niños coadyuvaron a la defensa da Madrid, 



Los primaros conti rigentes de fas Brigadas Internacionales desfilan por las calles de Madrid» camino del cercano rrenie de batalla. 








































Milicianos, defensores de Ma dnd, leyendo-Solidaridad Obrera», 
durante un descanso en el frente de batalla 


mucho tiempo, y tras cumplir esa misión 
organizativa, la entrada en combate de Jas 
brigadas internacionales y sus conocimien¬ 
tos de francés, inglés y alemán determinaron 

su íncoi poración al Estado Mayor del gene- 
ral Kleber(Larz Fakeete). A este período co¬ 
rresponden, precisamente, las anotaciones 
del llamado «diario de campaña» recogidas 
en el libro. 

Estabilizado el frente de Madrid en aquella 
zona, recibió la orden de organizar la 69 Bri¬ 
gada Mixta, que tuvo como núcleo principa: 
el primitivo batallón de Leones Rojos, volun¬ 
tarios de la rama sindical del comercio ma¬ 
drideño, muy diezmado y los destrozados 
restos de otros dos batallones de milicias. 
Entendemos que las llamadas «notas de 
agenda» pertenecen a este período de orga¬ 
nización y acoplamiento, que a los pocos días 
acabó en Cara baña para iniciar su acción en 
el Jarama en los combates del Pingarrón. 
Luego habría que subir a Guadalajara, cu¬ 
brir bajas y participar en el ataque contra 
Segovia, ocupando Cabeza Grande, donde 
Durán caería herido. En julio del 37 le llega¬ 
ría la orden de formar la 47 División con las 
Brigadas 34 y 69, que entró en fuego a prime¬ 
ros de agosto en Quijcrna. Cumplida la mi¬ 
sión y apenas retirada la unidad del frente, se 
produjo el efímero paso de Durán por la sec- 



Milicianas desfilando pof las calles de la capital de España» 


44 
































ción madrileña del SIM (Servicio de Investi¬ 
gación Militar), que también se menciona en 
el libro. 

Reintegrado al mando de la 47 División, se 
trasladó con la unidad a tierras de Cuenca, 
donde se cubren bajas, los batallones y servi¬ 
cios adquieren sus cupos reglamentarios v, 
por primera vez, se les somete a una prepa¬ 
ración concienzuda, cuya eficacia demos¬ 
trará la conquista dé la muela de Teruel en la 
madrugada del 1.° de enero de 1938. Luego 
de un breve descanso en A le ira, se refleja la 
crónica de Simone Térv, volvió con sus hon - 

w r 

bres a ocupar posiciones en la serranía de 
Teruel, defendiendo el Muletón junto a uni¬ 
dades internacionales; duras jornadas en las 
que Duran hubo de ser evacuado v hospitali¬ 
zado unos días por agotamiento. Pasos que 
siguieron casi todos los oficiales de su puesto 
de mando. 

Nuevo relevo, cuando parece que amainan 
los ataques, y Duran debe salir urgente¬ 
mente con la 47 División para situarla al 
norte de la sierra del Maestrazgo, sobre la 
carretera que une Montalbán y Alcañiz. En 
Aloorisa, frente al camino que baja de Ando¬ 
rra, y estudiando el mejor emplazamiento 
para sus efectivos, preguntó a Modesto: 

—¿Y ahora dónde está nuestra primera lí¬ 
nea? 

—Pues, aquí —contestó Modesto sonrien¬ 
do—: Este, tú, yo, aquél... Y nuestros solda¬ 
dos más próximos, losdel último camión que 
dejamos atrás. 

El Trente se había hundido y se combatía con 
dureza en Calanda y Alcañiz. i.as primeras 
fuerzas que se aproximaron al segundo día 
eran italianas, Fiamme Nere, llegaban en 
formación cerrada por la carretera; los dos 
motoristas que les precedían rebasaron la 
primera línea sin advertirlo. Pero no había 
un frente continuo, sino unidades a caballo 
de las carreteras que bajan a Morella; una 
clase de combate muy difícil con los flancos 
descubiertos, y comenzó un largo repliegue 
por las rutas del Maestrazgo. Al principio, 
había soldados que lloraban de ira. En More¬ 
lla, con la 47 y restos de otras brigadas Duran 
improvisó una Agrupación de Montaña que 
al llegar a Vinaroz y quedar dividida la 47, 
volvió a recomponerse como Agrupación de 
Costa. 

Al sur de Castellón, en Villarreal, se produjo 
una reacción insólita y esta población se 
llegó a perder y reconquistar hasta siete u 
ocho veces luchando cuerpo a cuerpo. Poco 
más abajo, al norte de Nules quedó por íin 


estabilizado el frente, apovadoen las alturas 
que bajan de Espadan. Salvo unas acciones 
de división en apoyo de la campaña del Ebro, 
ya no hubo más combates. Durán, ascendida 
coronel, obtuvo el mando del XX Cuerpo del 
Ejército. 

LA CONFERENCIA 


Aunque le demos ese nombre, ya se dijo que 
es el original básico en castellano, que 



El general Aojo visitando el frente de Madrid, a principios de 1037. 


Martín-Artajo amplía y apostilla con frag¬ 
mentos de los otros dos manuscritos. Tiene 
un doble carácter, narrativo, porque relata 
la evolución y desarrollo del Ejército popu¬ 
lar, y reflexivo, por las consideraciones que a 
menudo provocan los sucesos o las circuns¬ 
tancias que refiere. Durán no puede sus¬ 
traerse a su condición de protagonista, cual¬ 
quiera que sea la dimensión real de ese pro¬ 
tagonismo, para limitarse a exponer unos 
hechos; y si por razones éticas y de objetivi¬ 
dad rechaza el comentario justificativo, la 
clara conciencia de una responsabilidad 
asumida libre v razonadamente le mueve de 










continuo a esbozar juicios, a extraer conse¬ 
cuencias. Guando eriel párrafo inicial afirma 
que no habla püira la Historia, no hace retóri¬ 
ca, sino que puntualiza el intento de sinceri¬ 
dad subjetiva con que trata de afrontar el 
tema. Cuando los fragmentos intercalados 
de los otros dos manuscritos concretan o 
modifican algún punto de vista, se pone pre¬ 
cisamente de manifiesto ese valor de refle¬ 
xión en voz alta que tiene la conferencia; 
reflexión inevitable tras una tremenda crisis 
a la que cada uno de sus personajes aportó su 
grano de arena. 

Traza una noción retrospectiva del conte¬ 
nido revolucionario que la guerra del 14 
tiene para España, para la renovación y am¬ 
pliación de una conciencia social; subraya la 
importancia ideológica que adquiere una 
minoría intelectual burguesa y su fracaso en 
la política práctica; apunta la represión del 
34, el triunlo del Frente Popular y el enfren¬ 
tamiento social que acaba en oposición ar¬ 
mada. Introduce aquí unas consideraciones 
acerca del pronunciamiento, como fenó¬ 
meno histórico, y de las psicosis de pronun¬ 
ciamiento que precedió a la guerra, en las 
que se aprecian opiniones altamente sugesti¬ 
vas —sobre todo en los momentos actuales—, 


porque siendo muy probable que por aque¬ 
llas fechas preliminares Duran compartiera 
la postura negativa que denuncia tres años 
más lardeen la izquierda, su prolongada ex¬ 
periencia militar y la relación personal con 
Rojo, Menéndez, Laiglesia e incluso con el 
que fue jete de Estado Mayor del XX Cuerpo 
del Ejército durante un año, militares profe¬ 
sionales todos ellos, le hicieron reconsiderar 
los factores de la situación real y apreciar 
mejor ¡os errores cometidos. 

Sin embargo, las vivencias quedan tan pró¬ 
ximas cuando escribe su conferencia, que la 
narración de los primeros días de lucha está 
marcada y determinada por factores emo¬ 
cionales, donde el raciocinio trata de poner 
orden o de buscar explicaciones: «Podríamos 
llamar al primer período de la guerra el pe¬ 
riodo de la desorganización organizada» (en 
otro momento vacila y escribe «organización 
desoí ganizada») ¡ v prosigue: «En el caos 
aparente de España, ciertas leyes no formu¬ 
ladas, derivadas del entusiasmo y la espe¬ 
ranza existentes, permitían conjugar —ru¬ 
dimentariamente, desde luego—^ los esfuer¬ 
zos ind ividua les... De mí sé decir que durante 
las distintas lases de mi mando jamás me vi 
ame una situación que por si mismo o con la 





La lucha en la Ciudad Universitaria (frente de batalla), en noviembre de 1936. 


46 


































Cartel original cíe Conlreras, publicado por la Junta Delegada de 

Oetensa de Madrid. 


espontánea ayuda de los demás no pudiera 
fácilmente resolver. Nunca me vi desasistido 
de la colaboración ajena, Nada parecía insu¬ 
perable. ¿ Era la guerra o io concreto de nues¬ 
tros ideales lo que nos llevaba a obrar así?». 
Esta idea que debió de acosarle mucho, como 
veremos al final de la conferencia V que in¬ 
cluso apostilló con el recuerdo de San Mar¬ 
cos (16, ! 8), se nos antoja un auténtico pro¬ 
blema de conciencia en Gustavo Duran, 
puesto que incluye una crisis ideológica y un 
profundo sentido de la responsabilidad. Este 
último, y no el principio de eficacia que 
apunta Martín-At tajo, entendemos que es el 
factor determinante de los juicios que le me¬ 
recen algunas conductas. Por ejemplo, el 
principio de eficacia cabe aplicarlo al con¬ 
traste que Durán señala entre la conducta, 
incluso militarmente organizada, de algunas 
unidades «cuyos soldados han perdido la 
guerra sin haber hecho nada por ganarla» y el 
provecho obtenido por las fuerzas de Franco 
aplicando las ventajas de que disponían o las 
que hallaban dispuestas. Durán ilustro este 
pasaje con un suceso que no recoge en el 
texto, limitándose a indicar «Anécdota de 
Arniches y las trincheras». Se trata del hijo 
del comediógrafo, arquitecto y adscrito a la 



Escena de la defensa de Madrid, (al fondo el Hospital Clínico), de la película «Morir en Madrid». 


47 












































































Brig artistas internacionales, en las calles de Madrid, antes de dirigirse ol cercano frente de batalla 


Junta de Fort ideaciones de Madrid; hubo de 
intervenir en la construcción de las que se 
hicieron en ql sector del Jarania, y comen¬ 
taba luego lo contrariado; 

— Chico, hacemos unas trincheras estupen¬ 
das, con sus casamatas, sus refugios, sus li¬ 
neas de evacuación, perfectas. Pero apenas 
las tei minamos, zas, se nos llenan de moros. 
¡Mala suerte, chico, eso es lo que nos pasa, 
que tenemos muy mala suerte! 

La eficacia de Amiches y sus hombres, que¬ 
daban a salvo, su responsabilidad también; 
pero no sucedía lo mismo con los que debían 
ocupar y defender aquellas obras, ni con ios 
responsables, convertidos en oficiales, que 
les mandaban. Léase despacio el párrafo de 
la conferencia transcrito arriba y se apre¬ 
ciará el valor que concede a la voluntad res¬ 
ponsable. Coito bora esta interpretación otro 
suceso cuya veracidad puedo garantizar. En 
diciembre de 1937, poco antes de acudir a 
Teruei, Duran estuvo recorriendo las líneas 
propiasen los Montes Universales; uno de los 
sectores le dejó muy bien impresionado por 
la calidad de las i orificaciones v por el 
acierto con que se había estudiado y estable¬ 
cido el plan de luego de las armas automáti¬ 
cas. Al retirarse, preguntó al oficial que sir¬ 
viera de guía y acompañante quién tenía el 
mando de aquellas posiciones. La contesta¬ 
ción fue terminante: Nadie, aquí somos de la 
FAI. Comentando la respuesta, ya de vuelta, 
Duran distinguió: Políticamente v desde su 

ir 


punto de vista, correcta; pero militarmente, 
un desasí re.! 1 Ejército no es Fuenteovejuna. 

Atribuye Duran al general Rojo las líneas 
maestras de la organización del ejército po¬ 
pular. y juzga que llegó bajo su dirección «al 
límite de eficacia» que podíamos alcanzar; 
aunque la sustitución del regimiento por la 
Brigada Mixta no rindiera cuanto se espera¬ 
ba (2), la «disciplina llegó a ser casi perfecta en 
el Ejército». Desde luego, la batalla del Ebro 
resulta inconcebible de todo punto en térmi¬ 
nos del año 36. De la que pudiera llamarse 
disposición formal, pasa Duran a examinar 
el estado de ánimo de los hombres que for¬ 
maban las unidades. Frente a la que fue con¬ 
testación habitual en una sucesión de adver¬ 
sidades: « No pasa nada, y si pasa, no impor¬ 
ta», que considera símbolo de una «heroica v 
consciente indi lerenda», duda si era fruto de 
la naciente disciplina, de la pérdida de fe 
(que conlleva la pérdida de la noción del va¬ 
lor de las cosas, incluido el de la propia vida), 
o si precisamente nacía de que la fe en sí 
mismo era más acendrada que nunca en la 
desgracia. Cita una frase de Napoleón; «la 
moral lo es todo», pero i a desvirtúa cuando 
idem ¡íka moral y fe, afirmando que «la fe en 
la causa por la que se lucha puede recompen¬ 
sar (¿a veces?) la desventaja de estar mal 
equipados»; o bien, «las batallas se pierden, 

<2) En este pasaje Duran intercala tina cita de Virgilio en 
latín, amitnt alterna carnee na (las musas gustan de la al¬ 
ternativa), que parece haber desconcertado al editor. 










no en el campo donde éstas se libran, sino en 
la imaginación del general y del soldado. La 
derrota es una pérdida de te». Se entiende 
que esto suceci adentro de una cierta correla¬ 
ción de fuerzas; sin embargo, insisto en que 
Durán parece identificar dos virtudes mili¬ 
tares distintas: la moral v la fe en la causa 
defendida; la adversidad puede hundir la 
primera sin alterar la segunda, en tanto que, 
a la inversa, cabe mantener la moral en ra¬ 
zón de los éxitos aunque la fe desaparezca 
por motivos personales. 

Más arriba hemos señalado la importancia 
que Durán concede a la fe, pero al llegar a 
estas apreciaciones finales no es fáci l deslin¬ 
dar cuándo son juicios objetivos y cuándo 
afloran sus propios problemas de conciencia 
en la valoración general. En una de las frases 
con que cierra la conferencia en su versión 
inglesa, dice que la historia de la guerra civil 
en el campo republicano «es la historia de un 
país dirigido por un Gobierno que alcanzó 
por primera vez su plena capacidad de ren¬ 
dimiento sólo unas pocas horas antes de su 
muerte». Tal afirmación, aunque discutible, 
se corresponde con la visión de un ejército 
popular casi maduro poco antes de abando¬ 
nar las armas. Y Gustavo Durán es cons¬ 
ciente de que él es uno de los que ha contri¬ 
buido, dentro de unos límites, a ese perfec¬ 
ción amiento gradual. Los hechos y juicios 
expuestos pueden estar deformados por i a 
inmediatez, pero el sentido de responsabili¬ 
dad compartida interfiere también a la hora 
de concluir la conferencia y de extraer unas 
conclusiones. 

Pocos días antes de abandonar definitiva¬ 
mente el Cuartel General del XX Cuerpo del 
Ejército, hubo de viajar una noche a Valen¬ 
cia. Durante el trayecto hizo con el oficial 
que le acompañaba un apresurado análisis 
de la situación militar: pérdida de Cataluña, 
decisión de Casado en Madrid con la inevita¬ 
ble fisura política en los mandos, y moral de 
las propias fuerzas en aquel!as circunstan¬ 
cias. ¿Hasta qué punto los veteranos volun¬ 
tarios mantenían alguna esperanza, y en qué 
medida el grueso de las unidades procedente 
de reclutas conservaría la moral teniendo 
que combatir y retroceder? El Partido Co¬ 
munista proponía una retirada lenta y dili- 
cultosa para dar tiempo a que Alemania co¬ 
menzase su agresión militaren Europa. Du¬ 
ran v otros jefes convocados rechazaron tal 
posibilidad. En efecto, la idea de la denota 
militar estaba en la mente de todos y no era 
fácil percibir que la batalla por la libertad 
había cambiado de frente, V que la fe necesa¬ 


ria exigía otros fundamentos que la surgida 
el 1 8 de julio. 


DIARIO DE CAMPAÑA 


Ocupa 19 hojas de bloc y corresponde a los 
días del 1 1 de noviembre al 1.° de diciembre 
de 1936, aunque falten datos de los días 26 a 
29 y la información del 21 remite a «las órde¬ 
nes y partes adjuntos». Esta expresión así 
como el contenido y forma de las notas, ha¬ 
cen sospechar que no pertenecen a un diario 
personal sino más bien a un guión para com¬ 
poner el parte del día o para dar un informe. 
No son tampoco los apuntes propios de un 
jefe de posición, sino del oficial de operacio¬ 
nes de un Estado Mayor. Lacónicos y expre¬ 
sivos, se refieren a las operaciones que tuvie¬ 
ron lugar en la Ciudad Universitaria, Puente 



Ernest Busch (a la derecha de la loto) co n el escritor y periodista 
checo Egon Erwin Kíscb, durante ia guef ra civil eapañoJa gambos 
pertenecían a las Brigadas internacionales). 


49 










de San Femando y Casa Quemada. Los espa¬ 
ñoles que nombra son todos conocidos, unos 
más y otros menos; los brigadislas, en cam¬ 
bio. ya no son tanto, aunque Hans Beimler, 
Meber o Ludwig Renn sean familiares, con 
todo es fácil identif icarlos en el libro de Au¬ 
di eu Cas te lis. Las Brigadas Internacionales 
de la guerra de España; incluso el Adam ci¬ 
tado en la hoja 1 0 (] 7-XI-36) es Emst Adam 
Raabe, luego jefe de Estado Mavor con Du¬ 
ran en la 69 BM y en la 47 División. 

Las llamadas Notas de Agenda, seis hojas 
escritas por ambas caras, tienen distinto 
contenido; la primera corresponde a la úl¬ 
tima etapa de Duran en el sector Oeste de 
Madrid, ya estabilizado, con el enemigo en 
Brúñete, Na\alaga mella y 1 hapinena. 
mientras las fuerzas al mando de Barceló se 
situaban en Valdemorillo, Villanueva del 
Paidillo y Boadilla del Monte; son anotacio¬ 
nes sucintas, con indicación de fuerzas y ar¬ 
mamento. Las hojas 2 a 5 son una noticia 
elemental, casi un estadillo, de la tropa y 
servicios adscritos al cuartel general de la 69 
BM y del armamento y vestuario de los tres 
batallones iniciales. La hoja 6 sólo contiene 
cinco líneas preparatorias de la entrada en 

combate en el sector del Jai ama el 23 de 
lebrero de 1937. 

Es el banco de prueba para un mando y un 
conato de unidad que no está completa ni 


conjuntada. Entre los olivares, el fuego de 
fusilería y ametralladoras era tan intenso 
que arrancaba las hojas de ¡os árboles. Está 
1 et ido \ ei de, di jo algu ien, y esa pincelada 
poética la recogió Malraux en L'Espoir, aun- 
(-jue inexplicablemente la sitúa en la sierra, 
donde no encajan los olivos ni el terreno en¬ 
fangado. Las órdenes eran severísimas, ha¬ 
bía que impedir a toda costa que el enemigo 
dominase la carretera de Madrid a Cuenca. 
Una tarde comenzó a flaquear uno de los 
batallones y a dar la espalda los milicianos. 
Fueron retiradas dos compañías, se las hizo 
formar, diezmando se sacaron tres hombres 
que fueron fusilados en el acto. Vueltas las 
unidades a sus posiciones y Durán al puesto 
de mando, pidió línea telefónica para dar 
parte de lo sucedido. No puedo hacerlo, ¡a 

emoción le había dejado completamente 
alón ico. 


PAGINAS SOBRE LA BATALLA 
DE TERUEL 

Este fragmento apenas requiere comentario, 
ya que supone una mínima parte del libro dé 
Roben Payne, The Civil War in Spain, y su 
valor intrínseco está en lo que escribiera Du¬ 
ran v en el hecho deque algunas frases refle¬ 
jan situaciones y sucesos perceptibles sólo 
paia quienes lo vivieron. Por ejemplo, ha- 



Miembros italianos de las Brigadas Internacionales. 


50 



















El coronel Modesto, uno de los jefes del Ejército de la República 


blando del paisaje irreal que ofrecía la carre¬ 
tel a de Cuenca a Teruel en su último tramo, 
dice de las gentes: «parecían haberse per¬ 
dido en sí mismas en la reclusión desús mon¬ 
tañas, \ sus gestos, su manera de estar mien¬ 
tras nos hablaban con una tímida dignidad, 

evocaban de algún modo su absoluta letanía. 

Et a agradable sentir el olor de la comida que 
cocinaban a fuego abierto.... era agradable 
hablar con ellos». El encadenamiento de las 
ideas de dignidad, distanciamiento de las 
gentes y olor de comida hecha en la chime¬ 
nea,está sin duda relacionado con los dueños 
de la casa de Villaespesa, en cuya cocina y al 
calor de la lumbre se recogían para dormir 

Durán , A da m y los ofi ci ales q ue n o q uedaban 

de guardia en el puesto de mando durante la 
noche. El abuelo, noventa añoso más, guar¬ 
daba un silencio absoluto sentado en un si¬ 
llón cerca del luego; la dueña preparaba la 
cena para ella, e! viejo y dos criaturas, mien- 
tras hablaba sin cohibirse con los suyos, o 
discretamente con los extraños. Apenas co¬ 
mían, se retiraban a dormir. Los intrusos 
hacían por sacudirse el i río acumulado, se¬ 
carse las botas y, ya solos, Durán dictaba el 
parte del día y la orden de operaciones para 
la jomada siguiente. Una de ¡as noches, la 
relativa placidez quedó rota por el violento 
mego de n lor tero, fusil y armas automáticas. 

abuelo se irguió afirmando las manos en 
los brazos del sillón: 


Los carlistas, ya están ahi los carlistas. |La 
escopeta! 

Y de nuevo se dejó caer en el sillón, silencioso 
peí o con la mirada inquieta. Por unos mo¬ 
mentos, los gestos, las palabras de aquel an¬ 
ciano surgido de otro tiempo, de otra reali¬ 
dad, de una lejanía concentrada en su reclu¬ 
sión. 

EXTRACTOS DE UNA CARTA 
A HUGH THOMAS 

En la primera edición del libro de Thomas. 
The Spanish C i viI VVar, v a causa de las fuen¬ 
te s utilizadas, el autor publicó unas páginas 
en las que se vertían graves calumnias contra 
Gustavo Durán, Para ningún español, en la 
inmensa multitud de los vencidos, ni para 
quienes antepusieran, entre los vencedores, 
un estricto sentido de justicia, cabía el con¬ 
ceder rigor histórico a la Causa General 
abierta por el franquismo contra sus adver- 
sarjas, ni mucho menos imparcialidad. Ape¬ 
nas apareció el libro, Durán escribió a su 
autor una carta rechazando de plano aque¬ 
llas i nía mi as y reprobando las fuentes de que 
se había servido. Me consta que hubo pro¬ 
blemas, pero el historiador acabó recono¬ 
ciendo su error, retiró las páginas insidiosas 
de b primera edición y nunca volvió a reini- 
primirlas. Modernamente incluso ha infor¬ 
mado a Martín-Artajo de otra documenta- 




51 



















Portada da una edición popular francesa de -<L Espoir». le 
novela de Malraux sobre la guerra de España. 


ción hoy asequible que corrobora Ja reivin¬ 
dicación que hizo Durán de su dignidad. La 
puntualización que éste hace de su efímero 
paso por los servicios madrileños del SIM, 
instalados a espaldas del Ministerio de Ma¬ 
rina en su esquina con Montalbán, es riguro¬ 
samente cierta. No llegaron a veinte los días 
en que abandonó el mando de la 47 División, 
a poco de haberla retirado del frente de Qui- 
jorna, y antes de que se trasladara con sus 
hombres a tierras de Cuenca, 

EL ARTICULO DE SIMONE TERY 

Está escrito en dos tiempos que correspon¬ 
den a dos entrevistas separadas por más de 
cinco meses. La primera tuvo lugar en Va¬ 
lencia, septiembre de 1937, apenas reincor¬ 
porado Durán al mando de la 47 División y, 
muy posiblemente, cuando fue llamado por 
el general Ro jo para reorganizar la unidad y 
prepararla convenientemente con vistas a su 
participación en la batalla de Teruel. Aun¬ 
que otras personas intervengan en la conver¬ 
sación, es un diálogo vis a vis en el que la 
periodista trata de fijar a su personaje, de 
analizar su condición bifronte, pero el hall de 
un hotel y en una situación relajada no eran 
las condiciones más favorables, por lo que ha 
de cerrar esa primera imagen con una anéc¬ 
dota. 



Soldado* del Ejército de la República, durante un alto en el frente de batalla 


52 












































La segunda entrevista tampoco le fue favo¬ 
rable a! principio. Finalizaba febrero de 
1338, la 47 División había sido retirada de 
Teruel y reponía fuerzas en la zona de Al be¬ 
nque, Manuel y Carcagente. El cuartel gene¬ 
ral de la División estaba en Alcira, que tal es 
el «soleado pueblo de Levante» que describe 
Simone Téry. No era el frente que ella de¬ 
seaba como escenario —ni Durán admitió 
nunca periodistas en su puesto de mando—, 
pero siquiera le encontraba en el ambiente 
distendido de su Estado Mayor. De ahí que 
no pudieron vivir y observar la tensión del 
con¡bate, ni lograr que Durán o cualquiera 
de sus oficiales hablasen del pasado inme¬ 
diato, la periodista hubiera de manipular un 
tanto la situación; de üteraturalizarla, 
creando un extraño cli max con unas cancio¬ 
nes que, realmente, se cantaron durante la 
cena, junto con otras bastante desenfadadas, 
en abierta complicidad con su jefe y escamo¬ 
teando cualquier información sobre la gue¬ 
rra. 

Creo que Simone Téry no acertó a percibir el 
pudor de quien vivía la guerra con plena 


responsabilidad, con una voluntad total, sin¬ 
tiéndose incapaz de minimizarla, de conver¬ 
tirla en anécdotas personales. Cuando con¬ 
fiesa defraudada que hubiera deseado una 
conversación seria, sobre Teruel, por ejem¬ 
plo, la contestación de Durán no puede ser 
más clara: 

— «La próxima vez... Esas cosas necesitan 
contarse con tiempo..., que salgan por sí so¬ 
las... El heroísmo de los soldados... y de los 
oficiales también..., el frío, dieciocho bajo 
cero..., la nieve hasta las rodillas..., tantas 
cosas». Una clara conciencia del esfuerzo co¬ 
lectivo, del sacrificio de todos. Durán se sen¬ 
tía solidario y responsable de todos sus hom¬ 
bres, y exigía idéntico sentimiento a sus in¬ 
mediatos. No era un jefe fácil; pero Adam, su 
jefe de Estado Mayor, lo fue desde los prime¬ 
ros momentos de la 69 BM hasta la repatria¬ 
ción de los in ernacionales, y todos sus ofi¬ 
ciales, socialistas, comunistas, anarquistas, 
le guardaron idéntica lealtad. El problema 
de Simone Téry estriba en que Durán era 
muchísimo más que el músico-general que 
ella estaba buscando. ■ F. C. R. M. 


PREMIO INTERNACIONAL DE LITERATURA 

ANTONIO MACHADO 

21 de febrero de 1981. Colliure . Francia 


Un jurado internacional compuesto de 
escritores franceses y españoles la se¬ 
ñora de Albornoz y los señores Charles V. 
Aubrun, Henry Bonnier, Camilo José Cela, 
Claude Couffon, Jean Descola, Emmanuel 
Robles, Luis Romero y Bernard Sesé, en¬ 
tregó, el 21 de febrero, en Colliure (Piri¬ 
neos Orientales),—donde, desde el 23 de 
febrero de 1939, se halla enterrado el gran 
poeta español Antonio Machado— el 
Premio Internacional de Literatura Anto¬ 
nio Machado, a Josette y Georges Colo- 
mer por su antología bilingüe: «Les 
poetes ibéro-americains et la Guerre Ci- 
vile espagnole (1936-1939)». Víllemomble 
93250-1980. 

El libro de Josette y Georges Colomer 
nos presenta de un modo original y parti¬ 
cularmente rico, la guerra civil española 
(1936-1939) vista por unos 50 poetas 
anarquistas, comunistas y socialistas de 
España y déla América Latina. 

Compuesta de poemas en castellano, 
en catalán, en gallego y en portugués, con 
su traducción al francés, esta antología 


bilingüe consta de un prefacio de Jean 
Cassou y de una introducción de Claude 
Couffon, ambos notables hispanistas. 

La obra comprende también una corta 
bio-bibliografia para cada poeta, una cro¬ 
nología déla guerra civil, una bibliografía 
general,una discografía y una filmografia 
establecida por el especialista Marcel 
Oms. 

Importante volumen de 653 páginas, 
esta antología va adornada por 180 dibu¬ 
jos de época, 3 grabados en madera de 
ManoloVa liente y lOdibujos originales de 
Josep Castell. 

Publicada a cuenta de autor, su precio 
es de 3.000 ptas. t 350 ptas. (gastos de 
envío ( embalaje). 

Dirección de los autores-editores: 

Josette et Georges COLOMER 
Professeurs-Traducteur Juré 
12/14 Rué Bernadette 
93160 NOISY LE GRAND. FRANCE 

P. D Aceptan los talones bancarios. 


53 




Carlos Sampelayo 


N 


í los artilleros de Hanriot, en el termi- 

_ dor de 1793 se atrevieron a disparar 

sus cañones apostados frente a la Conven¬ 
ción, el recinto donde se hacían las leyes, 
desobedeciendo las órdenes de su ¡ele. 


Cuentan Lamartine y otros cronistas que 
ante la primera voz de i negó, algunos dipu¬ 
tados se lanzaron fuera de la sala; pero Collot 
d'Herbois apresuróse a ocupar el sillón pre¬ 
sidencial. Este asiento, situado junto a la 
puerta, era el que debía recibir los primeros 
disparos. 

—i Ciudadanos —exclamó Collot, cubrién¬ 
dose y sentándose—, este es el momento d& 

-v 

morir en nuestro puesto. 

— •En él moriremosI —respondió la Conven¬ 
ción en pleno, sentándose todos para esperar 
el golpe. 

El público de las tribunas, electrizado por 
esta actitud, se levantó jurando defenderá la 



Convención, salió en tropel y se esparció por 
los jardines, los patios y los barrios inmedia¬ 
tos, gritando: 

—¡A las armas! 

La Convención aprobó inmediatamente un 
decreto declarando fuera de la ley a Hanriot. 
El diputado Amar salió escoltado por sus 
colegas y arengó a las tropas. 

—Artilleros —les dijo— .¿deshonraréisa la pa¬ 
tria después de haber tantas veces merecido 
bien de ella? ¡ Ved a ese hombre; está borracho! 
¡Sólo un borracho puede mandar hacer fuego 
contra la representación de la patria! 

Los artilleros, conmovidos por estas pala¬ 
bras e intimidados por el decreto que aca¬ 
baba de promulgarse, se negaron a obedecer 
a su jefe. Hanriot, casi abandonado, condujo 
con trabajo las piezas a la plaza del Ayunta¬ 
miento, vBarras fue nombrado comandante 
* •/ - 

de la Guardia Nacional y de todas las fuerzas 





























de la Convención para reemplazar al general 
borracho. 


UNA PISTOLA EN EL 
SENADO ESPAÑOL 

Creo que fue un día de ¡ 922 —no tengo refe¬ 
rencia de la fecha exacta, aunque sí recuerdo 
el hecho— cuando se produjo en el vetusto 
palacio de la Marina española* la tarde más 
escandalosa de su historia. Hasta entonces, 
ese hemiciclo o paraninfo había sido como 
un casino donde viejos señores discutían 
apaciblemente, Pero en aquella jornada se 
esperaba un violento debate entre el general 
Aguilera, sostenedor de unas Juntas Milita¬ 
res que se habían formado hacía poco, dis- 
criminadoras del poder civil; y .el presidente 
del Consejo de Ministros, don José Sánchez 
Gue; i a. En uso de un derecho establecido 
recíplocamente, los diputados del Congreso 
invadieron expectantes los escaños de la Alta 
Cámara sentándose donde podían, pues los 
senadores puede decirse que estaban todos. 

El prólogo de aquella sesión se había verifi¬ 
cado en los pasillos. El presidente del Con¬ 
sejo le había preguntado al general si era 
suyo cierto documento ofensivo para el Go¬ 
bierno, y al responder afirmativamente 


Aguilera, Sánchez Guerra le dio tan tre¬ 
menda bofetada que le tumbó sobre un di¬ 
ván, al irmando a su vez en una frase simbó¬ 
lica la supremacía del poder civil sobre el 
militar. 

Se abrió el debate, pues, en una tensión no- 
apta-para-cardíacos, como dicen los cronis¬ 
tas deportivos. Comenzó a hablar el general 
Aguilera, cuando entró sigilosamente por 
una puerta lateral el diputado por Salaman¬ 
ca, Diego Martín Veloz, un legendario jaque 
de la poli;ica «ultra», a quien llamaban 
«Martinillo», que había promovido numero¬ 
sos escándalos y desafíos en el Congreso. 
Miró a ver dónde se podía sentar y fue a 
ocupar el único asiento vacío, junto a Marce- 
1 i no Domingo, diputado republicano, e Inda¬ 
lecio Prieto, el parlamentario socialista más 
batallador de su partido. 

—c Oné ha dicho el general en sus primeras 
palabras que no he podido oír? —preguntó el 
tal Veloz a un senador delante de él sentado. 

Este, de espaldas, y sin saber quién le pre¬ 
guntaba, respondió con amabilidad: 

Ha dicho que sostiene en todas sus partes el 
documento . 

—Ese es un hombre y no usted , que es un hijo 
de puta añadió Diego, que estaba borracho 
como siempre. 



- jk 


Fvüy; ■;; >. 



La Insurrección del 10 de agosto de 1792, durante la Revolución Francesa. 



























José Sánchez Gutrra (1859-1935). 


El insultado se levantó y volviéndose asestó 
un gran «uppercut» en el rostro d*. Martin i- 
lio. Era el diputado católico Mirat.que había 
derrotado en la circunscripción de Sala¬ 
manca a Veloz, quien reaccionó echándose 
mano a la cintura para sacar una pistola que 
siempre le acompañaba. Indalecio Prieto dio 
un salto V cayó de golpe, con sus cien kiios, 
encima de éí, inmovilizándole sobre el es¬ 
caño y sujetándole el brazo en cuya mano 
blandía ya la pistola. Apretó el gatillo, pero 
se le encasquilló el tiro. Forcejearon ’rieto y 
él, y fue al fin reducido y desarmado, mien¬ 
tras el conde de Romanones, presidente de la 
Alta Cámara, gritaba con su voz chillona ca¬ 
racterística: 

—/Aquí no se admiten pistoleros. 1 

Lo mismo hubiera gritado el dueño de una 
taberna cualquiera. 


«BALACERAS» EN EL 
HEMICICLO 

Durante los años 20 también, la Cámara de 
Diputados de México era continuamente un 
campo de tiro, pues no pocos debates termi¬ 

56 



El general Francisco Aguilera Egea (1857-1931). 


naban a pistoletazos. En uno de ellos murie¬ 
ron varios «padres de la patria» y un perio¬ 
dista. 

Pero el caso insólito e impresionante en este 
hemiciclo ocurrió el I 8 de agosto de 1943, 
hallándome en la tribuna de prensa en mi¬ 
sión informativa. Tras unas elecciones dra¬ 
máticas, las más sangrientas y apasionadas 
de todos los tiempos en México, se iban a 
discutir los dictámenes de las Comisiones 
Revisoras de Credenciales. Una de las actas 
dictaminada en contra era la de i diputado de 
la legislatura anterio r Jorge Meixueiro, a 
quien los indios de aquella región adoraban. 
Se mostraba inquieto y se acercó a la tribuna 
de prensa para hablar con un célebre redac¬ 
tor de la crónica parlamentaria en el diario 
«Excelsior». 

— Y bien, maestro , ¿qué noticias me tiene? —le 
preguntó al periodista. 

— Malas, Jorgito —le respondió el periodis¬ 
ta—. El dictamen viene a favor del general Leo¬ 
poldo Gatica. Lo redactó personalmente Pan¬ 
cho López Serrano, presidente de la Primera 
Comisión Revisora de Credenciales, y estuvie¬ 
ron de acuerdo dos comisionados más. 

Y dio los nombres, que no hacen al caso. 
























Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Román ones (1863-1950). 



—¿Qué cosa podía esperarse de ese miserable 
López Serrano? —dijo Meixueiro—, Un 

«mendigo». Siempre a disposición del mejor 
postor. 

—Así es esto, Jorgito —terció otro periodis¬ 
ta—. Yo tuve en mis manos el dictamen. Te 
hace trizas. ¡Ypensar que eres el legítimo ven¬ 
cedor, pues Gatica es un desconocido que ni 
siquiera hizo campaña en el Distrito! ¿ Qué vas 
a hacer? 

Meixueiro se dirigió a la curul(l) que ocu¬ 
paba un diputado, cuya acta ya había sido 
aprobada. Hablaron, y llegó hasta nosotros 
la voz fuerte de éste: 

— c^ or Q li ¿ no te llegaste al precio? Era cosa de 
pesos más pesos menos. 

—Pero yo soy pobre, Raúl —se oyó decir a 
Meixueiro--, A nadie he vendido, ni he lu¬ 
crado con las conquistas agrarias. ¡Ni modo! 

Alguien subió a la tribuna de oradores y de¬ 
fendió el dictamen de una de las Comisiones. 
En las galerías del público hubo murmullos 
y gritos. 


{f) En el Congreso mexicano hs puestos de los escaños se 
denom man cu rules, como en el Senado romano de la época 
cesárea, y son sillones individuales. 


—¡Aprobado! ¡Aprobado! —gritaban los pre¬ 
suntos diputados desde sus curules. 

Luego, los abrazos al nuevo diputado. 

Jorgito Meixueiro sacó su agenda y escribió 
algo que no le gustó y que tachó. Volvió a 
escribir, y cuando terminó —ya le tocaba el 
turno en la tribuna de oradores para defen¬ 
der su caso que en ese momento se discutía y 
ya se había dado a conocer el dictamen ad¬ 
verso— dio a uno de aquellos dos periodistas 
su agenda, con la súplica de que se la diera a 
su esposa (la de Meixueiro, se entiende), por¬ 
que no tendría tiempo de ir a comer. 

Luego subió uno a uno los escalones pausa- 
« ente, hasta llegar a la tribuna de orado¬ 
res. Era bajito y apenas sobresalían sus 
hombros del pupitre. Estaba sereno. Guiñó 
un ojo a alguien, y a otro le hizo un saludo 
con la mano izquierda. 

Miró al auditorio. ¿Qué podría hacer cuando 
el fallo de la Comisión le condenaba? Loca- 
! izó a su rival, el general Gatica, y le echó una 
mirada de desprecio. Se hizo el silencio. 

—Esta tribuna me conoce —comenzó Mei¬ 
xueiro, pasando las manos por la madera del 
pupitre, como saludándole—. Esas curules 

57 


























Edificio del Congreso de Diputados de México. 


THB COHQC&li*-- ESC QTtBSOflüdO tüfflbiéfl 17ÍB CQ- 

noce... y también sits galerías... 

Señaló a uno y a otros, provocando el 
aplauso del público, que así lo alentaba, pues 
había oído la lectura del dictamen adverso, y 
creía que la oratoria pudiera cambiar la de¬ 
rrota por victoria, dadas las'simpatías que 
albergaba el orador entre los nuevos di iluta¬ 
dos va proclamados. 

Volvió a mirar Meixueiro el espectáculo de 
un Colegio Electoral expectante. Todos pen¬ 
dientes de loque diría.El presidente se lim¬ 
piábala frente con el pañuelo. Sudaba por el 
calor y los nervios. 

—Sí, esas galerías me conocen y... ¡son mis 
amigos! —agregó el orador para correspon¬ 
der a aquel aplauso que acababan de tribu¬ 
tarle—. Me conocen y también me quieren en 
la sierra de Oaxaca; y me conocen los campe¬ 
sinos de todo el Estado y de la República. Mi 
nombre es pequeño como mi cuerpo , pero es 
conocido y bien querido. Pero ¿el de ese señor? 

Y señaló despectivo a! general Gatica, que se 
removía en su curui, ya que ni los que iban a 
dar su voto por él, siguiendo la consigna del 
dictamen, le tenían afecto. En el fondo, todos 
hubieran preferido a Jorgito. Pero había que 
cumplir con la disciplina de partido. 

58 



El político mexicano Jorge Meixueiro defendiendo su elección 
a diputado anulada, al final de cuya dátense se suicidó en el 

mismo podio de oradores. 


























































Hubo un sonoro abucheo, que en vano pre¬ 
tendió acallar el presidente, protector del 
general. 

Siguió hablando largo rato el oaxaqueño. Es¬ 
taba inspirado. En sus ojos se advertía como 
un chispazo siniestro de algo imprevisible. 
Dijo que había prometido a sus indios, «de 
¡os que soy parte, pues soy tan indio como 
ellos», que no les seria arrebatado su voto. 
Que no representaría a ese distrito un desco¬ 
nocido, un favorito de los capitalistas. Y vol¬ 
vió a señalar ai que tenía el dictamen a su 
favor. 

Se presentía un drama. Habría tiros. La se¬ 
sión olía a pólvora. Empezaron a agruparse 
los que pertenecían al bando de Meixueiro, v 

w ^ 

vo tuve miedo. Era seguro que el chaparrito, 
hombre de armas tormar, iba a liarse a tiros 
con Gatica, general que había ganado sus 
ascensos en las batallas revolucionarias v te¬ 


nía fama de bragado. Y si se acometían los 
dos habría tiroteo general, como en aquella 
sesión de los años 20. 

A los periodistas se nos secó la boca. Habría 
crónica, si alguno sobrevivía para escribirla, 
crónica que pasaría a la historia parlamen¬ 
taría de México. 

Algunos de los posibles diputados que espe¬ 
raban la lectura de sus dictámenes había 
perdido el hilo de las palabras de Meixueiro, 
más preocupados por las consecuencias a 
que podrían llevar. Esperaban el final. El 
orador, después de haber explicado su victo¬ 
ria en todos los frentes de su distrito, afir¬ 
mando como odos sabían que «Gatica sólo 
repartió unas cuantas octavillas v no visitó 
ningún pueblo ni ranchería», volvió a sus 
parrafadas líricas, que arrancaban aplausos 
en las galerías yen los po¡ íticosdel hemiciclo 
partidarios suyos. 



Tribuna presidencial y parte del hemiciclo de la Cámara de Diputados de México. 


59 




































Diputado muerto a balazos en pleno hemiciclo, durante una 

sesión de los años 20. en México. 


Bebió agua. Se había crecido. Parecía más 
alto de estatura física, como si se hubiera 
puesto de pie sobre un asiento o de puntillas. 

—...Pero esperar que en México haya justicia, 
que se respete el voto del pueblo, es tanto como 
querer derretir con la lumbre de un cerillo las 
nieves eternas del Popócaleptl, 

La ovación de las galerías de! público fue 
clamorosa. Esta vez ya no aplaudían los di¬ 
putados ya nombrados o por nombrar, pues 
hubiera sido ir contra el partido al que le 
debían el acta o contra el ooder mismo. Pero 
lodos tenían puesta la mirada llena de emo¬ 
ción ai la figura del oaxaqueño. 

—...Por eso, como sé que es imposible que re¬ 
conozcan mi triunfo electoral, sólo me queda 
este recurso... 

Y echó mano a la pistola 45, que esgrimió un 
instante desde la tribuna. Todos, instintiva¬ 
mente, esa vez sin que ñus lo mandara nadie, 
nos tiramos al suelo, o detrás de las curules. 
Seguro que iba a disparar a diestro y sinies- 



Vista parcial del hemiciclo de la Cámara de ios Diputados de México. 


60 



































tro, contra el presidente de la Cámara, con¬ 
tra el de la Comisión dictaminadora, contra 
el general, v quién sabe contra quién más. 
Los segundos se prolongaron angustiosos, v 
ule pronto una fuerte detonación, que reper¬ 
cutió en la cúpula y en todos los rincones del 
hem ic ic lo. 

¿A quién había matado? 

Luego, el golpe seco de un cuerpo que cae 
sobre el pupitre y el ruido de un Colt 45 que 
rueda por la escalarilla de la tribuna de ora¬ 
dores. 

Jorge Meixueiro se había suicidado. 

Cumplióla postrer promesa a sus indios de la 
Mixteca oaxaqueña. No figuró por aquel dis¬ 
trito un falso representante. Se nulificaron 
las elecciones. La curul quedó vacía los tres 
años que faltaban del período legislativo. 


«EL CAPITOLIO» TAMPOCO 
ES INVULNERABLE 

El Capitolio norteamericano, el 2 de mayo de 
1954, fue escenario también de un ataque a 
balazos contra los diputados que en el hemi¬ 
ciclo en esos momentos discutían el articu¬ 
lado de un proyecto de contratación de bra¬ 
ceros. 

Habían invadido las galerías de la Cámara 
de Representantes más de veinte puertorri¬ 
queños que una llora antes llegaban a Wash¬ 
ington a bordo de un autobús, dirigidos por 
Lola Seb-on, una guapa independen!ista de 
34 años, quien, en arbolando la bandera de la 
estrella solitaria de Puerto Rico, dio la señal 
para que dispararan sus pistolas aquellos 
veinte seguidores borincanos al mismo 
tiempo que gritaban; 

—¡Puerto Rico no es libre! ¡Queremos que nos 
reconozcan como nación libre! 

Los representantes alcanzados por los pro¬ 
yectiles fueron: Alvin M. Bentlev, Ben F. 
Gensen, Clifford Da vis, Kennet A. Roberts y 
Georges H. Fallón. Casi todos los diputados, 
gritando también nuestro grito ya familiar 
de «¡iodos al suelo!», se tendieron rápida¬ 
mente en el piso o debajo de los asientos, 
humillando al poder legislativo más fuerte 
de nuestros días, Pero contra las balas no hay 
fortaleza que valga. La sesión de la Cámara 
fue suspendida, naturalmente. 

La policía civil y uniformada del Capitolio, 
que no habría servido tampoco para evitarla 
invasión, logró detenei , sin embar go, des¬ 
pués del hecho, a la hermosa cabecilla del 



Fachada de la Cámara de ios Diputados mexicana. 


grupo Lo! a Seb ron y a tres más de los pistole¬ 
ros que la seguían: lrvin Flores, Andrés F¡- 
gueroa Cordero y Rafael Concel Miranda. 

Las autoridades judiciales impusieron con¬ 
denas de 20, 21 y 25 años a los respectivos 
acusados, con fianzas de 10.000 dólares a 
cada uno, que no quisieron o no pudieron 
pagar. 

Hace dos años salió de la cárcel el último de 
los condenados, siendo recibido por los in- 
depe¡¡dentistas en la isla borincana con to¬ 
dos los honores. 


COLOFON 

Y, sin embargo, no se han disparado tantos 
tiros en un hemiciclo, aunque sea sin vícti¬ 
mas, como en el español. Tanto los «soldadi- 
tos de Pavía» como los tejeringos (2) —aquel 
tableteo de metralleta que nos puso los pelos 
de punta a los que lo oímos por radio— el 23 
de lebrero de 1981. ■ C. S. 


(2) Nombre de otro buñueb andaluz, éste dulce, azucara¬ 
do, que suele tomarse en el desayuno, postre o merienda. 
Característico de la contarca de Los Pedroches (Córdoba!. 

61 





















































































Manuel 

Fernández 

Trillo 



L A Iglesia a 
partir de la 
guerra de 
1808, momento en 
que entra en crisis, 
verá que sus es¬ 
tructuras tan efica¬ 
ces en la sociedad 
del antiguo régi¬ 
men, se vuelven 
obsoletas, per¬ 
diendo de este 
modo parte de la 
preeminecia social 
e ideológica que le 
era característica. 
La sociedad estaba 
cambiando, y debia 
por todos los me¬ 
dios acoplarse a las 
nuevas transfor¬ 
maciones o pere¬ 
cer con la sociedad 
del siglo XVIII. Ex¬ 
presión irrefutable 
de estos cambios 
son las cláusulas 
de reforma consig¬ 
nadas en el Con¬ 
cordato de 1851 
(1), y que la Iglesia, 
siempre a la cola de 
toda renovac/ón, 
«obedec/a sin 
cumplir». En los 
debates par lamen - 


de 1855 sobre la 


desamortizado n, 
se señalará este re¬ 
chazo o incumpli¬ 
miento del Con¬ 


cordato, siendo, 
por el contrario, 
muy celosa en los 
temas concernien- £)[) 
fes a su patrimonio, 


63 
















n OS años que van desde el Estatuto Real 
V lía Constitución de 1837 al final del 
período isabelino, supone un corte con la so¬ 
ciedad anterior, dando entrada a nuevos 
elementos sociales. Esto atañe también a la 

p- 

Iglesia, en tanto que representaba ante el 
Estado al pueblo católico, evidenciado en la 
instancia ideológica y en la política, de la 
cual formaba parte como integrante activo 
de las instituciones males de poder (en las 
Cortes de Cádiz era ei grupo más numeroso 
con sus noventa y seis diputados). 


A la muerte de Femando VII y durante la 
Regencia de María Cristina, se produce la 
ruptura entre el pueblo v la Iglesia, siendo 
exponente más que suficiente los ataques 
que sufre por parte de éste en las revueltas 
de la mitad de la década de 1830. Como se¬ 
ñala Vicens Vives, «incluso la burguesía,que 
poseía el aparato represivo suficiente para 
evitar los desmanes de la masa, dejaba ac¬ 
tuar a ésta, con ojos si no complacientes, por 
lo menos escépticos». 

En 1854 los pilares del catolicismo español 
se hallaban en Cataluña. Navarra, País Vas¬ 
co, Castilla la Vieja y Valencia. Mas será du¬ 
rante este período, cuando surjan los teóri¬ 
cos y defensores de una Iglesia acó mpasada a 
los tiempos, alejada del ultrainontanismo, 
considerando la necesidad de ajustarse a una 
nueva sociedad que va no era ¡a de los siglos 
pasados. Esta integración en las estructuras 



María Cristina de Barbón (Palermo. 1806. Sainte Adresse, 1876). 
Cuarta esposa de Fernando VH.Reínade 1829 a 1833. Regente de 
España de 1833 a 1840, (Cuadro de F. Decraene, en el Museo 

Muñidpaí, de Madrid). 



Fernando VH (1704-1833), Rey de España de 1600 a 1833. (Cuadro 
de Vicente López. Museo del Prado, Madrid). 


del Estado moderno tendrá su punto álgido 
en el restauracionismo a partir de 1875. 

En lo que respecta a la desamortización de 
los bienes de la Iglesia, que en la valoración 
global de las desamortizaciones primó sobre 
los de propios y comunes, el afán desamorti- 
zador de los bienes eclesiásticos hunde sus 
raíces en el pensamiento de la ilustración v 
en la situación financiera del antiguo régi¬ 
men. Madoz, en 1855, durante su ejercicio 
como ministro de Hacienda, sometió a las 

Cortes un Provecto de Desamortización que 
declaraba estos bienes como objeto de des¬ 
amortización. 

Nada más conocerse el proyecto enviado a 
las Cortesen febrero de ! 855, la prensa cató¬ 
lica y conservadora comenzó sus ataques. 
Los diputados neocatólicos, encabezados por 
Nocedal, y los moderados narvaistas; por 
Claudio .Moyano, así como las jerarquías 
eclesiásticas, se pronunciaron en contra de 
tal medida. Estos últimos remitieron 37 ex¬ 
posiciones parlamentarias a las Cortes, que 
con distintas estimaciones descalificaban la 
que habría de llevar el nombre de «Ley de 
Madoz». 

Estas exposiciones representaban en el con¬ 
junto total de las remitidas por ios ayunta¬ 
mientos y particulares el I 7,1 por 100. En el 
tiempo que media entre la presentación del 
proyecto a las Cortes y el inicio de los debates 
parlamentarios sobre el mismo, se manifes¬ 
taron un 45 por 100 del total de las remitidas 
por los obispos españoles. Mientras en el 
periodo dominado por los debates parla¬ 
mentarios representan el 55 por 100, un 10 
por 100 más. Esta diferencia de diez puntos 
entre ambos períodos no muestra la hostili- 


64 
















«Interior del Parlamento de Ilustres proceres... (Ilustración de Faure, en el Museo Municipal, de Madrid). 


dad de que en todo momento llevaron a cabo 
las jerarquías eclesiásticas. Obispos y arzo¬ 
bispos, jerarquías máxi mas en el ámbito na- 
cional, poseían una vía que utilizaron tan 
profusa y contundente mente como pudieron 
a través del derecho de petición, le aquí la 
polémica —como ejemplo— que suscitó el 
destierro de! obispo de Osma, motivado por 
una sanción directamente promulgada por 
el ministro de Gracia v Justicia, Joaquín 
Aguirre, regalista convencido v anticlerical, 
al considerar los términos en que había sido 
redactada la exposición del mencionado 
obispo. 

Desde un punto de vista metodológico, no 
puede considerarse a la Iglesia como un 
grupo de presión, pero sí a las dignidades 
eclesiásticas, incluso a la mayoría de ellas 
como ocurre en la desamortización de 1855, 
si se toman las exposiciones parlamentarias. 
La desamortización vino a despojar a la Igle¬ 
sia de su privilegiada base económica; sin 
embargo, la posterior reacción de! esta¬ 
mento eclesiástico y la relación de fuerzas 
con la sociedad española presentes en las 
instancias políticas vinieron a ultimar un 
pacto con el Estado liberal que se configu¬ 
raba en esos momentos, recibiendo como 
contrapartida un respaldo político v el re- 
i rendo de una jerarquización económica- 



«La Reina gobernadora y Mandilaba).. (Museo Romántico, de 

Madrid). 


65 









































mente estratificada. Era como la sombra de 
la nueva sociedad de clases proyectándose 
con trazos firmes sob re el estamento clerical. 

¿Era esto lo que buscaban con las exposicio¬ 
nes ante la ineludible lev de desamortiza- 
ción? Hace falta tener muv buena fe, o no ver 

-k 

la historia más que parcialmente, para ad¬ 
mitir que estos planteamientos los tuvieron 
a priori. No se puede sostener tal cosa a la 
vista de la exposición del obispo de Osma. 
Los obispos como grupo de presión —fun¬ 
damentalmente ideológico— defendían úni¬ 
camente el derecho de la iglesia a poseer 
bienes «temporales», y la capacidad para se¬ 
guir adquiendo aún mas. Otra cosa es lo ocu¬ 
rrido en 1859 con la revalidación del Con¬ 
cordato de 1851. 

El primer miembro del clero que remite ex¬ 
posición a las Coi tes es precisamente el 
obispo de Osma, siendo el último el arzo¬ 
bispo de Toledo, cuya exposición quedó regis¬ 
trad a el mismo día de la aprobación de la Ley 
de Desamortización. 

De sesenta y cinco arzobispados y obispados 
se pronunciaron aproximadamente la mi¬ 
tad, algunos de ellos respaldados por sus ca¬ 
bildos eclesiásticos, como es el caso de Osma, 
Barcelona, Salamanca y Palencia. 

Examinando detenidamente la vida social 
de estas diócesis se encuentra e! motivo de su 
comportamiento ante la Ley. No es la Iglesia 
en bloque quien se muestra como grupo de 
presión, pero sí lo más significativo y rele¬ 
vante de la misma, a la vez que su sector más 
capacitado para responder a hechos como la 
desa mortización, dado por su organización y 
otra potencia tanto a nivel social como den¬ 
tro dei propio aparato eciesial; y por qué no 



Pascual Madoz (1806-1870). 



«El padre cura», (Biblioteca Provincial, de San Sebastián), 


para defenderse de un nuevo despojo, que a 
nivel local —de diócesis— supondría un 
quebranto. ¿No son Valencia, Toledo, Sevilla 
y Salamanca las cuatro diócesis más impor¬ 
tantes en cuanto a bienes desamortizables. v 
no se muestran claramente en contra de la 
desamortización? Es justo decir que las dió¬ 
cesis remiten sus exposiciones individual¬ 
mente, pero en contra de lo que pudiera cali¬ 
ficarse como particularismo o localismo, 
aparecen desestimando la desamortización 
a nivel general y, por tanto, con una visión 
amp ia de lo que suponía tal medida. Dos 
razones fundamentan esta hipótesis: prime¬ 
ra, la inutilidad que se derivaba de pedir la 
exención de la venta de los bienes de tal o 
cual diócesis, sabiendo que eso era inadmi¬ 
sible en la Ley (la realidad era que o se dese¬ 
chaba el proyecto para todo el país en lo que 
a los bienes de la Iglesia se refiere, o éstos 
serían desamortizados como realmente ocu¬ 
rrió). Segunda, ta Iglesia tenía una gran ca¬ 
pacidad de organización interna, y aunque 
nada se sabe con certeza, sería interesante 
conocer si se había reunido en el período 
anterior a ¡a discusión de la Lev, a fin de 
unificar criterios sobre el tema. No sería de 
extrañar que esto hubiera ocurrido, aunque 
por la misma naturaleza de esta institución 
—lias letras eclesiásticas, derecho canónico, 
V el Concordato de 1981 definían cuál debía 
ser el pensamiento de los prelados— a opo¬ 
sición sistemática al proyecto de Ley estaba 
asegurada, puesto que unos mismos princi¬ 
pios regían a todas las jerarquías eclesiásti¬ 
cas. Por tanto, el localismo que se pudiera 
atribuir a los obispos no tiene cabida consi¬ 
derado el asunto en su globalidad. 

LA EXPOSICION DEL OBISPO 
DE OSMA 

La «Exposición del ilustrísi mo señor obispo 
de Osma», fue enviada a las Cortes el 1.° de 


66 

















marzo de 1855, y publicada en «El Católico» 
el 16 de marzo, periódico que defiende el 

pensamiento más conservador sobre la de¬ 
samortización. nos muestra su programa en 
el largo subtítulo de la cabecera: «Periódico 
religioso y social científico y literario: dedi¬ 
cado a todos los españoles y en especial al 
clero v amantes de la religión de sus mayores 
y de su Patria». Dirigido por Manuel Moreno 
Sacristán, será quien abra la campaña de 
prensa contra la desamortización el 6 de fe¬ 
brero (un día después de que Madoz presen¬ 
tara su proyecto en las Cortes). Periódico de 
una gran difusión en provincias, y de una 
tirada media, tenía una clientela adscrita al 
pensamiento moderado, cercano al «ultra¬ 
montanísimo» de los seguidores del conde de 
Montemolín. 

La intención de este prelado se evidencia al 
observ ar que no sólo ha enviado su exposi¬ 
ción a las Cortes, sino que la publica en la 
prensa íntegramente, tai como lo hab an re¬ 
cibido ios diputados. Sin embargo, parece 
que éstos no querían darse por enterados de 
que tal exposición había sido presentada en 
la Mesa del Congreso, conteniendo acusacio¬ 
nes y amenazas graves para el.Gobierno v la 
sit uación surgida de la revolución de julio de 
1854. Tan sólo la actividad de algunos 
miembros de la Cámara no pertenecientes a 
la Comisión ni al Gobierno exigieron de éste 
que cumpliese con sus atribuciones ejecuti¬ 
vas v resolviera en consecuencia sobre las 
responsabilidades que se podían derivar de 
la exposición de! mencionado obispo. Sólo 
así se entiende el largo período transcurrido 
entre la feciia de presentación de la exposi¬ 
ción y la de destierro, el cual motivó una 

v r 

interpelación de Tomás Jaén el 21 de abril, 
provocando una discusión violenta entre los 
diputados «moderados», por un lado,, v los 
progresistas y el Gobierno, por otro. 

El espíritu de la exposición se consigna en el 
pensamiento sobre la desamortización; se¬ 
gún el obispo de Osma, ésta va contra las 
«leyes divinas» que los concilios han legisla¬ 
do, y esto es castigado con la expulsión de la 
comunidad de fieles. Sus propios términos 
condujeron al Gobierno a decretar su destie¬ 
rro temporal, primero a Cartagena y poste¬ 
riormente a Canarias. Esta medida no se hu¬ 
biere dado en un ciudadano común, pero 
siendo representante y autoridad de la Igle¬ 
sia, el ministro de Justicia, Joaquín Aguirre, 
no podía en tanto que tal proceder de otra 
manera. 

Todo hubiera acabado sin mavor transcen¬ 


dencia si en el Parlamento no le hubiese in¬ 
terpelado al Gobierno sobre el tema del des¬ 
tierro. Esta interpelación presentada por 
Tomás Jaén (diputado progresista) provocó 
las protestas de unos y las risas de parte de 
los miembros de la Cámara, tras el discurso 
de apoyo a la misma, quedando bien delimi¬ 
tados los campos ideológico-político de la 
misma. Aun así, la interpelación quedó pen¬ 
diente de discusión, provocando en su día un 
enconado debate. El objeto que el mencio¬ 
nado se había propuesto se cumplió con lar¬ 
gueza, pues no sólo fue publicado, sino que el 
debate parlamentario enfrentó a tirios y (ro¬ 
yanos en la Cámara, a través de los muy 
distintos argumentos de cada tendencia po¬ 
lítica. 

Es interesante consignar las distintas lectu¬ 
ras quede la exposición hicieron los partidos 
presentes en i a Cámara: por el partido pro¬ 
gresista, Joaquín Aguirre, Escosura, Gómez 
de la Serna y el interpelante Tomás Jaén; 
por el partido moderado. Nocedal. 

Ataca Jaén al partido progresista por su in¬ 
coherencia entre los principios proclamados 
y las practicas políticas cuando se halla en el 
poder, considerando que el anhelo del 
mismo está muy lejos de querer servir al 
país, acercándose mucho más al «menguado 
fin de satisfacer ambiciones mezquinas, bas¬ 
tardas y miserablemente despreciables». 

«Nadie dudará de que los obispos es tai} reves- 

67 



a Monasterio abandonado y saqueado después de la desamorti 
zadón». (Ilustración de M* Jiménez Sierra. Col, particular). 
























í idos del derecho de peí ición; ese derecho les ha 
sido reconocido y conservado por los monar¬ 
cas absolutos, lo mismo que a iodos los espa¬ 
ñoles, no sólo contra los proyectos de lev, sino 
también contra las leyes promulgadas; y este 
derecho de exponer no lo ha usado sólo el 
obispo de Osma, porque todos los prelados de 
España han ele\'ado exposiciones análogas, y 
en idénticos térm inosen cua uto al fondo (, v 
también hay algunos que se han adherido a la 
exposición de ese señor obispo. Debo, pues, su¬ 
poner que el procedimiento usado con este pre¬ 
lado tiene por causa, más bien que el fondo, la 
forma de exposición,» 

Ciertamente es en cuanto a la forma, pero 
también de su contenido: por un lado, des¬ 
preciaba ai Gobierno progresista con sus 
irreverencias; poi otro, acudía a fórmula:-' 
que ponían en entredicho la misma legitimi¬ 
dad del poder político. 

Dos puntos se consideraron extremada¬ 
mente graves y de los cuales Joaquín Aguine 

pedía explicaciones: primero, porqué el 
obispo de Osma había apoyado su exposición 
en la Bula In Caena Domini, que no tenía el 



El general Espartero. (Ilustración de Rico para «La ilustración 
españolé y americana», Biblioteca Nacional* de Madrid}* 

68 



«Isabel II, Reina consltucionai de España»»* (Ilustración de A. 
GuglfelmJ. Museo Municipal, de Madrid). 


pase real; segundo, como se explicarían al¬ 
gunas expresiones de carácter vago y equí¬ 
voco, y de interpretación peligrosa que se 
habían vertido en la exposición. 

Para Jaén, ninguna de estas acusaciones pue¬ 
den tomarse como objeto de condena, dado 
que la Bula In Caena Domini tan sólo estaba 
suplicada por cláusulas que pudieran perju¬ 
dicar las regalías de la Corona. Y añade, en 
consecuencia, una valoración política de la 
actuación del Gobierno; «Magníficamente 
progresamos, mañana tal vez se quiera cas¬ 
tigar hasta las intenciones». Pide a continua¬ 
ción la dimisión de Joaquín Aguirre como 
ministro de Gracia y Justicia puesto que «no 
puede sostenerse en esa silla porque carece 
de ía mayor parte de las circunstancias para 
ser un ministro aceptable. El pretender in¬ 
timidar a los obispos es un empeño ridículo, 
pues llenarán su deber a pesar de las trope¬ 
lías v no ennmdecerán por las persecuciones». 

La descalificación no puede ser más absolu¬ 
ta, v Aguirre, saliendo al paso, rechaza el con¬ 
cepto de persecución contra los obispos, no 
compartiendo ciertos artículos de la prensa 




























«S. $* Pro IX». (Ilustración de F, La porta* para ta obra de Fernan¬ 
dez de Córdoba «Mis memorias íntimas»). 

periódica que «sin duda ha escrito el señor 
Jaén», de que la Iglesia ha sufrido ahora más 
persecuciones que en los tres primeros siglos 
de existencia. Justifica con un principio gene¬ 
ral la medida tomada contra el obispo, «ante 
Dios y ame los hombres quizá sea un acto 
grande de religión la medida que el Gobierno 
ha tomado con el obispo de Osma, para im¬ 
pedir mayores males a la Iglesia». 

El conflicto entre la Iglesia y el Estado no era 
nuevo; dos poderes que coexisten a lo largo 
de la historia, se habían enfrentado en ante¬ 
riores ocasiones, y siempre a causa de la im¬ 
precisión de los límites de cada uno de los 
poderes, inmiscuyéndose demasiado en 
asuntos que concernían a uno de ellos de 
forma exclusiva. A juicio de Aguirre, la expo¬ 
sición podría haber llevado a tal enfrenta¬ 
miento una vez más, «pues no se puede ne¬ 
gligentemente llamar usurpadores v ladro¬ 
nes a los poderes legítimos del Estado; (...) 
que nosotros estamos fuera del gremio de la 
iglesia, y que estamos privados de sepultura 
eclesiástica (...). Según el señor Jaén, tiene 
derecho con su carácter sagrado para insul¬ 
tar a un Gobierno v a todos los poderes legí¬ 
timos del Estado». 

La Cámara eclesiástica en su momento con¬ 
sideró punible la exposición, ya que en la 
misma había culpabilidad, quedando deci¬ 
dido por unanimidad completa, 

«El obispo al citar la Bula de la Cena, bien 
procedió con alevosía y no respetando el 
cuerpo legal de España, o bien es un ignorante 
m lo que a derecho canónico se refiere . Por su 
rango en la jerarquía eclesiástica está claro que 
conocía perfectamente las observancia. de tal 
Bula, con la que no queda otra solución: su 
intención era provocar a los poderes del Esta¬ 
do, Este era el primer punto en liza, en el cual el 
obispo prescindía de tal obsen'ancia de la 


Bula, lo que indica una falta de respeto a las 
leyes». 

La segunda cuestión se relaciona, una vez 
vista la forma en que fue presentada, con el 
contenido de la misma, analizado por Agui¬ 
rre fue discutido posteriormente—entrando 
en una serie de «dimes y diretes»— por el 
neocatólico Nocedal. 

«El obispo de Osma —dice Aguirre— nos dice 
que el Divino Redentor derramó su preciosa 
sangre para tener bienes temporales (la Igle¬ 
sia), y nos dice también que la libertad e inde¬ 
pendencia de la Iglesia consiste en esos bienes 
Pues con esa libertade independencia que 
quiete el obispo de Osma, no hay más que una 
línea, y muy corta hacia la libertad de cultos. Y 
el señor Jaén, que tanto defiende al obispo de 
Osma, y que por otro lado tanto abogó por la 
unidad religiosa, ¿nos quiere lle\ } ar ahora 
hasta ese punto que tan poco dista de la liber¬ 
tad de cultos? 

La libertad e independencia de la Iglesia no es 
posible que nadie sostenga que consiste en te - 



El general Leopoldo O Donnell (1809-1867). 


69 




















«Cardenal Antortell» (Ilustración de la obra de Fernandei de 

Córdova «Mis Memorias Intimas»). 


'ner bienes inmuebles; (■■■) por lo que es una 
libertad y una independencia muy singular la 
de que el Gobierno haga cuanto quiera la Igle¬ 
sia, v la Iglesia nunca haga lo que quiera el 

Gobierno». 

Este es el caballo de batalla que se encuentra 
en casi todas las exposiciones de los obispos: 
bienes temporales e independencia de la 
iglesia. La desamortización, ¿acabó con al-, 
guno de ellos? Los bienes quedaron muy 
menguados, pero aún siguieron disfrutando 
de algunos, a parte de los casi doscientos 
millones de reales que se asignaba al clero 
del Presupuesto General del Estado. En 
cuanto a la independencia, esto habría que 
tratarlo con sumo cuidado, por sus comple¬ 
jas relaciones. 1 ¡i cierto modo, lle\ aba i azón 
el obispo de Os uva, los bienes temporales 
conferían una independencia que disi rula¬ 
ron durante siglos —muy distinta de la que 
proporcionaban los millones de reales pro¬ 
cedentes del Presupuesto— y que les permi¬ 
tió configurarse como un poder eSpii itual y 
temporal dentro de la sociedad del antiguo 

régimen. 

El tercer punto se refiere al grado de acata¬ 
miento de esta dignidad eclesiástica al orde¬ 
namiento político del Bienio. 

«No fallaba mas —decía Joaquín Agu i ñe¬ 
que el obispo de Osma hubiese dicho: no reco¬ 
lé 



El general Narvaez (1800-1868). (Biblioteca Nacional.de Madrid). 


nozco la autoridad del Gobierno y planifico la 
rebelión en m i diócesis para que no se obedezca 
al Gobierno.» 

La cuestión radicaba en los imprecisos lími¬ 
tes que separaban las competencias propias 
de ambos poderes, y que nadie se atrevió 
fijar; y en este caso concreto o se llegaba a un 
conflicto o aun convenio entre ambas potes¬ 
tades. El obispo de Osma siendo un ciuda¬ 
dano español y una jerarquía eclesiástica 
con jurisdicción especial no respetó el con¬ 
venio tácitamente establecido, entrando en 
conflicto con el Estado. La medida guberna¬ 
tiva venía a dulcificar lo que tenía todas las 
trazas de derivar en un con i licto abierto en¬ 
tre ambos poderes. El Gobierno progresista 
estaba en la linea de los gobiernos modera¬ 
dos y de los absolutistas, cuando se vieron 
obligados a proceder de igual forma. 

Hasta aquí el contencioso queda resuelto si 
no fuera porque Nocedal, defensor de las 
prerrogativas de la Iglesia, introdujo algu¬ 
nos elementos que harían ieplicar primero a 
Rscosura v a Gómez de la Serna, además del 

propio Aguirre. 

Las valoraciones de Nocedal sobre el asunto 
del obispo de Osma, que las encamina hacia 
una polémica de jurisprudencia, se entre¬ 
mezclan con las opiniones sobre la desamor - 
tización, el derecho de petición, los gobei- 





































nantes del Bienio, la propiedad y la indepen¬ 
dencia de la Iglesia, y el Concordato, enri¬ 
queciendo sobremanera el conocimiento que 
se pueda tener sobre estas cuestiones fun¬ 
damentales. Recrimina al Gobierno las ¡imi¬ 
taciones impuestas a la utilización del dere¬ 
cho de petición, amenazando con enviar to¬ 
das las exposiciones a los tribunales para que 
sean examinadas, la prohibición de ejercer 

tal derecho contra las leves existentes tanto 
las reflejadas en el derecho civil, como las 
votadas en las Cortes. Pero a pesar de estas 
críticas valora positivamente e! intento del 
Estado de obviar toda oposición ante sus dic¬ 
támenes, máxime cuando se halla en un pro¬ 
ceso de acomodación a la sociedad que está 
surgiendo, como resultado de la entrada en 
escena de nuevas clases sociales. Aquí puede 
observarse el intento por parte de todas las 
clases sociales y iuerzas políticas por levan¬ 
tar un Estado que se ajustase a las condicio¬ 
nes socioeconómicas existentes. Sin embar¬ 
go, las relaciones de estas fuerzas políticas 
con la Iglesia variaban sustancialmente, y si 
los moderados realizaron el Concordato de 
1851, los progresistas lo rechazan como una 
ley ominosa para el Estado. 



«Madrid. El Clero en un paseo matinal por la Villa». (Coh partí- 

calan, 


En este contexto los obispos se hallan perfec¬ 
tamente defendidos por los neocatólicos, ios 
cuales consideran que aquéllos callaron du¬ 
rante demasiado tiempo en una actitud con¬ 
ciliadora y prudente, con el lin de exasperar 
los términos, y afirma Nocedal en este punto 
que «quizás, quizás si no hubieran callado 
tanto, no hubiéramos llegado al caso en que 
hoy estamos». A su juicio el obispo de Osma 
está en su derecho de protestar por la Ley de 
Desamortización, primero porque como 
cualquier ciudadano posee la capacidad ju¬ 
rídica para ejercer el derecho de petición; en 
segundo lugar, porque su calidad de obispo 
tiene unos deberes episcopales que le impone 
elcumplim ienlo de un juramento hecho en el 
momento de su consagración, cual es el de no 
permitir en manera alguna que se enajenen 
ni se empeñen los bienes de la Iglesia. Otro 
punto de apoyo de la exposición que anali¬ 
zamos en el Concordato de í 851, el cual en su 
artículo 45 previene que si en lo sucesivo a 
partir de esa lecha, ocurriese alguna dificul¬ 
tad con respecto a las propiedades de la Igle¬ 
sia, la autoridad romana y la Corona se pon¬ 
drían de acuerdo ad rem aniice componen- 
dam, para resolverla amigablemente. Lo que 
trascendía era el desprecio del Vaticano ha¬ 
cia los poderes públicos españoles, privándo¬ 
les de competencia para entrar en ciertos 
asuntos; se negaba en realidad la misma so¬ 


beranía de las Cortes —y por tanto de la 
nación—. dejando en definitiva a los secre¬ 
tarios del Vaticano el gobierno de tos asuntos 
de trascendencia. 

Nocedal coincide plenamente con el obispo 
de Osma, hasta el punto que llega a decir, 
dirigiéndose a Aguirre: 

«Yo le respondo que sostengo todas y cada una 
de las doctrinas económicas que se sientan en 
la exposición del rev erendo obispo de Osma. La 
sostendré como particular para darle el gusto ai 
señorministro de Gracia y Justicia de que, si lo 
tiene por delito, me persiga a mi también por la 
comisión de ese delito.» 

La actitud de la derecha no podía ser más 
hostil; la desamortización era combatida; 
combatido el Gobierno, v combatida asi mis- 
mo la situación política creada en la re¬ 
volución de julio de 1854. Especialmente 
sensibilizado ante estos ataques se encon¬ 
traba el tránsfuga Patricio de la Escosura, 
que cal i lie a a la desamortización como «lev 
de la revolución, y prueba de ello es la guerra 
crudísima que por todas partes se le hace, 
guerra del que este debate no es más que un 
episodio». Tilda de facciosa la exposición de! 
obispo de Osma, por la amenza explícita de 
excomunión o interdicto, la cual aplicada a 
un Gobierno significa absolver a los subdi los 
del juramento de fidelidad y obediencia. No 

71 





















CandidoNocedal{ 1821-1885). (Biblioteca Nacional, de Madrid). 


hay duda que la legitimidad de los gobernan¬ 
tes del siglo XIX se basaba muy especial¬ 
mente en la coníesionalidad del Estado. La 
cuestión era especialmente delicada, y la 
medida del Gobierno de desterrar al obispo 
estaba en consonancia con la amenaza que 
pesaba sobre ios poderes del Estado. 

La exposición en su parte más conflictiva 
estaba redactada de la siguiente manera, de 
la cual entresacamos lo más significativo. 
Decía el obispo de Osma: 

«A/o se trata de la conservación de los bienes 
materiales que los prelados españoles miran 
con bastante indiferencia, y que abandonarían 
en silencio a la ambiciosa codicia de los usur¬ 
padores Si bien no usará (la Iglesia) del 
hierro y el aceto, porque no son estas las armas 
que les confió el Divino Redentor para su cus¬ 
todia y defensa, tiene una espada espiritual, 
acaso de mejor temple que aquéllas, que desen¬ 
vainará si necesario fuese, para proteger su 
propiedad contra las usurpaciones sacrilegas de 
los usurpadores (...) ¿Se dará lugar a que los 
centinelas más avanzados de la Casa de Israel, 
en cumplimiento de su espinoso ministerio, y 
obedeciendo a lo que se dispone en los sagrados 
cánones con es¡yecialidad en los Concilios ge¬ 
nerales de Constanza, sesión octava contra 
Wicleff; el de Trento, sesión 22, cap. II, De 
Reformatione, y multitud de Bulas pontificias, 
señaladamente la de In Caena Do mi ni; se dará 
lugar a que los obispos esgriman esta espiritual 
espada, contra los usurpadores de los bienes de 
la Iglesia, declarándoles separados de la comu¬ 
nión de fieles como miembros podridos, priva¬ 
dos de la entrada en el Templo, de la participa¬ 

72 


ción de los sacramentos, v de la sepultura ecle¬ 
siástica en la hora de la muerte? 

(...) Pero los señores diputados son demasiado 
cuerdos para que yo pueda presumir que quie¬ 
ran crear tan grave conflicto entre las autori¬ 
dades civiles y eclesiásticas, poniéndolas en 
abierta pugna a unas con otras, cuando nunca 
es más necesaria que ahora la comunión y 
buena armonía entre ellas; antes bien me lison¬ 
jeo de que se apresuren a negar su aprobación a 
un proyecto cuyas tendencias nada tienen de 
católicas, que es también anticlerical, porque 
barrena y destruye la propiedad y la justicia, 
sin las cuales no puede existir ni aún conce¬ 
birse la sociedad, y que además dejaría mal 
parados a los que en la rewlución pasada se 
apoderaron de los bienes de la Iglesia y que sólo 
han hecho suyos en virtud del tantas veces 

ife' 

citado último Concordato, cuyas principales 
bases se destruyen por el presente proyecto de 
desanwrtización eclesiástica . 

(...) Y en este gravísimo pero inevitable conflic¬ 
to, si se aprobase el pioyecto de desamortiza¬ 
ción v se tratase de llevarlo a cabo sin el con¬ 
sentimiento de la Santa Sede, volverían otra vez. 
las persecuciones, los destierros contra los mi¬ 
nistros del santuario por la sola razón de que 
cumplirían con su deber negando la absolu¬ 
ción en el tribunal de la penitencia a los com¬ 
pradores y detentadores de dichos bienes .» 

La exposición es agresiva e inteligente en la 
medida que acude a los resortes donde la 
sociedad pudiera estar sensibilizada, la cual 
siendo en su totalidad católica, no era de 
extrañar que sirviera de revulsivo contra la 
desamortización. La pretensión del obispo 
no era descabellada, y en su misma línea se 
hallaban no pocos «liberales» que exigían se 
cumpliera el Concordato, v se consultara al 
Pontífice. Esto era inadmisible para los pro¬ 
gresistas y los demócratas, incluso para el 
Gobierno, puesto que suponía una cesión de 
competencias que les incumbían exclusiva¬ 
mente a los poderes del Estado. Y como ma¬ 
nifestara Escosura, el obispo de Osma con 
sus ideas ultramontanas «quiere someternos 
no a la autoridad de la Iglesia, que recono¬ 
cemos todos, sino a la voluntad omnímoda 
de todo el que vista sotana». 

Para el clero la desamortización suponía la 
culminación de un proceso exasperante, 
pues bacía tan sólo un mes —en febrero de 
1855— tuvo que combatir ardua y tenaz¬ 
mente contra la libertad del culto, recogida 
en la Base 2. a de la Constitución, Se conside¬ 
raba atacado por todos los extremos, y 
siendo consciente de ello no duda en amena¬ 
zar con la utilización de las medidas más 









«Sacerdote revestido»*, (Cuadro de j. Beniliure. Museo de Bellas 

Artes, de Valencia). 


drásticas que tiene a su alcance, sensibili¬ 
zando a la sociedad desde el pulpito o desde 
la prensa. La exposición de este obispo es 
buena muestra de la actitud hostil del clero 
hacia la desamortización, en realidad Nar- 
váez estaba en puertas con el decreto de sus¬ 
pensión de la Ley del 1de mayo. La Iglesia 
no triunfó por la vía de las peticiones por más 
agresivas que fuesen, ni por la vía de los 
sermones incendiarios en los pulpitos, pero 
consiguió que una vez eliminado Espartero 
por el otro general del Bienio, O Donnel, di¬ 
solviendo las Cortes a cañonazos, se impu¬ 
sieran sus pretensiones de anular la desa¬ 
mortización. La Iglesia aún tenía el sufi¬ 
ciente poder institucional, y esto se corro¬ 
boró con el pacto hecho en 1 859-1860, por el 
cual el Concordato seguía vigente y servía de 
base a las negociaciones. En definitiva, e! 
conilicto entre esta entidad y el Estado se 
resolvió a favor de aquélla. Ello se debía a la 
debilidad del Estado, reflejo de la situación 
en la que se hallaba la burguesía destinada a 
controlar todas y cada una de sus institucio¬ 
nes. Todavía la estructura socioeconómica 
del antiguo régimen pesaba demasiado so¬ 
bre la sociedad de mediados de siglo, v el 
resultado fue el fortalecimiento de una Igle¬ 
sia que setenta años más tarde de la guerra 
de 1808 había superado Ja crisis de los inicios 
del siglo. 

Por tanto, la actituddel obispo de Osmá dis¬ 
taba mucho de ser testimonial, ya que a la 


larga las doctrinas «escasamente canónicas», 
como calificaba Gómez de la Sema, el conte¬ 
nido de la exposición acabaron imponién¬ 
dose sobre los postulados de los progresistas 
salidos de la revolución de julio. Todavía en 
1959 el conteucioso de la desamortización 
eclesiástica perduraba, y el Concordato, 
arreglado gracias a la actividad diplomática 
de Ríos Rosas durante el Gobierno de la 
Unión Liberal , seguía en pie. Esto dio lugar a 
que se revisara la petición del clero en la 
época de! general Franco, haciendo efectivo 
el pago de todos los intereses no satisfechos 
desde su suspensión en el siglo pasado, in¬ 
cluyendo en el Presupuesto General del Es¬ 
tado para el bienio 1960-1 961 una partida de 
cerca de 1.200 millones de pesetas. 

Concluyendo, Estado, Iglesia, desamortiza¬ 
ción, Concordato, propiedades eclesiásticas, 
legitimidad del Estado, actitud del clero, 
propietarios territoriales, adquirentes po¬ 
tenciales de bienes nacionales, y todos los 
componentes sociales relacionados directa¬ 
mente con la desamortización se veían afec¬ 
tados en alguna medida por la explosiva ex¬ 
posición de! obispo de Osma. Reflejo evi¬ 
dente de las fidelidades que aún conservaba 

la Iglesia en pleno período de liberalismo 
isabelino. ■ M. F. T. 



El general Franco saludando»! Nuncio de S S. monseñorRiberi, 
en una recepción al Cuerpo Diplomático, durante los años de su 

Dictadura. 


73 






































# f~\UE lejana está, o parece estar, para el italiano «europeo», 
¡ 1/ consumista y comunitario de los años 80 aquella Italia de 
: I la denota, de la ocupación y del cambio de hace 35 años! 

Una Italia cerrada todavía como un pequeño mundo diferente, que 
poco tenía —y quizá tiene — que ver con otros países más al norte, 
donde el extranjero podía asombrarse todavía con la extremada pobre¬ 
za, cort la violencia, la austeridad y la dureza de la vida, con el imperio 
masculino, el honor sexual, donde la mafia era una realidad, donde el 
bandidaje, como veremos, no era algo insólito. 


T 


IODO esto era cierto en¬ 
tonces —y sabemos en 
qué medida lo sigue siendo 
hov— sobre lodo para el sur 
de Italia, y en particular 
para Sicilia. 

Pero la Sicilia de 1943, la que 
va a presenciar las activida¬ 
des de GiuHano, es un poco 
excepcional en la historia 
contemporánea de Italia: 
primera porción del país 
ocupada por los aliados, au¬ 
sencia de una «resistencia» 
contra los nazi - fascistas, 
sep arat i smo, re naci mtentó 
del bandidaje y de la matia, 
primera región autónoma y 
primera reforma agraria de 
la posguerra, v objeto, entre 


1943 —caída del fascismo— 
v 1950 —consolidación de la 
vía política actual— de una 
verdadera carrera entre 
Roma y los poderes locales y 
entre estos últimos, unos 
contra otros, por su control. 


1 lemos aludido al bandidaje: 
Giuliano es i ruto improviso, 
pero no imprevisible, de la 
Italia de posguerra y de la 



alta política interior y exte¬ 
rior. pero también, y sobre 
todo, de la historia y la so¬ 
ciedad local, de su civiliza¬ 
ción particular. Y para com¬ 
prenderlo es imprescindible 
presentar su paisaje históri¬ 
co, sociológico y cultural, no 
muy diferente del que pro¬ 
dujo antaño el viejo bandi¬ 
daje mediterráneo. 

EL MEDIO 

Sicilia, precisamente, es 
algo así como una reproduc¬ 
ción a escala reducida de ese 
mundo que solemos llamar 
mediterráneo; superposi¬ 
ción de poblaciones diversas 
—muchas veces af ines—, in¬ 
vasiones extrañas incapaces 
de penetrar eí duro capara¬ 
zón de esta tierra donde las 
gentes conocen una muy re¬ 
cortada alegría de vivir, 
acostumbradas a un rigor 
impuesto, sí, por las clases 
dominantes, pero, sobre to¬ 
do, por sus propia cultura; 
donde son serias, sin grandes 


risas, vigiladas por tabúes 
férreos v rígidas fidelidades 
y jerarquías. 

E! latifundio, el trigo, el oli¬ 
vo, la vid, el contraste entre 
campo y ciudad, el numeroso 
proletariado agrícola, la exi¬ 
güidad de las clases medias, 
los restos de la nobleza, sir¬ 
ven como fondo a una orga¬ 
nización social caracteri¬ 
za da por un a ace nt uada con¬ 
ciencia de parentesco, de li¬ 
naje, donde la familia in¬ 
cluye a parientes de sangre y 
«artificiales» —piénsese en 
la figura del compadre—. La 
preocupación primordial del 
siciliano —y del mediterrᬠ
neo— es la defensa de la 
única institución realmente 
viva en su conciencia, la fa¬ 
milia, sentida más como 
«dramático nudo contrac¬ 
tual que como agregado na¬ 
tural y sentimental» (Hess): 
es su «Estado». Ello queda 
simbolizado en la defensa 
del honor familiar y del indi¬ 
viduo, del buen nombre, por 
mandato de la omertá (hom- 












75 





















































bría); y sítv tener que recurrí r 
al Estado para recuperar ia 
honra, aun a costa de come¬ 
ter actos que el Estado con¬ 
sidera delictivos, pero que 
no lo son para el sicií i ano El 

concepto del honor se rela¬ 
ciona estrechamente con la 
mujer y el sexo, cuya pureza 
debe defender el hombre de 
bien, al ser depositaría aqué¬ 
lla, pese a su posición supe¬ 
ditada. de los valores socia¬ 
les y familiares. 

í-a solidaridad de clase o la 
obediencia al Estado son 
sustituidos por la solidari¬ 
dad familiar y por la referen ■ 
cia a un tipo de poder perso¬ 
nalizado en un «hombre im¬ 
portante». Desobedecer al 
Estado, además, es una vir¬ 
tud. De ahí que el bandole¬ 
rismo tenga fuertes compo¬ 
nentes sociales y culturales. 
Si el Estado existe en Sicilia, 
es algo superpuesto, y fuera 


del ámbito amiliar se de¬ 
pende políticamente de ins¬ 
tancias de tipo clientelista, 
de un sistema de patronato, 
que algunos califican de ca¬ 
ciquil y otros de mal toso , o 
de feudal. La historia de Sici¬ 
lia —y no sólo de Sicilia— es 
en gran medida la de la con¬ 
servación de esta estructura, 
pese a los envites del Estado. 

LA HISTORIA 

Por eso, se dice, la histo) ia no 
ha alterado mucho el esque¬ 
leto cultural siciliano; su es¬ 
tructura profunda se ha 
mantenido en pie contra 
viento y marea. Y no sólo por 
la incapacidad o por el abso¬ 
lutismo borbónicos; tam¬ 
bién por una especie de con¬ 
servación espontánea de lo 
propio, que se da en todas las 
clases sociales y que un indi¬ 
viduo del Norte llamaría 
«inercia», frente al Reino de 


Ñapóles y luego trente al de 
Italia. Loque no quiere decir 
que la defensa de la estruc¬ 
tura económica no sea tam¬ 
bién cosa de los feudatarios, 
ni que el propio pueblo no 
quiera reformas, Demuestra 
esto las explosiones sociales 
periódicas de los campesi¬ 
nos, müy violentas, pero que 
tienden más a la desobe¬ 
diencia social que a la toma 
del poder, y van dirigidas 
más contra los abusos que 
contra el sistema. 

.Asimismo, cuando el feuda¬ 
lismo es abolido olicial- 
mente en 1812 , el latifun- 
dismo y el clientelismo pare¬ 
cen que van a morir. Pero 
nunca morirán del todo, y 
píenos su espíritu. La aboli¬ 
ción no produce ninguna re¬ 
volución social, porque los 
feudos son dejados en libre 
propiedad a los antiguos ba¬ 
rones. 



Monraile' 


Ale amo 


Randazzo 


Lartan 


* * * í 1 1 

Bkmcovillct 


Ríazxa Armerlna 


Cankattl 


AgHgento 


Caltagirone 


^ .* 


iVIzztni 


YU0Q>íi.Vfct 


IRACUSA 

(SyracuM) 


Palaixolo*^ 

Comiso 
* ■•Ragusq 


Bulgaria 


CORSICA 


Algáfía Túníaia 


y santuario de la antigua civilización mediterránea, Sicilia ha dado algunos da tua producto* mas 


Mapa da Sicilia. Síntesis, reserva y santuario dala antigua civilización mediterránea, aicma na aaeo »*** 

característicos: al latifundio, al sistema da patronazgo (basa del sistema mafioto) y al bandolerismo, cuyo representante mis 

conspicuo será, en ia Sicilia contemporánea, Salvatore Gíullano. 


76 




















Tras la aventura napoleó¬ 
nica (el Reino de Nápoles de 
Murat), las revueltas políti¬ 
cas liberales sicilianas de 
1820, 1837 y 1847-48, sacu¬ 
den la isla, pero resuelven 
poco. 

Con todo, la historia ha 
cambiado algunas cosas, ¡y 
cómo! El más grave golpe 
fcontra la sociedad isleña 
proviene de un reino norteño 
y de unos revolucionarios 
nacionalistas de mentalidad 
norteña: Piamonte y los ga- 
Hbaldinos. Cuando Gari- 
baldi y sus « Mil» conquistan 
el Reino de Nápoles en 1860, 
Piamonte se lo anexiona sin 
pestañear, tras un plebiscito 
discutible, iniciándose en- 
tonces una nueva etapa para 
el Sur de Italia. 

Pero la tajada no es tan bue¬ 
na-. Los funcionarios norte- 

•• 

ños se encuentran ante un 
país pobre, relativamente 
atrasado (al menos desde su 
óptica burguesa e industria¬ 
lista), diferente por civiliza¬ 
ción e incluso por lengua. 
Los unitaristas indígenas su¬ 
reños, que esperaban una 
verdadera revolución social 
V política, ven frustradas sus 
esperanzas. 

Para los del Norte —que lo 
ignoran todo sobre la nota¬ 
ble vida intelectual del 
Reino de Nápoles antes de la 
anexión—, los sureños son 
«feroces beduinos», v Sicilia, 
«ün pozo lleno de fango». La 
ocupación, la incompren¬ 
sión y la dureza de la explo¬ 
tación piamontesa provo¬ 
cará una sangrienta guerra 
de guerrillas —la «guerra 
contra los bandidos» de la 
historia oficial—de casi cua¬ 
dro años (1861-1863), que, 
entre otras cosas, lanzará al 
monte a numerosos jóvenes, 
y no será la última vez (1). 


U) La guerra tendrá gran apoyo jk>- 
ptdar, pero la dirigirán las clases do- 


Esta guerra v la rebelión de 
1866 acentúan el autono- 
mismo siciliano. Aunque las 
clases dominantes, que un 
día fueron autonomistas y 
antinapoütanas, no dudan 
ahora en acercarse a Pia¬ 
monte, temerosas de los re¬ 
volucionarios locales. 

El cambio arruina la econo¬ 
mía de la isla, convertida, 
como el resto del ex reino de 
Nápoles, en « un mercado co¬ 
lonial» (A. de Vitti de Mar¬ 
co). La unificación del mer¬ 
cado nacional rompe el «es¬ 
pinazo al Sur» (Zitara). El 
librecambismo hunde la 
modesta e incipiente indus¬ 
tria. La disgregación del lati¬ 
fundio libera, sí, a grandes 
masas campesinas, pero és¬ 
tas quedan sin protección 
’f eu da i y sin integrarse en el 
nuevo sistema. La reforma 
agraria de Roma queda neu¬ 
tralizada por el desmenu¬ 
zamiento o por la recompra 
efectuada —como en la Es¬ 
paña de treinta años antes— 
por los burgueses o los pro¬ 
pios latifundistas, y por una 

fiscalidad más dura. 

# 

La conscripción militar—de 
la que antes los sicilianos es¬ 
taban exentos— hace deser¬ 
tar a miles de isleños y ali¬ 
mentará también el bandi¬ 
daje. 

Nace ahora el llamado «pro¬ 
blema del ¡Vlezzogiorno», ya 
cfúeei Sur, con Sicilia, no pa¬ 
rece aberse recuperado del 
■trauma de 1860. Para el Sur, 
el Risoi^gimento y la Unidad 
representan una involución. 

CAMBIOS SOCIALES 

Sociológicamente, la disolu¬ 
ción del mundo feudal se 


minantes desposeídas y ¡a iglesia; se 
les unirán numerosos intelectuales y 
garibaldinos de izquierda decepciona¬ 
dos, La guerra hizo casi cuatro mil 
muertas , sin contarlas vác timas posbé¬ 
licas. 


acentúa ahora. La nobleza 
feudal pierde mucho de su 
poder oficial tradicional. 
Perdedores, en mayor medi¬ 
da, son los campesinos y, en 
particular, los braceros. Ga¬ 
nadores, la burguesía ur¬ 
bana y una particular «bur¬ 
guesía agraria» que ha ido 
prosperando al servicio de 
los terratenientes, y que ha 
comenzado a autonomizar- 
se, a encajarse entre aqué¬ 
llos, a quienes trata de susti¬ 
tuir, y los campesinos, a 
quienes a su vez frena en su 
ascenso social (2). Para ello, 
estos campesinos aburgue¬ 
sados se sirven de los meca¬ 
nismos que conocen, los del 
clientelismo, y llegarán a 
convertirse en hombres in¬ 
fluyentes, respetados, un 
poco como sus antiguos 
amos; en hombres de valor, 
de honor, de gran capacidad 
de comunicación, capaces de 
servir a su grupo de amigos y 
clientes —la cosca — y, a ve¬ 
ces, a toda la comunidad en 
la que viven, a cambio de y 
gracias a su poder, del que 
pueden llegar a abusar. Es¬ 
tos personajes han sido ca¬ 
paces, además, de establecer 
relaciones con otros centros 
de poder e incluso con los re¬ 
presentantes del Estado, 
creándose un partito. Pero 
saben también actuar fuera 
del Estado y enfrentarse a él 
con éxito. Se dotan así de sus 
propios mecanismos de po¬ 
der y continuidad. Realizan 
así una pequeña «revolución 
burguesa» a la siciliana. El 
Estado reconoce su ascenso 
económico, pero no su ac¬ 
tuación extraestatal ni su 


12) La mueva clase » está formada 
fundamentalmente por gabellotti, 
empleados de tos terratenientes, por lo 
general guardas, administradores, co¬ 
bradores, guardaespaldas, a veces ex 
bandoleros «regenerados», o simples 
campesinos hábiles o no iletrados, a 
quienes los barones abs enlistas ceden, 
previo pago, la explotación de sus lati¬ 
fundio>s y que suelen enriquecerse a 
costa de tos campesinos. 


77 
















Sicili a fuá la primera pordon de Italia ocupada por los aliados. Si para todos los sicilianos significo el fin de la guerra, para muchos 
representó también el fin —momentáneo— del centralismo de Roma. (En la foto, soldados estadounidenses en Patermo, en 1943). 




:#■ 


* i-: 

_> r,. >. r : 


¡unción económico - admi¬ 
nistrativa y jurídico - políti¬ 
ca, consideradas ilegales. 
Campesinos (y ciudadanos) 
sicilianos no dejan de ver en 
esta clase un fruto de su pro¬ 
pia cultura, algo comprensi¬ 
ble para ellos. En dialecto si¬ 
ciliano hay una pa labra para 
designar a este personaje: 
mañoso. 

Estos caciques de nuevo 
cuño son depositarios en 
gran parte del poder isleño 
hasta el advenimiento del 
fascismo en 1922, de manera 
fragmentaria y difusa hasta 


su caída en 1943, y de una 
manera nueva y vieja al 
mismo tiempo, hasta hoy, 
compartiéndolo, a su pesar, 
con el Estado y ciertos parti¬ 
dos. 

La historia reciente de Sici¬ 
lia está marcada por el sis¬ 
tema mafioso. Y algunos ma¬ 
ñosos tendrán un papel deci¬ 
sivo, más tarde, durante la 
ocupación aliada, y en el 
caso de Giuliano, como ve¬ 
remos. 

La imposibilidad de Sicilia 
de seguir el ritmo de creci¬ 
miento del Norte, la explota¬ 


ción v la miserabilización 
desencadenan nuevas re¬ 
vueltas y represiones, que 
lanzan al monte a sucesivas 
hornadas de jóvenes. Otros 
buscarán la protecc ión de los 
mañosos. Otros más, emi¬ 
grarán a América. El protec¬ 
cionismo, en 1887, produce 
nuevas alteraciones sociales. 
Los Fasci di Lavoratori («ha¬ 
ces de trabajadores», que 
nada tienen que ver con el 
fascismo posterior) exigen la 
supresión del gabelíotto, 
base del sistema mafioso, el 
reparto de tierras, la demo- 


78 



































































crat¡/.ación. Sus tendencias 
anarquisloidcs atemorizan a 
Roma, pero la guerra mun¬ 
dial distrae la atención de 
todos. 

Duranteelconflicto,el poder 
estatal parece afianzarse un 
poco más, al tiempo que 
numerosos ma iosos—como 
don Calógero Vizzini— ha¬ 
cen su agosto, gracias en 
parte a la corrupción de los 
gobiernos de Roma. El sis¬ 
tema electoral, el control de 
votos v las fidelidades clien- 
telistas proporcionan gran 
poder a algunos mafiosos 
que apoyan a los liberales. 

Pero la supresión de las elec¬ 
ciones por parte del fascismo 
les arrebata ese poder, v casi 
en seguida son barridos por 


la dura represión del pre- 
lecío fascista Morí en los 
años 20. Peroel fascismo sólo 
es capaz de reprimir: los in¬ 
tentos de reforma fracasan. 

El mundo siciliano sigue en 
pie también por debajo del 
Estada fascista. A su caída, 
los mal iosos recuperarán su 
poder, y con creces. 

SICILIA Y LA 
OCUPACION ALIADA 

El 10 de julio de 1943 los 
aliados ponen pie en Sicilia, 
es decir, en Italia. El 25, el 
rey y el general Badoglio lle¬ 
van a cabo un golpe de Es¬ 
tado contra Mussolini. El 
imperio fascista se derrum¬ 
ba. La autoridad de Roma 
desaparece. La sustituye la 


de los aliados. Importantes 
maliosos norteamericanos, 
como Luckv Luciano, y sici¬ 
lianos, como don Calógero 
V i zzin i, han 'acil ¡tado —1 iov 
en día no se sabe aún en qué 
medida— la invasión aliada, 
en especial la estadouni¬ 
dense en Sicilia centro - oc¬ 
cidental (3). Como remate,el 
coronel estadounidense 
Charles Poletti, agente de la 
OSS (predecesora de la CIA) 
v con oscuras relaciones con 
los ítalo - norteamericanos, 
es nombrado jefe del Go¬ 
bierno Militar aliado en Sici¬ 
lia (AMGOT). y don Caló, ca¬ 
cique de Villalba, es nom¬ 
brado alcalde de su ciudad 
por un oficial de Patton, en 
los mismos días de la inva¬ 
sión, estando presente un re¬ 
presentante del obispo de 
Caltanissetta. 

Con la ocupación aparecen 
la corrupción, el mercado 
negro, el deshilvana miento 
institucional y legal, favore¬ 
ciendo actitudes y modifica¬ 
ciones que van desde la crea¬ 
ción o revigorización de vie¬ 
jos poderes apartados por el 
fascismo (partidos políticos, 
mafiosos) hasta la multipli¬ 
cación de bandas, delitos, 
negocios sucios. El intra- 
llazzo (comercio improvi¬ 
sado e il ícito, mezcla de con¬ 
trabando y estraperlo) enri¬ 
quece a muchos, incluidos 
oficiales norteamericanos. 
Mientras, los aliados progre¬ 
san en su avance a lo largo de 
la península, donde, aquí sí, 
operan ya los partisanos. 

Por encima y por debajo de 
todo esto, muchos grandes 

(3) Los mafiosos indicaron a los 
aliados movim ienios de ha reos de gite¬ 
na v tropas, y presionaron sobre los 
soldados sicilianos del Ejército ita¬ 
liano para que abandonaran sus uni¬ 
dades y volviera n a sus casas. En el 
oeste tk la isla f los aliados apenas ten¬ 
drá nquecomhañr t al contrario que, en 
el este, los británicos. 

El senador Kefauver aludirá en cierta 
ocasión a los «inestimables s enríe ios» 
prestados por Luciano a ios Fuerzas 
Armadas es la do tm idenses * 



Charles Polettc fetedel Gobierno mlN ti retado en Sicilia, La ocupación aliada pre 
to, y favoreció, el resurgimiento de algunos mafias importantes y del bandoferh 


79 






























Lucky Luciano. Este cap o mafia estadou¬ 
nidense prestó inestimables servidos a 
la causa aliada a través de sus conexio¬ 
nes con los capimafia sldlsnos. El Go¬ 
bierno de Washington le reconoció que 
su syudi había sido determinante para 
una mis fádl Invasión alfada de la Ufa. 


mañosos —los menos afec¬ 
tados por el fascismo— se 
reorganizan, con la ayuda 
del AMGOT, y de la Cosa 
Nostra estadounidense, es 
decir, de las «familias» ma- 
fiosas de allende el océa¬ 
no (4). Como dice Salvatore 
Francesco Romano, «la ma¬ 
fia es investida por primera 
vez de una función política 
en pago por los servicios 
prestados a los aliados», En¬ 
tre 1943 y 1944 se encuen¬ 
tran en Italia grupos gangs- 
terianos ítalo - americanos, 
algunos de los cuales, como 
los de Luciano, Vito Geno- 
vese o Genco Russo, se man¬ 
tenían relacionados con al¬ 
gunas cose he isleñas, como 
la de don Caló. Si hasta 
ahora los mañosos habían 
buscado la alianza con el po¬ 
der, desde este momento 
; án identificándose, a la 
americana, con el poder 
mismo (Gaja), y como hará, 
hasta su muerte, don 
Calógero. 

En cuanto a los negocios, los 
mañosos proamericanos 
acaparan el mercado negro, 
protegidos por el AMGOT. 
’ara ello tendrán que elimi¬ 
nar la competencia de co¬ 
merciantes e intrallazzisti, y 
la de los bandidos, nacidos 
como hongos, éstos, en un 
ambiente de desmorona¬ 
miento y brutalidad, en el 
que las represiones de la po¬ 
licía apuntan más hacia hu¬ 
mildes contrabandistas 
campesinos que hacia los 
grandes capítostes de los ne¬ 
gocios. Surgen así las bandas 
de Capí taño, de Alfaro, de los 
hermanos Ongrao, de Turri- 
si, de Trabona, de Giuliano, 

De Roma se teme el frente 
popular —la izquierda está 

(4) Las «familias* estadounidenses 
habían conservado ciertas formas t 
pero habían perdido su carácter ma - 
(toso genuino y se habían convert¡do 
en verdaderos empresarios más o me¬ 
nos legales e incluso en meros gangs- 
ters. 


participando en el Gobier- 

no-, la reforma agraria, la 

reafirmación del centralis¬ 
mo. Bajo el ala del AMGOT, 
la derecha tradicional (mo¬ 
nárquicos, liberales, pronto 
democristianos se reorgani¬ 
zan. Y se organizan, ¡cómo 
no!, algunos grandes maño¬ 
sos, autónomamente,o como 
colaboradores de esa dere¬ 
cha y de los feudatarios en 
sus querellas con los campe¬ 
sinos: don Calógero Vizzini 
será llamado a proteger el 
feudo Micciché. Algunos ma¬ 
ñosos apoyarán a las iz¬ 
quierdas, pero serán elimi¬ 
nados rápidamente. Así, las 
mafias van a llevar sus ata¬ 
ques, junto a la derecha,con¬ 
tra los movimientos campe¬ 
sinos, que toman gran auge 
desde 1944, desesperados 
ante las reformas que no lle¬ 
gan nunca. Uno de sus líde¬ 
res, Li Causi, será asesinado 
ese mismo año. Un mal ¡ oso, 
Lucio Tasca, escribirá un li¬ 
bro sintomático sobre las 
nuevas andaduras de los 
«hombres de respeto»: Elo¬ 
gio del latifundio, un aviso 
contra las veleidades cam¬ 
pesinas. 

Durante un tiempo, además, 
los mañosos se introducirán 
también en los ambientes 
separatistas, e incluso los di¬ 
rigirán. Luego lo veremos. 

Junto a las mafias v a las de- 
rechas, utilizado por ambas, 
aparecerá siempre, desde 
ahora, el bandolerismo, y en 
especial una figura pronto 
notoria y afamada: Salva¬ 
tore Giuliano. Para los ami¬ 
gos, Turiddu. 

GIULIANO 

Giuliano aparece en la histo¬ 
ria con el separatismo. An¬ 
tes, su biografía es irrelevan¬ 
te, «normal». Nace el 2 de 
noviembre de 1922 en Mon- 
telepre, pueblo pobre con 
fuerte caciquismo, al su- 


80 
















El abogada Andraa Aprlla fuá duranta la aagunda guarra mundial, al mayor axponanla dal separatismo siciliano. (En la loto, as al 
sagundopor la derecha, hadando al taludo saparatiata, tras dados ablartos qua simbolizan al ascudo de Sicilia). 


roeste de Palermo, Es edu¬ 
cado —a los 13 años deja la 
escuela— en un ambiente de 
rebeldía social e incomuni¬ 
cación con el Estado, en un 
mundo de doble moral: una, 
que trata de cumplir o ro¬ 
dear las normas estatales; 
otra, que se atiene a la moral 
social siciliana, el caos pos¬ 
bélico lo lleva al contraban¬ 
do. Un conflicto con un cara¬ 
binero, que pretendía requi¬ 
sarle un saco de trigo que 
llevaba al mercado negro, 
empuja a Turiddu al bandi¬ 
daje: Turiddu mata al cara¬ 
binero y se echa al monte. Es 
el 2 de septiembre de 1943. 
No tiene aún 20 años. 

En noviembre mata a otro 
carabinero. La policía inte¬ 
rroga brutalmente a familia¬ 
res de Giuliano. Una represa¬ 
lia desencadena la siguiente. 
En enero de 1944 libera a 
varios presos de la cárcel de 


Monreale, con los que forma 
su primera banda. Giuliano 
vive de tos «impuestos» en 
dinero y especie cobrados a 
los terratenientes, que luego 
distribuye en parte, ostento¬ 
samente, entre los campesi¬ 
nos. Algunos «listillos» se 
hacen pasar por él y cobran 
«impuestos». La justicia de 
Giuliano acaba con ellos. 

Por ahora Turiddu es sólo un 
representante más de ese 
tipo social, habitual en todo 
el Mediterráneo, que es el 
bandolero, e! «bandido ge¬ 
neroso» de la tradición, que 
no debe confundirse con el 
simple ladrón o con el gángs¬ 
ter; ni mucho menos con el 
mañoso, que no es un delin¬ 
cuente en rigor de términos. 
El bandido que se lanza at 
mon te suele ser un fugado de 
prisión, un huido tras una 
revuelta campesina o tras 
una venganza de sangre, o un 


prófugo, acciones todas con¬ 
trarias a la justicia estatal, 
pero no a la moral siciliana. 

Por eso la familia, los ami¬ 
gos, los vecinos del pueblo 
—en la banda siempre hay 
algún pariente o algún pai¬ 
sano del jefe— lo ayudan, e 
incluso, lo elevan a la cate¬ 
goría de héroe socio - políti¬ 
co, y a veces, algunos repre¬ 
sentantes nativos de las 
fuerzas del orden locales cie¬ 
rran un ojo. Si el bandolero, 
y Giuliano está en ese caso, 
poseyera una i deología polí¬ 
tica más estructurada, me¬ 
nos local, si aspirase a con¬ 
quistar el poder, se converti¬ 
ría en un líder político. Pero 
Turiddú es demasiado joven, 
inexperto e ignorante. Y, 
además, pronto va a caer en 
las manos de poderes formi¬ 
dables que saben muy bien 
lo que quieren. 

* 

En un primer momento, Giu- 

81 



























vri; 


j im 




Don Calóggro Vlzzlnl, el mas Importante mafioso de Sicilia en 1943, el cual fue inveg- 
Mo por ios aliados —por consejo de Lucky Luciano y otros malí osos americanos- 
como colaborador supremo del Gobierno militar aliado en Sicilia. 


liano va a dirigir sus armas 
también contra algunos ma¬ 
fi osos y sus matones, que 
protegen feudos vhaciendas. 

Sin embargo, demasiado 
pronto, Giuliano va mos¬ 
trándose más prudente con 
los capimafia, muchos de 
ellos ya poderosos, que son 
los únicos que pueden llegar 
a ayudarlo o, al menos, a ad¬ 
vertirlo sobre los movimien¬ 
tos de los carabineros, que ya 
ie siguen los pasos. Co¬ 
mienza a abandonar el ban¬ 
didaje social. Se dedica 
adora al secuestro de empre¬ 
sarios urbanos, por los que 
pide un rescate, conectado 
quizá con algún mañoso. 

EL CORONEL 
GIULIANO 

Ya presente de algún mo¬ 
do en el pasado, refor¬ 
zado después de la Unidad 
en el siglo XIX, el separa¬ 
tismo ve su oportunidad con 
la caída del fascismo v el 
apoyo aliado, en 1943. Revi¬ 
talizado por Andrea Finoc- 
chiaro Aprile, por Várvara y 
Cánepa, el separatismo es 
alentado por los británicos y, 
sobre todo, por los estado¬ 
unidenses v por los «grandes» 
de la Cosa Nostra. Todos es¬ 
peran hacer de Sicilia «la 
Malta del futuro» (Huré). El 
coronel Poletti será uno de 
sus propulsores. 

En la isla, el apoyo al separa¬ 
tismo proviene de los secto¬ 
res nacionalistas sicilianis- 
tas, de ciertos utopistas de 
izquierda y de numerosos te¬ 
rratenientes, gabellottí y 
mafiosos, todos ellos reuni¬ 
dos bajo la bandera roja y 
amarilla, con las tres piernas 
en estrella, símbolo de Sici¬ 
lia. 

Ya un poco antes de la ocu¬ 
pación de Sicilia, agentes 
estadounidenses habían pe¬ 
netrado en la isla para pre¬ 
parar el futuro movimiento 


82 










































secesionista. Ya en plena 
ocupación, en 1944, mien¬ 
tras en Roma se piensa ya, 
también, en conceder la au¬ 
tonomía a la isla, los al lados, 
a través de Charles Poletti, y 
aprovechando la hostilidad 
hacia los peninsulares, lan¬ 
zan de nuevo el separatismo, 
al que dotarán de dinero y 
armamento durante tres 
años. 

Un sector del separatismo, 
en el que se hallan mafiosos 
locales aliados a la Cosa Nos- 
tra —ser mañoso significa 
ser va un poco sicilianista, 
como dice D. Mack Smíth—, 
aspira nada menos que a 
unir Sicilia a Estados Unidos 
como el «estado número 49» 
de la Unión, con el fin de neu¬ 
tralizar las reformas de Ro¬ 
ma. Para las mafias, en con¬ 
creto. significará actuar au¬ 
tónomamente y ligar defini¬ 
tivamente a las grandes cos- 
che de la isla a la Cosa Nos- 
tra. 

El autonomismo tradicio¬ 
nal. la miseria v la irritación 
ante la indiferencia de Roma 
harán el resto. Los grandes 
mafiosos quieren su propio 
separatismo. Para ello, con 
ayuda aliada, ponen en pie 
su propio ejército, el GRÍS- 
EVIS(5), a cuyo frente hay 
sicilianístas, caciques, obis¬ 
pos, nobles y bandidos. En¬ 
tre todos éstos estará Giulia- 
no, con el grado de coronel. 
Inicia la lucha Sicilia orien¬ 
tal, dirigida por el bandido 
Avila, de Niscemi. Giuliano 
lo imita en Sicilia occiden¬ 
tal Se combate contra el 
Ejército central y se ejecutan 
numerosos golpes de mano. 
La guerrilla dura hasta abril 
de 1946; y con ella, los ma¬ 
fiosos pro - americanos lo¬ 
gran dos objet ivos: controlar 
el bandidaje y utilizar a los 

(5) GRÍS: Giüventú Rivohiziortaría 
per 11 ndipendenza delia Sicilia. EVIS; 
E serciio Vokm (ario ¡)er íí nd ipen- 
denza Siciliana, 



Qullano en acción. La OSS (predecesor a de la CIA), loa monárquico! de Umberto II, 
loa da mocil ai a no», ai Vaticano y los latifundistas sicilianos lo aprovisionaron y 

apoyaron durante años, mientras les fue necesario. 


83 





























Primer Gobierno de De Gasperi, en 1947. La Democracia Cristiana triunfo en (as primeras votaciones gracias ai apoyo de bandidos 
como Giuliano y de tas mafias. (El tareero por la izquierda, contraje más claro, es Sceiba, que tendré una destacada Intervención en 

todo el ai [aire GíuNano). 


guerrilleros para sus fines. 
De paso, fortalecen a la dere¬ 
cha, su aliada. Finocchiaro 
Aprile y Várvaro son deteni¬ 
dos por la policía; Cánepa, 
que se había aproximado a la 
izquierda (por «una Sicilia 
socialista y autónoma») es 
muerto por la policía. Con¬ 
seguido esto, el separatismo 
se extingue. 

Paralelamente, para dificul¬ 
tar la reforma agraria, los 
hombres de las mafias asal¬ 
tan las sedes de los partidos 
comunista v socialista, dis- 
paran contra concentracio¬ 
nes de campesinos v asesi¬ 
nan a sus dirigentes. Por su 
lado, la policía hace lo que 
puede, y reprime con las ar¬ 
mas las manifestaciones 
campesinas, como la de oc¬ 
tubre de 1944, con un saldo 
de 107 muertos. Pero a su 
vez, y hasta 1947, unos 800 
carabineros de los destina¬ 

84 


dos a proteger la aplicación 
de la reforma agraria, son 
muertos o heridos por los 
mañosos. 

La reforma queda así en sus¬ 
penso casi dos años, hasta la 
victoria de la izquierda en 
las elecciones regionales de 
1947. 

De semejante experiencia 
Giuliano sale reforzado. Ha 
dado pruebas de inteligen¬ 
cia, valentía y dotes de man¬ 
do, y el paso de bandido ge¬ 
neroso a coronel amigo de 
la derecha apenas ha sido en¬ 
trevisto por sus admiradores 
(que le escribirán incluso 
unas coplas, como las de Cic- 
ciu Busacca, Baílala di Giu¬ 
liano, Re dei Briganti, «Ba¬ 
lada de Giuliano, rev de los 
bandoleros») v admiradoras, 
sobre todo extranjeras, in¬ 
glesas, norteamericanas o 
suecas, como María Zülia- 
cus, que iban a visitara! «hé¬ 


roe iatino», al « bandolero si- 
c i i i ano », o a acostarse con él. 

METAMORFOSIS 

¿Cómo es Giuliano? El ban¬ 
dido, dice un autor, muestra 
cualidades de jefe, implaca¬ 
bilidad, chulería, aparatosa 
generosidad, instinto publi¬ 
citario (amén de útiles nexos 
políticos), tentando a la 
suerte con su impermeable 
blanco que se veía de lejos 
—¿quién no recuerda el film 
de Rosi?—, comiendo en pu¬ 
blico a veces, charlando con 
todos y moviendo ostento¬ 
samente las manos llenas de 
grandes anillos, visitando a 
su familia en Montelepre y 
concediendo entrevistas. 

Giuliano encaja perfecta¬ 
mente en el sistema cultural 
siciliano. Su ideología es 
sumaria, como correspondía 
a su situación v contexto. 



















::xí; 


Los carabineros rastrean un pueblo siciliano en busca be GiuHano. 


Sabía que los pobres no po¬ 
dían ser amigos de los ricos, 
y que aquéllos debían tener 
derecho a apropiarse de ías 
riquezas de éstos. Su refor- 
mismo, como aclara Lewis, 
era «político» y pretendía 
adecuarse a lo que creía que 
era Ja idea del cambio social 
de Roma, del Norte, como en 
sus primeros tiempos, y se 
había adherido con sinceri¬ 
dad, además, al separatis¬ 
mo. Su idea central era la 
justicia para los pobres, y él 
iba a ser su instrumento con¬ 
tra los «malhechores», entre 
los que incluía a ladrones de 
gallinas, capimaria, políti¬ 
cos v feudatarios, v más 
tarde «rojos». Así, en su acti¬ 
vidad, se cuentan ejecucio¬ 
nes de otros bandidos, de 
violadores de mujeres, de 
gabellotti, de estafadores, de 
desahuciadores, de algún 
rico y algún mafioso: «Un 


rico —-decía— no echa de 
menos un millón, pero si a un 
pobre le quitáis un saco de 
trigo lo dejáis en la miseria». 

Si Giuliano aceptó alianzas 
con mañosos, terratenientes 
y políticos fue con entera re¬ 
pugnancia, y con la espe¬ 
ranza de romperlas en la 
primera ocasión. Pero él, po¬ 
bre paleto, muy por debajo 
de los entresijos de la polí¬ 
tica nacional, y no digamos 
de la internacional, apenas 
se dio cuenta de hasta dónde 
se metía y de cómo le iba a 
ser imposible salir. Por otro 
lado, la liquidación de ban¬ 
didos de izquierda en otras 
zonas por parte del Estado o 
de los mañosos, quizá lo 
afianzó en su idea de que el 
camino adecuado era la co¬ 
laboración con los más fuer¬ 
tes que decían querer lo 
mismo que él. 

Un rasgo curioso de su 


personalidad de siciliano es 
la atracción que siempre 
ejerció sobre él ¡'America, es 
decir, Estados Unidos, típica 
de la tradición emigran te del 
Sur. ¡’ensó incluso en esta¬ 
blecerse en aquel país, y su 

alianza con el AMGOT v con 

*■ 

los funcionarios estadouni¬ 
dense, y luego con la Cosa 
Nostra, le pareció siempre 
natural (6). 

Sobre todo ahora, a media¬ 
dos de 1947, cuando se creía 
que la izquierda iba a vencer 
en las elecciones de 1948, lo 
que asustaba a las de rechas v 

* v 

a Washington. 

ALTA POLITICA 

De cara a las elecciones de 
1948, pues, hay que hacer al- 

(ó) Delante de él no se podía criticar 
negativamente a Estados l nidos. En 
una ocasión mató a un sindicalista de 
izquierdas porque, en un mitin, había 
hablado de «¡os teniacidas americanos 
sobre Italia». 


85 






























go. El Vaticano, los monár¬ 
quicos de Umbevto H -que 
se juegan el cuello y quieren 
cambiar de imagen tras su 
larga alianza con el fascis¬ 
mo, pero que, sin escarmen¬ 
tar, insisten en su postura 
reaccionaria— v los demu- 
cristianos —que gobiernan, 
con De Gaspen, desde 1945, 
y a los que en Sicilia se les 
suman numerosos ex separa¬ 
tistas v ex liberales- van a 

s-' 

poner loda la carne en el 
asador, mientras que la iz¬ 
quierda, en la euforia de ia 
victoria sobre el fascismo, se 
muestran moderados v con- 

«V 

ciliadores. 

En Sicilia, los restos del Par¬ 
tido Liberal (repleto de ma- 
f ios os) y los monárquicos se 
unen. El democristiano De 
Gasperi olvida delitos y se¬ 
paratismos y perdonan a 
demasiados bandidos v ca- 
pimafia, como don Calo, que 
desertan del separatismo y 
de! liberalismo y se pasan en 
bloque a la Democracia Cris¬ 
tiana. Los curas sicilianos 
(con la DCen el Gobierno, los 
católicos del Sur v los térra- 

fe* 

tenientes se recuperan) tra¬ 
tan de influir sobre sus feli¬ 
greses más tibios a través de 
sus mujeres y de la confe¬ 
sión. ¿Denominador común 
en tanta diversidad? El anti¬ 
comunismo, que va desde el 
rechazo del marxismo - leni¬ 
nismo hasta !a negativa a 
construir escuelas o a repar¬ 
tir tierras. 

De 1944 a 1948 las mafias 
democristianas, que han de¬ 
sarticulado el movimiento 
campesino, son elevadas por 
la DC, como pago, al rango 
de «elemento fundamental 
del nuevo renacer italiano», 
con la aquiescencia de Esta¬ 
dos Unidos. 

La cosa se complica un poco 
cuando en 1946 Roma, aca¬ 
bado el separatismo, con¬ 
cede a Sicilia la autonomía 


regional. Pero ello no impide 
que ¡os bandidos, los mal jo- 
sos (v muchas veces las fuer¬ 
zas del orden) sigan ata¬ 
cando sedes comunistas, 
asesinando a sindicalistas y 
aterrorizando a los braceros, 
haciendo, en suma, una 
campaña electoral a a ita¬ 
liana. 

El momento culminante de 
los atentados es la feroz ma¬ 
tanza de campesinos de Por¬ 
tel la de 11 a Ginestra, el 1 de 
mayo de !947, con ocasión 
de la romería que en honor 
del Día del Trabajo se cele¬ 
braba siempre, incluso du¬ 
rante el fascismo, en la zona 
de Piaña dei Greci. Ese año 
se celebraba, además, la vic¬ 
toria electora] de las iz¬ 
quierdas en abril de ese año 
sobre la coalición latifundis¬ 
tas - mafias - DC; aquéllas 
habían obtenido 29 escaños 
de ésta en la Asamblea Re¬ 
gional insular. En tres minu¬ 
tos hay 67 víctimas (11 
muertos v 56 heridos), ame- 
tra liados por la banda de 
Giuliano. La repercusión del 
hecho es enorme. 

Pero hay más responsables: 
el ministro del Interior, el 
democristiano y siciliano 
Scelba —v su ayudante el 
inspector de policía Mesana, 
antiguo «protector» de Giu¬ 
liano—, el príncipe Alliata, 
el monárquico Marchesano, 
ios cap i mafias Bernardo 
Mattarella y Calogero Vizzi- 
ni, el cardenal de Palermo y 
el obispo de Monreale... (7). 
El Ministerio del Interior 
concede pasaportes a los eje¬ 
cutores que quieran «alejar¬ 
se ». Se dice que la alegría de 
Traman es grande. El presi¬ 
dente norteamericano se 
carteó, después de la matan¬ 
za, con Giuliano, reconocido 


(7) El inspector E(ture Mes sana, 
hombre de Scelba, ¡ue quien ordenó 
disparar en Riesi contra campesinos 
de izquierda. Saldo: 20 muertos v 50 
heridos. 


como ¡ele del Movimiento 
para la Anexión de Sicilia a 
la Confederación Americana 
(MASAC). En tas cartas pue¬ 
den leerse frases como «con¬ 
tra el peligro comunista en el 
Mediterráneo», o «los jefa- 
zos han sido elegidos gracias 
a mí [Giuliano] y ahora la 
mafia me está utilizando», o 
bien, «...poder irme a Esta¬ 
dos Unidos... Querría un sal¬ 
voconducto». Además, 
¿Scelba no había prometido . 
acaso: «Si Giuliano hace esto 
[el atentado de Portel la] por 
nosotros, podrá pedimos lo 
que quiera»? El ex bandido 
social comienza a entender 
algo, pero todavía poco. 

EN PAGO A LOS 
SERVICIOS 
PRESTADOS 

En el periodo que corre entre 
la autonomía (1946) y el co¬ 
mienzo de la reforma agraria 
(1950), los bandidos y sus 
amigos acaban con cual¬ 
quier veleidad de las iz¬ 
quierdas: apartados los co¬ 
munistas del Gobierno en 
1947, en las elecciones na¬ 
cionales de 1948 la DC ob¬ 
tiene el 1 56 por 100 más de 
votos que en 1947. Traman 
va a luchar contra la «vieja» 
mafia local tradicional, para 
dejar sitio a la Cosa Nostra 
americana v a los nuevos 
mafiosos indígenas ameri¬ 
canos, v ello, con la avuda de 
Giuliano e indirectamente 
de Roma. 

Sobre todo después del 1 8 de 
abril electoral, Salvatore 
cree que su cometido ha con¬ 
cluido. En consecuencia, 
pide la recompensa y, teme¬ 
roso por su actividad ante¬ 
rior, garantías de impunidad 
o la salida del país. 

Pero es un elemento peligro¬ 
so. Sabe demasiado. Ha he¬ 
dió demasiadas cosas que i a 
derecha, preocupada ahora 
por su respetabilidad, debe 


86 



enterrar. ¿Quién puede ayu¬ 
dar a Giuliano precisamente 
aliura? De los amigos parece 
no quedar nada. Turiddu, 

que sigue siendo joven, pero 
que ha hecho una larga ex¬ 
periencia en tres años, ini¬ 
cia una verdadera cam¬ 
paña de supervivencia en¬ 
tre 1948 y 1949, desaho¬ 
gando su rabia impoten¬ 
te contra dos blancos. Uno, 

acertado, los mañosos y 
los democristianos; intenta 

secuestrar a don Ca ¡6 y a Ma- 
trarella, sin éxito; Santo Flo¬ 
res, capomafia democris- 
tiano de Partinicol corre 
peor suerte, pues es acorra¬ 
lado y muerto, con su hijo de 
tres años y algunos co 1 abo¬ 
radores (1948). Otro, equ ivo- 
cado, los carabineros: su 
banda de 60 hombres es per¬ 
seguida sin descanso. Para 


«vengarsedel Gobierno» que 
lo ha engañado, se ensaña 
con los sufridos «números» 
del cuerpo de Carabineros, 
ajenos a los mane jos de la po¬ 
licía romana, que ya no están 
a salvo ni en sus cuarteles. 
En una ocasión caen dos, en 
otra cinco, o nueve, como en 
Bellolampo. Los secuestros, 
robos y asesinatos indiscri¬ 
minados se suceden vertigi¬ 
nosamente, mientras le si¬ 
guen llegando algunas ar¬ 
mas de la CIA, heredera de la 
OSS. 

Pero el fantasma de Portella, 
o más bien, el de sus conse¬ 
cuencias, lo persiguen. 

Scelba, que en su día había 
dado el macabro visto bueno 
del 1° de mayo, da ahora 
otro para acabar con el ma¬ 
tarife. Se enea e 1 CFRB (o 


Comando del le Forze per la 
Repressione del Banditis¬ 
mo), dirigido por el duro y 
hábil coronel Lúea. La vida 
del bandido ha quedado in¬ 
soportablemente ligada a i a 
matanza de Portella. Giu¬ 
liano lo sabe ya y envía hiera, 
con su cuñado Sciortino, un 
memorial en el que se de¬ 
sahoga y en el que hay datos 
comprometedores para mu¬ 
chos. 

Pero de Estados Unidos le 
llega la noticia de que el 
memorial ha sido robado. 
Esto puede ser la sentencia 
de muerte para Giuliano. 

Mientras los carabineros le 
dan caza de manera tradi¬ 
cional y poco eficaz, la poli¬ 
cía se le acerca por detrás. Se 
ha puesto precio a su cabeza , 
v el coronel Lúea entra en 



Giusepps Geneo Russo. -sucesor» de Calógeno Vizzini • la muerte de éste. Fue candidato democristiano en tes (.secciones 
municipales sicilianas de 1960. En su dia se sirvió de Giuliano y apoyó la causa de las derechas Isleñas. 


87 































contacto con los propios 
hombres de Giuliano, espe¬ 
cialmente con Gáspare Pis- 
ciotta.su cuñado. Estamos a 
fines de 1949. El ex bandido 
generoso tiene los días con¬ 
tados. I a red de confidencias 
y ayudas mutuas se tupe. 
Lúea, con el apoyo de don 
Caló y otros mañosos, le si¬ 
gue la pista. Lúea cree que en 
los pueblos se encubre a Sal- 
vatore: de ahí, registros bru¬ 
tales, palizas, destrozos, ti¬ 
roteos, pequeños campos de 
concentración, reparto de 
salvoconductos firmados 
por Scelba a los miembros 
de la banda que prefieran 
abandonar al efe... Se con¬ 
trata a un pistolero, «El Tur¬ 
co», para que mate a Giulia- 
no, pero no consigue dar con 
él. 

El bandido contraataca cada 
vez más sangrientamente. 
Hay, pues, que acabar con él 
de una vez. Pero no debe ser 
detenido. En el juicio lo sol¬ 
taría todo. 

Así, se va deteniendo a los 
peces mínimos, a simples co¬ 
laboradores, que son encar¬ 
celados o puestos a salvo. 


Luego, a los medianos, en 
parte por la traición de un 
hombre de Giuliano, F. 
Mannino, «el Americano», 
ligado a la Cosa Nostra: A. 
Guarino, V. Ofanto, R. Can¬ 
dela, G. de Lisi, A. Terrano- 
va, que se van al extranjero o 
a La Legión. Poco después, 
un pez gordo: G. Cuccírella, 
lugarteniente de Turiddu. 

Este, aislado, aún espera, a 
veces, un «milagro»: ¿por 
qué no a él? 

En la pri mavera de 1950 sólo 
quedan él y dos o tres más. 
Entre ellos, Pisciotta. Ha lle¬ 
gado el momento. 

Policía y carabineros olvi¬ 
dan por un momento su mu¬ 
tua animosidad v establecen 
un pian con Pisciotta —que 
está saturado de muertes v 
traiciones y desea salir de 
aquello como sea--. Este 
atrae a su jefe a una casa de 
Castelvetrano. Tras charlar 
y cenar, Giuliano v Gaspare 
se van a dormi r. Por la noche 
Gaspare se acerca a la cama 
de su cuñado y lo mata. 
Mientras él sale rápidamen¬ 
te, la policía, apostada en los 
alrededores, entra en la casa, 


viste al bandido, saca el 
cue-po al patio y el capitán 
Perenze le dispara una rᬠ
faga de metralleta. «La poli¬ 
cía acaba de eliminar a Giu¬ 
liano» . 


SICILIA EN 
ORDEN 

Pero el alfaireGiuliano no ha 
terminado. Un asunto tan 
podrido tiene que envolver 
con su hedor a mucha gente. 
Hay demasiadas preguntas 
sin respuesta. Hoy conoce¬ 
mos va muchas, como hemos 
visto. Otras quedarán para 
siempre en pie. 

Muchos de estos interrogan¬ 
tes, con todo, iban a ser plan¬ 
teados en el peligroso, para 
demasiada gente, proceso de 
Viterbo, que juzgaría a los 
restos de Ja banda de Giulia¬ 
no, v en parí icular a Pisciot¬ 
ta. Iba a ser una explosión. 

El proceso se abre final¬ 
mente en 1954, cuatro años 
después de la muei te de Giu¬ 
liano. En las pri meras sesio¬ 
nes se sabe que en alguna 
ocasión Giuliano había sido 



86 





























OurtnU loi pftmiMi liempc» i* I* oftnslvs dt! eer*n«1 Luce* ccftUi j 
báftd* d# OluNtno, i« prodl girón mucho t*s fetoprifiu como 4»U a *n l« 
qu« «fMrscc #1 bsndldo *ígui*ndo don uno* arlsmétíco* lo* movJmisnto» d* 

tu* p*r**QüidoP**. <Foto« Oifp*^) 



Lo* ntfrnsfitn Francesco t 
tritio trien filo. *#üwA«** d* 
tlullt**. qui d* irtifiQtPfln, 
•oompAñido* d* »u mtdrt* a 
U FaiFcF*. 



t- í ¿^j. t-r d*i bindido Rosario Oindil*. 1uflirt*n>#nt* d* Qiuiiino^ mutri© *n 1* 

««» Moni. MonUitpr», «n Ir* ¡nm*««íOR** d« Wyw, «■■ gyg *!¡¿¡ 
futrí i i o* Policía íUHiftii. N4HI dido mu*PU • *f pereor»**. *niP* •ti»*. l ti *d*itl#* 

d* (folíola. 


D nnnríj de un *&c de persctitf ión, la» 
fuma* de) corone) Luces han ma¬ 
tado aí ir:*temcntr celebre bamlid** 
Salraiore Giniliano. El encuentro entre rM* 
y toa “caralñnieri^ te produjo en la región 
de CaMcIvetrano, cerca de ta cotia 5urc*tc 
de Marta la* a más de ochenta kilómetro 
i)e la «cu» de Pilrffno, donde %t dcnarrr* 
liaron h mayor pane de su» fechoría*. Se 
cree que Gjuliano trataba de miiprrtr en un 
lia rea 

Con este -episodio concluye la trágica 
.1 ventora de un joven campesino ticilianc 
«jue ha tenido eti jaijue a las tuerca* del 
Gobierno por espacio de dirá años Mucho 
*r ha escrito en «ate tiempo sobre su per- 
«gna y mi» hiiaiht». Giuhano habí* síihíd^ 
rodearse de la popular aureola del handi* 
do generoso y romántico, colocado al mar¬ 
gen de U ley por una injuiticia* dcfrnt r 
de los oprimido» y afilíente partidaria de 
la indepviiílencía siciliana. La realidad es* 
sin embargo, que en *u haber se calculan 
alrededor de trescientas muertes y no toda* 
causada* *n el caler He las rríriega* en 
los monte*. Muchas de su* victimo# íueroit 
sentenciadas y ejecutada* con la mayor 
%angre fría. Un año ha durado U gran 
ofentiva del Gobierno italiano contra el 
bandida. A lo largo de este tiempo han ido 
cayendo* un, ira? otro* la mayoría de su* 
*ccunces mis importantes. Vario* de ello* 
,** han entregado volmuarianivnie a io* re¬ 
lime rítante* de h ley* La aventura acaba 
de terminar ahora como tenia que ter¬ 
minar. 


El «Rey de Monieiepre» —como llamaban a Giuliano— ha muerto (tofo de la izquierda!. Su cuerpo yace en el suelo; 
é montaje de la policía surtió efecto durante un tiempo, y la misma prensa italiana y extranjera se hizo eco de la 
«hazaña» del capitán de Carabineros Peranze (en la fotografía,el recoge la muerte del bandido)- 


















































Reconstrucción cinematográfica de (a vida de Gíuliano: Giuliano muerto, rodeado por 
toe carabineros y la poUcía. La película «Safvatore Giuíiano», de Francesco Rosal, es 
un intento afortunado de desmontar y aclarar la versión oficial. 


acompañado al médico o a 
un mercado por el capitán 
Perenze —su posterior «ma¬ 
tador»—, y se sabe que el 
magistrado E. Pili mantuvo 
contactos con aquél. En una 
de las sesiones, Pisciotta.que 
ha amenazado con decir 
todo ¡o que sabe, lanza que 
los monárquicos y los demo- 
cristianos« ñus decían que si 
triunfaban en las elecciones 
quedaríamos libres, y si no 
triunfaban, que podíamos 
refugiarnos en una finca que 

90 


el príncipe Ailiata tenía en 
Brasil». Es demasiado. Pis- 
ciotta acaba de firmar su 
sentencia de muerte. 

Pese a las extraordinarias 
medidas de seguridad —su 
propio padre le prepara las 
comidas en la celda —. un 
calé envenenado acaba con 
la vida del cuñado y lugarte¬ 
niente de Giuliano. Estamos 
en la prisión de Palermo, 
leudo de las grandes mafias. 
El resto del proceso revela 
bastante poco, salvo lo que 


ya se sabía: que existía una 
maraña de complicidades 
y que las fuerzas del orden 
había tenido una «extraña» 
actuación. Finalmente, para 
el publ ioo.se sacó el comodín 
de «la Mafia» (con mayúscu¬ 
la), sobre la que recayeron 
algunas grandes culpas no 
coneretadas. Los mafi osos 
democristianos como don 
Catógero, Mi chele Navarra o 
Luciano Liggiu, no fueron 
molestados. Este último 
gozó de total libertad de mo¬ 
vimientos durante 25 años 
(hasta 1970). gracias a que, 
como se supo, conservaba el 
memorial de Giuliano con 
los nombres de los instiga¬ 
dores de la masacre de Porte- 
lia, luego publicados. 

Años después del proceso, 
algunos peces pequeños y 
medianos fueron elimina¬ 
dos: Mínasela, en 1960; Rió¬ 
lo, en 1961. Quizá por alguna 
mafia o por la policía. 

Aquí concluye la historia de 
Giuliano, quizá, durante un 
momento, el último bandido 
generoso, pero no el último 
asesino de campesinos v sin¬ 
dicalistas. f ueron seis tre¬ 
mendos años de la historia 
siciliana e i tabana. 

Al año de la muerte de Giu¬ 
liano (¿coincidencia o conse¬ 
cuencia?) comienza la re¬ 
forma agraria. Y en las elec¬ 
ciones regionales de 1951 las 
derechas, pese a confirmar 
su control del poder, pierden 
significativamente el 40 por 
100 de los votos de 1948. 

Desde esos turbulentos años 
la DC, a través de sus maño¬ 
sos, de sus f uncionarios y de 
la Iglesia, controla la región 
siciliana, una vez apartada 
«democráticamente» a la iz¬ 
quierda, aplacado el separa¬ 
tismo con la autonomía v 

«r 

desviada la atención del pro¬ 
letariado y campesinado con 
la industrialización salvaje, 
la emigración y el consumo. 






















Ga apare Pisciola, pariente de Quila no: fue el quien lo mató en 1950, Para que no 
hablara* la gran mafia de Palermo lo envenenó en la cárcel. 


lia aldeana o urbana tradi¬ 
cional, y han pasado a ser, de 
humildes «hombres de res¬ 
peto», empresarios más o 
menos legales, «a la ameri¬ 
cana», diferenciándose cada 
vez menos de los Agnelli o los 
Olivetti. 

¿Y el bandidaje? El bandi¬ 
daje parece haber desapare¬ 
cido de Sicilia, «prohibido» 
por las grandes malias y los 
políticos. Hoy, los capima- 
fia, ios políticos democris- 
tianos de Roma o el Vaticano 
de Pablo VI o Juan Pablo II, 
y los amigos de Washington, 
no necesitan de pequeños 
bandidos generosos que 
convertir a su causa. Pero, 
salvo en esto, quizá la Italia 
de 1 945 no esté tan le tana de 
la de 1980... ■ C, A. C. 


Beneficiados por el meca¬ 
nismo parlamentario, los 
mal ¡osos democristianos 
han derrotado a la vieja nia- 


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Luciano Líggio fuá «sucesor» de los grandes mañosos, por su importancia y por 4o 
que sabia» sobre el aífatre Glullano. Esto lo «inmunizará» durante 25 años. 


91 










































■PÜPIPPPPPR, y nunca ppj 
verán! ¡Se van, se van, v nun- 

i V 

ca volverán!; gritaban al 
unísono millón y medio de personas 
al asumir la presidencia el 25 de 
mayo de 1973, Héctor J. Cámpora. 
La consigna tenía como destinata¬ 
rios a las FF. AA., que dejaban el 
poder después de haberlo detentado 




N Argentina se vive 
una explosión de jú¬ 
bilo popular. El pueblo se 


E 


la riza a las calles, las casas se 
cubren de banderas, los pre¬ 
sos políticos son arrancados 
de las cárceles; el primer in¬ 
tento corporaliv isla de los 
militares ha sido derrotado. 


Los actores del triunfo popu¬ 
lar hay que buscarlos entre 
los jóvenes. Jóvenes obreros, 
jóvenes estudiantes, jóvenes 
peronistas, jóvenes marxis- 
tas. Los primeros, hijos de 
la resistencia peronista, 
nacida con posterioridad al 
golpe de Estado de 1955, han 
adoptado una metodología 
diferente a la que emplearon 
sus mayores y se forjaron en 
épocas de dura clandestini¬ 
dad. Los segundos, más que 
padres tienen abuelos, los 
inmigrantes europeos de 
principios de siglo munidos 
de vasto repertorio ideológi¬ 
co; socialistas, comunistas, 
anarquistas. 

Esta juventud puso en reti¬ 


rada a las FF. AA. y su pro¬ 
yecto moñopoUstico... Mas 
no supo presentar alternativa 
alguna ante el pueblo. Los 
jóvenes marxistas descreían, 
que luego de siete años de fé¬ 
rrea dictadura, pudiesen lle¬ 
varse a cabo elecciones. Los 
jóvenes peronistas creían en 
Pe ró n, q ue desde M ad ri d, re- 
i ex Sonando sobre el futuro 
socialista de la humanidad 
decía: «Con la caída del sis¬ 
tema capitalista, han caído 
también los políticos que lo 
sirvieron v sostuvieron. El 
nuevo político, obedece hoy 
a nuevas estructuras v nue- 
vos sistemas, se llamen como 
se llamen. En esa evolución 
es en la que se ha inspirado el 
j us tic i al i smo (pero n i s mo). 
Otros han optado por el co¬ 
munismo o por distintas 
formas de socialismos na¬ 
cionales, pero las finalidades 
iX3 difieren mucho de sus ob¬ 
jetivos». 

En estos álgidos momentos 
de la historia, la burguesía 
argentina optó por Perón. 


Como siempre, Estados Uni¬ 
dos fue informado al respec¬ 
to. En 1972,al visitar Buenos 
Aires David Rockefeller, An¬ 
tonio Cañero, hombre del 
aparato peronista y poste¬ 
riormente ministro de Eco¬ 
nomía durante el mandato 
de Isabel, dio garantías al 
banquero norteamericano 
de que a pesar de sus decla¬ 
raciones públicas, Perón no 
iba a asacar al capital ex¬ 
tranjero, Aunque el provecto 
no es el ideal para la defensa 
de sus intereses. David Roc¬ 
kefeller, aconseja vehemen¬ 
temente al gobierno esta¬ 
dounidense que apoye el re¬ 
tomo de Perón como «la úl¬ 
tima esperanza contra la re¬ 
volución comunista en Ar¬ 
gentina». 

La burguesía nacional, clase 
hegemónica en el proceso, 
anhela lograr la paz social 
merced al carisma del viejo 
líder. Conseguida dicha paz 
social, atraer ¡a atención de 
los inversionistas árabes y 
europeos; ampliar mercados 

























siete años a través de diversos gene¬ 
rales. 

Dos ilustres visitantes; el presidente 
de Chile, Salvador Allende, y el pre¬ 
sidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, 
simbolizaban dos opciones, dos 
caminos a seguir: transformaciones 
revobicionarias emprendidas por la 
vía electoral, o cambios profundos 
logrados por métodos más radicales. 
El peronismo gobernante desecha¬ 
ría ambas alternativas. 




inlensiiicando el intercam¬ 
bio comercial con los países 
socialistas; negociar la de¬ 
pendencia con las transna¬ 
cionales norteamericanas, 

avalada por el apoyo popu¬ 
lar v los nuevos vínculos es- 

hí 

tableeidos. El plan es lúcido. 
El gabinete, una Torre de 
Babel: la burguesía por me¬ 
diación de Gelbard, dirige la 
política económica; el pero¬ 
nismo revolucionario ha 
sido compensado por sus lu¬ 
chas con los ministerios del 
Interior v Relaciones Exte¬ 
riores; en bienestar social, 
aparece un oscuro y desco¬ 
nocido personaje, José López 
Rega. 

«La primavera democráti¬ 
ca» se vive en profundidad. 
En la universidad se licen¬ 
cian los profesores más reac¬ 
cionarios, entre otros, José 
Martínez de Hoz, v los alum- 
nos colaboran en la elabora¬ 
ción de los planes de estudio; 
los obreros toman fábricas 
por decenas exigiendo sus 
derechos; e! presidente 


Cámpora. da un discurso 

ante el alto mando de las PF. 

AA. v los acusa de haber ser- 
** 

vi do a los intereses de las 
multinacionales norteame¬ 
ricanas. Las palabras de Pe¬ 
rón «todo en su momento v 
armoniosamente» son des¬ 
oídas en la práctica. Se im¬ 
pone un cambio de rumbo v 
la presencia del líder en Ar¬ 
gentina se torna imposter¬ 
gable. El regreso definitivo 
se efectivizó el 20 de junio de 
1973..., la sangría también. 

La más grande manifesta¬ 
ción popular, de dos o tres 
millones de personas, espera 
en el aeropuerto de Ezeiza a 
Perón. Prevalecen los con¬ 
tingentes juveniles identifi¬ 
cados con las consignas «por 
la patria socialista» y lle¬ 
vando en alto las banderas 
de las organizaciones com¬ 
batientes. Y otra vez la tra¬ 
gedia signando la jornada 
argentina. Más de mil mer¬ 
cenarios equipados con ar¬ 
mas de todo cal ibre, estab le- 
cen un cerco de sangre al re¬ 


dedor del palco presidencial. 
Las bandas armadas res¬ 
ponden directamente al se¬ 
cretario privado de Perón, 
López Rega, actúan bajo la 
dirección del coronel Osin- 
de. jefe de la guardia perso¬ 
nal del caudillo peronista. 
Mientras la guardia preto- 
riana asesina v tortura, Pe- 

V 

rón desciende en una base 
militar—Morón— situada a 
varios kilómetros de Ezeiza. 
Esa misma noche habló por 
televisión y reprendió amis¬ 
tosamente al pueblo por lo 
acontecido, había llegado el 
momento de poner orden. 


LA HORA DE LA VERDAD 

Carlos Villar Araujo, histo¬ 
riador peronista, estima que 

a partir de la llegada de Pe¬ 
rón comienza en Argentina 
una comedia de equívocos: 
«Los burócratas de la última 
CGT, al frente de sus bandas 
de matones y esquiroles, ju¬ 
gaban a desempeñar el papel 


93 












Propaganda del Partido Justicialista, presentando la candidatura de Perón a ¡a presi¬ 
dencia de la República, en agosto de 1373, en fas calles de Buenos Aires- 


de los obreros «descamisa¬ 
dos» del 17 de octubre. Los 
empresarios nacionales so¬ 
brevivientes, meros provee¬ 
dores o socios pobres del ca¬ 
pital extranjero, se disfraza¬ 
ban con el lenguaje de !a 
burguesía revolucionaria del 
45. El ejército purgado y te¬ 
ledirigido por el Pentágono, 
hacía como si fuese aquel 
ejército nacional-indus¬ 
trialista de los años cua¬ 
renta. María Estela Martí¬ 
nez, gracias a las brujerías 
de López Rega, estaba con¬ 
vencida de que ella era la 
reencarnación de Evita 
Duarte. Y lo más espantoso 
de todo: Perón se creía Pe¬ 
rón »». 

Villar Araujo, se equivocaba; 
Perón seguía siendo Perón. 
Lo que había cambiado 
diametral mente es la coyun¬ 
tura económica y social, 
obligando al líder justicia- 
íista a quitarse la máscara y 
desactivar las fuerzas que él 
mismo ha contribuido a for¬ 
jar. Si alguna duda quedara 
sobre esta caracterización, 
basta formular la siguiente 
reflexión: ¿Podría la reac¬ 
ción gorila haber consu¬ 
mado con tanta facilidad la 
entrega del país a los yankis 
y el aplastamiento de laclase 
obrera, si las reí aciones de 
producción no hubieran sido 
exactamente iguales el 16 de 
septiembre de 1955, que el 
17 de octubre de 1945? ¿Po¬ 
dría Estados Unidos haber 
penetrado tan rápidamente 
si no hubiera empezado a 
hacerlo antes del 16 de sep¬ 
tiembre? 

Julio de 1973, rumores de 
toda índole circulan por Ar¬ 
gentina, y lo esperado se 
produce: Cámpora que ha¬ 
bía sido «arrastrado» por e! 
peronismo revolucionario, 
es derrotado mediante un 
golpe palaciego y obligado a 
renunciar. Algunos románti¬ 
cos hablan de renuncia¬ 


miento heroico que posibili¬ 
tará a Perón accederá la pre¬ 
sidencia postulándose como 
candidato en las elecciones a 
celebrarse en septiembre. 

¿Quién acompañará a Perón 
en la fórmula presidencial? 
La juventud peronista toda¬ 
vía cree en él y lanza la can¬ 
didatura de Cámpora como 
vicepresidente. El caudillo 
unge con los óleos sagrados a 
Isabel, ella será vicepresi¬ 
dente y hereder a. Las FF.AA., 
que en la década del 50 cues- 
tionaron y se opusieron a la 
candidatura de Eva Perón a 
la vicepresidencia, propi¬ 
cian el encubrimiento de 
Isabel. El entorno (nombre 
dado por el peronismo revo¬ 
lucionario a !a camarilla lo- 
pezreguista) y ha hecho una 
demostración contundente 
de su poderío al despl azar al 
sucesor constitucional de 
Cámpora, el presidente del 
Senado, y ubicar en su lugar 
al yerno de López Rega, José 
Lastiri. 

Sobre un total de catorce mi¬ 
llones de electores, Perón- 
Isabel, apoyados por el Par¬ 
tido Comunista, el Frente de 
Izquierda Popular y otros 


agolpamientos menores, 
acumulan siete millones y 
medio de votos. Un mi i lón y 
medio más que Cámpora. 

La derechización del proceso 
es evidente: las organizacio¬ 
nes armadas marxistas son 
declaradas ilegales, los fun¬ 
cionarios progresistas defe- 
nestrados de sus cargos, los 
gobe madores pro ven ie ntes 
de corrientes populares in¬ 
tervenidos. A este respecto, 
el caso más notable se regis¬ 
tra en la provincia de Córdo¬ 
ba, donde el jefe de policía 
—coronel Navarro— de¬ 
pone a las autoridades legí¬ 
timamente elegidas por ei 
pueblo. Atilio López, vice¬ 
gobernador y dirigente 
obrero de límpida trayecto¬ 
ria, no cree que Perón esté al 
tanto de lo acontecido en la 
provincia y viaja a Buenos 
Aires a entrevistarse con el 
presidente. Este se niega a 
recibirlo. Cuando regresa a 
su terruño, Atilio López, es 
un cadáver político y ha de¬ 
cidido abandonar toda mtíi- 
tancia. Poco tiempo después 
la «triple A» lo asesinaría. La 
juventud peronista se debate 
en múltiples contradiccio- 


94 
















Juan Domingo Perón (en segundo termino. Isabel Martínez de Perón), durante el dis* 
curso a los delegados del Partido Justlciafista, tras la aceptación de la candidatura a la 

presidencia de la Argentina, en agosto de 1973. 


La relación Perón-Juventud 


nes. ¿Acaso Perón los ha trai¬ 
cionado? o ¿está rodeado de 
un entorno que no le permite 
conocer lo que sucede en la 
patria? La segunda tesis se 
impone, a pesar de que la ju¬ 
ventud y sectores del pero¬ 
nismo tuvieron en esta etapa 
más muertos, que duran te 18 
años de dictadura militar. 

Brevemente resumida, la 
postura de la izquierda pe¬ 
ronista es la siguiente; la rea¬ 
lidad nacional indica clara¬ 
mente que el pueblo traba¬ 
jador es masivamente pero¬ 
nista; por tanto, todo queha¬ 
cer revolucionario debe pa¬ 
sar necesariamente por el 
peronismo. En sus objetivos 
finales, la izquierda pero¬ 
nista no se distingue de la iz¬ 
quierda marxista, pero en su 
táctica si. La confusión ideo¬ 
lógica y política de los jóve¬ 
nes peronistas de izquierda 
es tal, que un militante de 
básese dirigirá a la dirección 
en estos términos: «...Se ha 
llegado a la conclusión de 
que no sabemos si somos na¬ 
cional! st as revolucionarios, 
cristianos revolucionarios, 
socialistas, peronistas o so- 
cialdemócratas ». 


Peronista no conoció térmi¬ 
nos medios; los niveles de 
acatamiento fueron totales y 
los grados de enfrenta¬ 
miento antagónicos. 

El 12 de junio de 1974, Perón 
que ya ha roto con los «im¬ 
berbes» V gobierna en un 
país que se torna ingoberna¬ 
ble, convoca al pueblo a la 
Plaza de Mavo. La derecha 
ha ganado espacios que no 
hace mucho eran ilusorios; 
el código penal tipifica como 
delito las huelgas y amor¬ 
daza a la prensa, célebres 
torturadores como Villar y 
Margaride han sido restitui¬ 
dos a sus puestos de antaño. 
El anciano líder, en un dis¬ 
curso plagado de galimatías, 
reparte culpas por doquier y 
amenaza con su renuncia, 
intentando recomponer eJ 
disminuido consenso. Este 
sería su último discurso, ce¬ 
rrado con palabras premoni¬ 
torias v felices: «Me vov lie- 
«/ *• 

vando en mis oídos, la mejor 
música, la voz de mi pue¬ 
blo». Millones de dolidos ar¬ 
gentinos desfilarán ante su 
cadáver. Intelectuales de 
toda laya, teorizaron sobre 


las alienaciones del subdesa¬ 
rrollo para explicar el fenó¬ 
meno del peronismo; un 
obrero de la construcción, 
con la irrebatibilidad que 
tienen las palabras impreg¬ 
nadas de sabiduría popular, 
lo sentía así: «Cuando niño 
fui puco a la escuela, ya que 
era necesario ganarse el pan. 
La maestra daba clase en 
una chabola y siempre le de¬ 
bían varios meses de sueldo. 
Comía gracias a lo que le re¬ 
galaban los padres de los 
alumnos. De adolescente 
trabajé en el campo. En las 
noches dormía en un establo, 
tapándome con una aguje¬ 
rada manta. 

En 1945 me trasladé a Bue¬ 
nos Aires y escuché a Perón 
decir que se acabó la época 
de los explotadores y los 
abogados chupa sangre. Viví 
en una pensión y dormí en 
una cama. Con lo que ganaba 
en una semana, me alcan¬ 
zaba para todo el mes, hasta 
aprendí a divertirme. En los 
meses de vacaciones, volvía 
ul pueblo y veía a los niños 
asistir a una escuela confor¬ 
table. La maestra cobraba 
todos los meses. 

De viejo me retiré del traba¬ 
jo, y percibo una jubilación. 
Por todo esto soy peronista». 

Suficiente para la Argentina 
del 40. demasiado poco 30 
años después. 

EL TURNO DE ISABEL 

El peronismo corrió igual 
suerte que el resto de los mo¬ 
ví mi entos populistas lati¬ 
noamericanos. En la hora 
del ocaso aparecieron todas 
sus i alenci as, la dirigencia se 
encamó en personajes co¬ 
rruptos y aventureros, los 
grandes y pequeños nego¬ 
ciados suplantaron a las 
propuestas políticas, y fun¬ 
damentalmente se volvieron 
contra sus sostenedores: las 
masas obreras. 


95 









Isabel Martínez, es bailarina 
de cabaret, y un séquito 
compuesto de magos, hom¬ 
bres de farándula, mercena¬ 
rios, lumpenes y aventure¬ 
ros se lanzaron al abordaje 
de Argentina. 

En diciembre de 1973, el 
presidente Nixon nombró a 
un ex-agente de Inteligencia, 
Robert Hill, embajador en 
Buenos Aires. Hill, aparte de 
exhibir un frondoso curricu¬ 
lum golpista, siendo emba¬ 
jador en España, jugó un im¬ 
portante papeí en las nego¬ 
ciaciones por e! retomo de 
Perón. Nada más llegar el 
regordete diplomático, se 
abraza con López Rega. En 
mayo de 1974, aparecerán 
juntos ante las cámaras de 
televisión para firmar un 
pacto anti-drogas entre Es¬ 
tados Unidos v Argentina. El 
discurso de López Rega, no 
logró ocultar el verdadero 
transfondo del pacto: «Espe¬ 
ramos exterminar el tráfico 
de drogas en Argent ina. He¬ 
mos capturado guerrilleros, 
después de ataques, que se 
encontraban altamente dro¬ 
gados. Los guerrilleros son 
los mayores consumidores 
de drogas. Por lo tanto, esta 
campaña contra las drogas 


será, asiinismo, automáti¬ 
camente, una campaña con¬ 
tra la guerrilla». 

La puesta en ejecución de 
esta campaña, manejada 
desde la embajada de Esta¬ 
dos 1 nidos, coincide con la 
súbita aparición de los efi¬ 
cientes y brutales escuadro¬ 
nes de la muerte formulados 
por el Ministerio de Bienes¬ 
tar Social. La prensa popu¬ 
lar de aquellos días decía: 
«Mientras tanto las organi¬ 
zaciones parapoliciales yen 
especial la triple A siguen 
llevando a cabo oías de ase¬ 
sinatos y amenazas. Dos pro¬ 
pietarios de una librería cén¬ 
trica de Bahía Blanca fueron 
encontrados en la Hormiga, 
a unos 1 5 kilómetros de esta 
ciudad acribillados a tiros 
con más de 140 impactos de 
bala en ambos cuerpos. En la 
capital deTucumán, fue en¬ 
contrado el cadáver del abo¬ 
gado izquierdista Dionisio 
Fagalde; 100 kilómetros al 
sur, en la localidad de Agui¬ 
jares, aparecieron junto al 
camino dos cadáveres que 
presentaban numerosos im¬ 
pactos de bala y evidencias 
de haber sido torturados. 

En el departamento Sar¬ 
miento, Mendoza, fueron ha¬ 
llados los cadáveres carbo¬ 


nizados de un hombre v una 
mujer. También en Buenos 
Aires otros cinco cadáveres 
calcinados fueron hallados 
al sur de esta capital, las víc¬ 
timas, cuatro hombres y una 

mujer habían sido ejecuta¬ 
dos y luego transportados en 
un rodado en el cual fueron 
abandonados. Todos estos 
casos han ocurrido en los úl¬ 
timos días». 

A su vez el peronismo de iz¬ 
quierda, en el periódico «La 
Causa Peronista», se pregun¬ 
taba: «¿Sigue siendo peronis¬ 
ta este Gobierno?». Mezclan¬ 
do sentimientos y elementos 
políticos conceptualiza- 
ban: «Mientras el pueblo y 
los peronistas sumamos un 
mes de ausencia de Perón, el 
lopezreguismo cuenta 
treinta días de un nuevo Go¬ 
bierno. Y esta ruptura está 
marcada por la avalancha 
imperialista; la misma que 
intentó frenar Perón el 12 de 
ji¡nio y que se desató, ya des¬ 
bocada, a su muerte. Esa 
avalancha que venimos mos¬ 
trando en cada número. Los 
objetivos de la oligarquía v 
el imperialismo son múlti¬ 
ples, pero apuntan a un 
mismo fin: acumular poder. 

Los ganaderos quieren me¬ 
jores precios, frenar una le¬ 
gislación que los afecta y 
limpiar la conducción eco¬ 
nómica para poner a sus per- 
soneros más obsecuentes». 

Eii deterioro económico del 
país y el avance de los mono¬ 
polios, son dos caras de la 
misma moneda. La Comuni¬ 
dad Económica Europea re¬ 
duce drásticamente sus 
compras de carne argentina: 
del millón de toneladas que 
adquiría en 1970, se pasa a 
unas exiguas 289.000 tone¬ 
ladas en 1974. ¡ a producción 
de trigo desciende en pocos 
años, unos tres millones de 
toneladas y la deuda externa 
asciende a 9.200 millones de 
dólares. El último hombre 



El presidente de la República Argentina. Héctor Campora (a la derecha de la (oto), ei 
compañía del líder del Partido Radical, Ricardo Balbin, (a la izquierda de la loto), poci 
antes de su renuncia al puesto de primer mandatario de ia Nación, en beneficio de 

general Perón. (Julio de 1973). 







de la burguesía nacional, 
José Gelbard abandona el 
Gobierno, El proyecto re¬ 
formista ha expirado. Gel¬ 
bard es reemplazado por 
Gómez Morales, quien de 
inmediato viaja a Estados 
Unidos llevando como carta 
de presentación la promesa 
de derogar la Lev de Inver¬ 
siones Extranjeras. La ges¬ 
tión de Gómez Morales fra¬ 
casa; los dólares no afluyen 
al Río de la Plata; los mono¬ 
polios est imán que en Argen¬ 
tina no hay condiciones para 
invertir. «Carece de la paz 
social», diría un represen¬ 
tante de las transnacionales. 

LA GUERRA 

La violencia se ha enseho¬ 
rado del país. Se libra una 
guerra de vanguardias: por 
un lado ios que anhelan pro¬ 
tundas transformaciones y 
han optado fundamental¬ 
mente por la lucha armada; 
por otra, los que desean 
mantener el sistema utili¬ 
zando como metodología 
preferida la tortura y el ase¬ 
sinato. 

Montoneros secuestra a los 
hermanos Juan y Jorge Bom, 
dueños y ejecutivos de la 
compañía Bunge y Born, la 
empresa argentina más im¬ 
portante convertida en con¬ 
sorcio multinacional, que 
opera en 60 países por un 
monto aproximado a los 
dos mil millones de dólares 
anuales. El precio del rescate 
es importante: 60 millones 

de dólares, v una solicitada a 

mr 

página entera publicada en 
las principales capitales del 
mundo. 

PRT-ERP asalta cuarteles v 
comisarías y logra una im¬ 
portarte cantidad de armas 
que íes posibilita en lo mili¬ 
tar iniciar la guerra rural en 
los cerros tucumanos. Desde 
allí una guerrillera enviaba a 

sus padres cartas donde se 


notaba sus esperanzas de 
triunfo: «Queridos papá y 
mamá. Cómo les va. ¡Yo es¬ 
toy muy bien, contentísima. 
Les quiero confirmar que es¬ 
toy en la compañía del 
Monte no más, y contarles 
cómo es nuestra vida aquí... 

No sé si llegaré a ver vuestra 
patria liberada y socialista. 
Pero desde ya, sólo con esto 
que estamos viviendo, siento 
una parte del mundo por el 
que peleamos. Y además, ya 
no me cabe duda de que ven¬ 
ceremos y de que la Compa¬ 
ñía dei Monte vencerá». 
Aunque las organizaciones 
armadas sostenían lo con¬ 
trario, el grueso de la pobla¬ 
ción permanece angustiada 
y expectante observando el 
desarrollo de las acciones bé¬ 
licas, sin participar de forma 
activa en ellas. 

El ejército acrecienta su pre¬ 
sencia v en febrero de 1975, 
cinco mil efectivos rodean 

ti 

los cerros truc uníanos. Según 
informe del Tribunal Russel 
II, hasta noviembre el ejér¬ 
cito ha atrapado 2 guerrille¬ 
ros, matado 19 v herido 7; 

■mr 

sus jas ascienden a 236. 

El Parlamento cumple un rol 
meramente decorativo, «es 
una hoja en medio de la tem¬ 
pestad», Los representantes 
de los partidos tradicionales 
intentan lograr el desplaza¬ 
miento de Isabel y el «entor¬ 
no» y la posterior designa¬ 
ción de un presidente provi¬ 
sional que conteste a las IT. 
AA., evitando asi la asonada 
militar que ya se respira. 

(Tros, pocos, bregan por res¬ 
catar lo que aún queda del 
programa de liberación na¬ 
cional y social que el pueblo 
votó. Estas serán blanco 
pred iiecto de la triple A. Una 
de las primeras víctimas de 
la organización parapolicial 
lúe el tribuno del pueblo, 
Rodolfo Ortega Peña. El se¬ 
manario «Hombre Nuevo» 
decía: «Porque si nos pre¬ 


guntamos a quién sirve esta 
tuerte la respuesta es clara, 
a los que preparándose a re¬ 
forzar la represión necesitan 
silenciar al diputado del 
pueblo, que haciendo de su 
banca una tribuna nacional, 
denunciaba permanente¬ 
mente los crímenes de los 
militares populares y apo¬ 
yaba la dura lucha de los 
trabajadores». 


TERRORISMO 

IDEOLOGICO 

Los modos empleados para 

desplazar a los funcionarios 
de sus cargos, no son políti¬ 
cos, pero sí eiicaces. Raúl 
Laguzzi, rector de la Univer¬ 
sidad de Buenos Aires, es 
amenazado por la triple A y 
conminado a dejar el país, 
'.aguzzi se niega, la policía 
retira la escolta y manos 
anónimas colocan una 
bomba en la casa del rector, 
que asesina a su pequeño 
hijo de tres meses. 

Han transcurrido sólo dos 
años, desde que la Universi¬ 
dad Argentina se convirtiera 
en lúbrica generadora de una 
interesante producción cul¬ 
tural v científica, v va la no- 
ble oscurantista se cierne 



Héctor Ca mpora (a la izquierda de la loto), 
presidente electo de ta Argentina, con 
Juan Domingo Perón, en el aeropuerto de 
Roma, el 26 de marzo de 1973. 


97 











£1 nuevo presidente de la Argentina, Juan Domingo Perón, y la nueva vicepresidente, 
Isabel Martines de Perón, Juran sus cargos, el 14 de octubre de 1973. 


sobre ella. Laguzzi se asila 
en la embajada mexicana. 
Su alejamiento coincide con 
la ofensiva sin precedentes 
lanzada sobre el sector aca¬ 
démico, por el ministro de 
Educación Oscar l\ anise- 
vich —hombre proveniente 
del peronismo fascista—, 
con el propósito de eliminar 
a todos los elementos pro¬ 
gresistas que habían irrum¬ 
pido en la Universidad Ar¬ 
gentina durante el gobierno 
de Cámpora. Se cesó a mi¬ 
les de profesores, se supri¬ 
mieron Departamentos en¬ 
teros, como el de Humani¬ 
dades, Economía y Geogra¬ 
fía de la Un iversidad del Sur, 
en Bahía Blanca. Se liquidó 
la participación estudiantil 
en el gobierno universitario, 
se obligó a los alumnos a 
presentar un certificado de 
«buena conducta v costum- 

mr 

bres» para ingresar en la 
Universidad, v no tallaron 

F 

lossecuestros y asesinatos de 

mr 

profesores y estudiantes que 
impusieron en el ámbito 
universitario un clima de 
verdadero tenor. 


Los bajos salarios impulsa¬ 
ron a los intelectuales a bus¬ 
car otros lugares donde ejer¬ 
cer su profesión con mayor 
tranquilidad y mejores 
perspectivas. Para dar un 
ejemplo, diremos que la mi¬ 
tad del personal profesional 
de la Comisión Nacional de 
Energía Atómica, había 
emigrado antes de marzo de 
1976. 

La desenfrenada represión 
se basó en una ideología 
seudo-nacionalista de rasgos 
fascistas que hace apología 
de la autoridad y la familia a 
lo cual hay que añadir cier¬ 
tas connotaciones antise¬ 
mitas. En ese contexto se 
deben inscribir las palabras 
del decano interventor de la 
Facultad de Filosofía y Le¬ 
tras, el sacerdote Sánchez 
Abelenda: «...Arrancar de 
raíz las hierbas perniciosas 
que envenenan la nacionali¬ 
dad y la lamilia argentina, 
por ello los profesores devo¬ 
tos de Marx y Freud tendrán 

■d" 

que ira enseñar a Moscú o a 
París, porque en Argentina 


se les acabó la aventura sio¬ 
nista, libertaria y destruc¬ 
tora de ios valores de la na¬ 
cionalidad». 

La política represiva en la 
Facultad de Filosofía y Le- 
tras se cimentó en la idea de 
que las carreras de Sociolo¬ 
gía, Psicología v Ciencias de 
la Educación formaban un 
«tipo especial de profesio¬ 
nal» que se convertía en 
«cuestionador ideológico 
nato»; por lo tanto se separa¬ 
ron de Filosofía v Letras esas 

■ m• 

carreras y las colocaron bajo 
la administración de Medi¬ 
cina. 

No hubo Facultad que no su¬ 
friera el azote reaccionario. 
El segundo ministro de Edu¬ 
cación, durante el Gobierno 
de Isabel, Pedro Arrighi, se 
pronunció en contra de la 
Reforma Universitaria de 
1918 pues, a su juicio, la Re¬ 
forma se realizó bajo la ins¬ 
piración directa de la Revo¬ 
lución Bolchevique de 191 7, 
para romper «la paz del 
mundo académico» y en 
«contra de la estabilidad de 
la nación ». Como se recorda¬ 
rá, algunas de las conquistas 
logradas por este movi¬ 
miento fueron: la libertad de 
cátedra, prioridad de la 
misma, concurso de antece¬ 
dentes para optar a un cargo 
de profesor, autonomía uni¬ 
versitaria, gobierno univer¬ 
sitario—participación de es¬ 
tudiantes y profesores en el 
gobierno de la Universi¬ 
dad— y gratuidad de los es¬ 
tudios. 

En lo querespecta a ios Insti¬ 
tutos Estatales de Investiga¬ 
ciones, en el transcurso del 
Gobierno peronista se dio un 
anticipo de lo que ocurriría 
después en forma más inten¬ 
sificada: 8 investigadores del 
Instituto Nacional de Física 
v Tecnología de San Miguel, 
provincia de Buenos Aires, 
fueron amenzados de muerte 
por la «triple A». Como re- 


98 
























sultado, algunos de ellos se 
fueron del país y otros se 
clandestinizaron por un 
tiempo. Además, a un gran 
número de investigadores se 
les cesó o inhabilitó por el 
término de cinco años para 
ejercer su profesión, «es que 
no se logrará un verdadero 
triunfo contra la subversión 
si no se hace una verdadera 
limpieza en el sector acadé¬ 
mico para que todos los pro¬ 
fesores sean cristianos en 
pensamiento y acción». 

El Gobierno de Isabel debió 
afrontar tres conflictos gre¬ 
miales que sacudieron los 
cimientos mismos del apa¬ 
rato gubernamental. El pri¬ 
mero de ellos fue protagoni¬ 
zado por los obreros de la 
empresa Ika-Renauit, en la 
ciudad de Córdoba. El cor¬ 
dobés es un proletariado 
nuevo, nacido en la década 
del 60, cuando la influencia 
ideológica del populismo pe¬ 
ronista ha disminuido. 

Es destacabíe en el avance 
ideológico del proletariado 
cordobés, la fecunda labor 
de Agustín Tosco, el sindica¬ 
lista demás talla que di era la 
clase trabajadora argentina. 

Los mecánicos de la «docta» 
exigieron aumentos de suel¬ 
do, que cuestionaban el 
pacto social firmado por la 
dirigenta porteña, e intenta- 
ron frenar el avance de la de¬ 
recha en la provincia luego 
del «petit » golpe de Estado 
dado por el jefe de policía, 
coronel Navarro. 

Tosco (marxista) caracteri¬ 
zaba de la siguiente manera 
el conflicto: «Esto forma 
parte del proceso que se ini¬ 
ció con el « navarrazo», o sea, 
que esto es la pretensión de 
consumar los objetivos que 
tuvo el «havarrazo», en el 
sentido de aplastar a la clase 
obrera y al pueblo trabaja¬ 
dor en sus derechos econó¬ 
micos, sociales, políticos v 



El presidente de la República Argentina, Juan Domingo Perón, de cuerpo presente, el S 
de juliode 1974. Le sucedería en la primera magistratura de la Nación su esposa, Isabel. 


culturales. Lo que no consi¬ 
guieron con el «navarrazo» 
lo quieren conseguir con una 
provocación que está ins¬ 
trumentada a través de la 
empresa lka-Renault y que 
en el plano superior de la po¬ 
lítica está conducida por el 
ministro de Bienestar So¬ 
cial, López Rega; por el 
ministro de Trabajo, Otero; 
v consecuentemente por 
quien instrumenta el apa¬ 
rato político. Es decir, se 
trata de frustrar definitiva¬ 
mente un proceso que votó el 
pueblo el 2 de marzo por la 
liberación nacional v so¬ 
cial». El enfrentamiento sos¬ 
tenido por los obreros cor¬ 
dobeses, tuvo éxito en el 
plano re ¡vindicativo, pero el 
aislamiento a que fue some¬ 
tido por la burocracia en¬ 
quistada en la CGT nacional, 
permitió en un breve lapso 
de tiempo la intervención 
de¡ gremio y la obligada 
clandestinización de los di¬ 
rigentes locales. 

La huelga de Villa Constitu¬ 
ción duró algo más de dos 
meses. En esos sesenta y cua- 

fe 

tno d ía s, 1 a c uo É a de v jo le nc i a 


fue muy elev ada, siendo las 
masas finalmente derrota¬ 
das mediante una intensa 
acción represiva. Acindar, 
una de las empresas afecta¬ 
das por ía huelga y de la cual 
es dirigente José Martínez de 
Hoz, obtuvo de! FMI un prés¬ 
tamo de 100 millones de dó¬ 
lares, en momentos en que 
los sucesivos ministros de 
Economía de! país fracasa¬ 
ban rotundamente en sus 
gestiones ante el organismo 
internacional. 

Esos Iraca sus determinaron 
el alejamiento de Gómez 
Morales y su reemplazo por 
un empresario amante de la 
magia y amigo de López Re¬ 
ga: Celestino Rodrigo. A 
poco de asumir Rodrigo hizo 
gala de un humor negro en¬ 
vidiable, afirmando que de¬ 
bido al alto poder adquisi¬ 
tivo del pueblo se observaba 
«un desmesurado consumo 
de alimentas v bienes dura- 
bles», motivo principal de la 
creciente inflación. Las me¬ 
didas dispuestas fueron trᬠ
gicas; devaluación del peso 
con respecto al dólar en un 

99 






















160 por 100 en el mercado 
comercial, 100 por 100 en el 
mercado financiero, y 80 por 
100 para los turistas. No me¬ 
nos vertiginosos resultaron 
los aumentos de las tarifas 
de los servicios públicos y los 
combustibles; la gasolina 
aumentó en un 172 por 100, 
el gas experimentó un alza 
del 60 por 100, el transporte 
ferroviario v automotor el 
100 por 100, el metro un 150 
por 100, y los productos se- 
mielaborados crecieron en 
un 140 por 100. Para comple¬ 
tar el cuadro, Rodrigo anuló 
los aumentos obtenidos pol¬ 
los obreros en las discusio¬ 
nes paritarias con los empre¬ 
sarios. 

La respuesta dada por los 
trabajadores, originó el ter- 
c er gran con! lieto labo r a 1 e n 
el interregno isabelista. Du¬ 
rante estas masivas jornadas 
pudo observarse cómo un 
mov i miento huelguístico, 
motivado por claras reivin¬ 
dicaciones económicas, ad¬ 
quirió en su desarrollo un 
profundo contenido político 
antigubernamental.Las ma¬ 
sas salieron a la calle en de¬ 
fensa de los convenios colec¬ 
tivos ganados en tas Comi¬ 
siones Paritarias, que Isabel 
v Rodrigo pretendieron ve¬ 
tar v terminaron produ¬ 
ciendo una crisis ministerial 


.!)> por uno CGiperonista, cíaosla, ántí- 

p John W. Cooke: tadiografía del 

l a vicepresidencia y el imperialismo. 



¿na i Numera 7 




I ^ ■ W 


t > jfc i 




ANIVERSARIO 

. 26 DE JULIO 



EVITA Y LA REVOLUCION 
LAS FAP AL PUEBLO 


Portada del órgano de la Confederación General de Trabajadores Argentina, «libera 
ción . claramente hostil a la política gubernamental de Isabel Martínez de Perón. 



Isabel Martínez de Perón saluda ai pueblo argentino, tras su proclamación como presi¬ 
dente de la República. A la Izquierda de la foto, su hombre de confianza, López Rega, 


con la caída de tres carteras; 
Otero, de Trabajo; Rodrigo, 
de Economía, y López Rega, 
de Bienestar Social, ha¬ 
ciendo tambalear peligro¬ 
samente a Isabel. 

Este formidable empuje de 
las movilizaciones hizo que 
la crisis ministerial dejara 
un vacío de poder, eleván¬ 
dose a la orden del día esa 
cuestión. La burguesía atra¬ 
vesaba serias dificultades 
para sostener el poder, v-el 
proletariado y el pueblo no 
estaban en condiciones de 
asumirlo. 


100 



































LA SUERTE 
ESTA HECHADA 

La burocracia sindical, [ide¬ 
rada por Lorenzo Migue! y 
Casi Ido Herrera, enfrenta un 
duro trance; la combativi¬ 
dad de las masas la lleva a 
adoptar i a política de los he¬ 
chos consumados y apoyar 
sus protestas; por otro lado, 
debe disputar espacios al 
lopezregismo dentro del pe¬ 
ronismo v írenar la alianza 
de otro burócrata (Calabró) 

con las FF. AA, 

Miguel instruye a sus hues¬ 
tes en la defensa de Isabel, 
Herrera avizorando que las 
«vacas gordas» se diluyen, 
apuesta fuerte en los Casinos 
del ¡'lata y Montevideo, sus 
palabras son elocuentes: 
«me borro». 

Sectores del peronismo bur¬ 
gués desean prolongas inde¬ 
finidamente las vacaciones 
de Isabel y compartir con las 
FF.AA. el poder, hasta la rea¬ 
lización de las próximas 
elecciones. Las FF. AA. per¬ 
manecen expectantes, es ne¬ 
cesario ajustar la superes¬ 
tructura jurídica política a 
la estructura económica, 
dominada por los monopo¬ 
lios, y por tanto, dar por tie¬ 
rra con todo viso de demo¬ 
cracia parlamentaria. El pe¬ 
ronismo será utilizado como 
«chivo expiatorio», v los uni¬ 
formados no desean compar¬ 
tir el poder con nadie. 

A pesar de todo, los partidos 
tradicionales insisten, la 
rinión Cívica Radical por 
boca de su presidente Ri¬ 
cardo Balbín, propugna «un 
gobierno de coalición entre 
el peronismo, la UCR.laCGT 
y las FF.AA., para lograr la 
estabilidad del marco de las 
instituciones». Balbín, tam¬ 
bién hacía mención al vacío 
de poder, «las instituciones 
no lucen por lo que no lucen 
sus representantes, nunca 
fue más fácil entrar en la 
Casa de Gobierno que ahora 
porque está vacía». 


El 18 de diciembre de 1975, 
se realiza el ensayo para en¬ 
trar en la l asa de Gobierno. 

La aeronáutica se rebela v 

mi 

exige la renuncia de Isabel y 
su reemplazo por el general 
Vi del a. Al cabo de tres días 
los rebeldes disponen de ac¬ 
titud sin recibir sanción al¬ 
guna y el alto ¡ nando ha cal i- 
brado la reacción de la po¬ 
blación ante la sublevación. 
La asonada fue dirigida por 
el brigadier Capellini. un 
hombre que luego plantearía 
problemas al sistema de los 
detenidos desaparecidos, ya 
que los cuerpos de las perso- 
nas fusiladas no recibían 
cristiana sepultura. 

Isabel está inmersa en la res¬ 
tructuración de su décimo 
gabinete y en la designación 
del ministro número 55; el 
salario real ha descendido 
un 58 por 100; la inflación a 
fines de 1976, será dei 1.100 
por. 100; y todo indica que 
para abril se producirá la ce¬ 
sación de pagos al exterior, 
las reservas del país son de 
600 mi llenes de dólares y las 
deudas a saldar inmediata¬ 
mente totalizan 2.000 millo¬ 


nes de la misma moneda. El 
desprestigio del Gobierno es 
tota! ,el golpe de Estado está 
a punto. La noche del 23 de 
i narzo, Isabel y su secretario 
González, son detenidos y 
llevados al Aeroparque Me¬ 
tropolitano. El preludio del 
genocidio ha terminado, 
comienza la primera parte... 
Oscar Alende, presidente del 
Partido Intransigente, sinte¬ 
tizaría con claridad la etapa: 
«La caída del Gobierno pe¬ 
ronista demostró la insufi¬ 
ciencia de una doctrina cu¬ 
yas limitaciones quedaron 
bien perfiladas, sobre todo 
en la imposibilidad de pre¬ 
tender la equidistancia del 
Estado de los [actores eco¬ 
nómicos, su desinterés en 
afectar tas causas profundas 
de la dependencia, el defini¬ 
tivo fracaso de la llamada 
burguesía nacional para 
conducir un proceso de 
cambio de estructuras v la 
frustración que ocasionan 
las burocracias vacías de re- 
presentativ idad. El final 
apareció como inevitable, 
cerrándose así un ciclo en la 
historia política argentina». 
■ A. C. 



La pancarta sintetiza la crisis del Peronismo, antes dei golpe militar. 


101 












Vi. ; ' 1 f. .*> M :■ ‘ '*« • «y 



Nelson Martínez Díaz 



102 


















































f «Es un hombre de mediana estatura, rostro quemado por el sol, 
pero con líneas de una pureza extraña . Estaba sentado sobre el 
caballo, tan tranquilo y firme como si allí hubiera nacido; bajo su 
sombrero , de alas anchas y copa estrecha, ornado de una pluma 
de avestruz, se esparce una floresta de cabellos; una barba rubia 
le cubre la parte inferior del rostro; sobre su camisa roja trae un 
poncho americano blanco, ornado de rojo, como la camisa». 



Garibafdi, según el suizo Gustavo de Hoffstetter, en; 

* Ga riba Idi, Memoriasi 


GRANDEZAS Y MISERIAS DE LA 
CONCIENCIA ROMANTICA 

Europa conocía, en los primeros años del 
siglo XIX, la eclosión del período inicial del 
romanticismo. Este movimiento, que presa¬ 
gia el tiempo futuro de las revoluciones na¬ 
cionales y liberales, surge como reacción. 
Esta reacción aparece, en su primera lase, 

dirigida contra una corriente que con el 
triunfo de la revolución de 1789 plasma en el 
estado nacional burgués, resolviendo a favor 
de esta clase social una lucha librada contra 
los poderes señoriales durante un extenso 
período histórico. Movimiento de prolon¬ 
gada gestación, el romanticismo se mostró al 
comienzo menos dirigido a una afirmación 
de nuevos valores que a la negación de aque¬ 
llos que consideraba rígidos y dogmáticos. 
Respondió a la consolidación burguesa con 
una sensibilidad aristocratizante, rehabili- 
tadora de temas caballerescos v galantes, así 
como de todo aquello que caracterizaba al 
«elegido». Exaltación de valores aristocráti¬ 
cos v la conciencia católica constituía, sin em¬ 
bargo, uno de los extremos del fenómeno. La 
concepción organicista y dinámica del ro¬ 
manticismo configuró, en definitiva, un ele¬ 
mento favorecedor de los cambios sociales, 
porque si existieron un Chateaubriand o un 
Xavier de Maistre, también surgieron un 
Bvron, un Larra y un Víctor Hugo. Si hubo 
una frecuente mención al «mal del siglo», 
entendido, en suma, para algunos como la 
herencia atea y racionalista del siglo XVIII, 
también emergió una corriente que contenía 
agudos comentarios sobre las circunstancias 
historie osociales, con una cabal toma de 
conciencia de los problemas que traía con¬ 
sigo el nuevo siglo. No debemos olvidar que 
Wordsworth redactó volantes políticos, que 
William Blake fue amigo de Thomas Payne, 
que Bvron mantuvo una activa vida política 


hasta su muerte en las murallas de Misso- 
longhi, que Larra vivió el exilio, que ma- 
dame de Staé¡ publicó De la literatura consi¬ 
derada en sus relaciones con las institucio- • 
nes sociales, que Heine se refugió en París, 
con sus obras prohibidas en Alemania. 

La conflictiva dialéctica romántica nos 
muestra, durante el período de existencia de 
estas personas, un panorama tortuoso, 
donde conviven la regresión nostálgica hacia 
íormas de vida del pasado, el rechazo a la 
civilización maquinista y material, la exal¬ 
tación de la libertad y el ascenso de las nue¬ 
vas luchas sociales. Unas veces elabora uto¬ 
pías que se amparan en concepciones aristo¬ 
cráticas del mundo, y otras se trasmuta en 
vanguardia ideológica, atacando los baluar¬ 
tes burgueses, denunciando los problemas 
sociales y alzando su voz en favor de las na¬ 
ciones oprimidas. Pronto nuevas generacio¬ 
nes de poetas y escritores utilizarán el tér¬ 
mino «burgués» como alusión inequívoca al 
espíritu estrecho, aludiendo a ciertos rasgos 
que hacían a esta clase detestable a los ojos 
de los contemporáneos más sensibles. 

Romanticismo v reacción, reacción y revolu¬ 
ción, nostalgia del pasado y anhelo de pro¬ 
greso, todo puede llegar a confundirse, a ve¬ 
ces, en un mismo espíritu. Si Alfredo de Mus- 
set resumía, en Confesiones de un hijo del 
siglo, su desen can to frente a la sociedad de la 
siguiente manera: «...Los ricos se decían: 
sólo es verdad la riqueza, lo demás es sueño; 
gocemos y muramos». Los de fortuna me¬ 
diana se decían: «Sólo es cierto el olvido, lo 
demás es sueño; olvidemos y muramos». Y 
los pobres se decían: «Sólo es cierta la des¬ 
gracia; lo demás es un sueño; blasfememos y 
muramos»; por otra parte, Bvron anotaba en 
su Diario: «Adelante..., el momento de ac¬ 
tuar ha llegado y poco importa la propia 
persona cuando una sola chispa de lo que 

103 


sería digno dei pasado puede ser legado al 
futuro, inextinguible. No se trata de un hom¬ 
bre ni de un millón de hombres, sino del 
espíritu que debe ser difundido». 

Todo esto se manifestó con mayor vigor en 
aquellos territorios europeos que estaban 
sometidos a príncipes extranjeros; allí el 
romanticismo no quedó limitado al terreno 
artístico y cultural, sino que se incorporó a 
las vetas políticas de los movimientos de re¬ 
sistencia nacional. La idea-fuerza que su¬ 
puso el despertar de la conciencia nacional 
fue recibida con avidez por a comunidad 
italiana; el énfasis puesto en la importancia 
de la literatura nacional, en la reconstruc¬ 
ción histórica de instituciones jurídicas se¬ 
culares, estuvo dirigido a despertar los sen¬ 
timientos independentistas y consolidar la 
tendencia a la unidad. En 1820, liberalismo 
político y romanticismo intelectual confor¬ 
man un grupo de ideas que se ecaminan en la 
misma dirección. Desde la emergencia de la 
corriente romántica hasta Manzoni, que en 
1823 escribe su admirable carta sobre el ro¬ 
manticismo en Italia, y luego Gioconiu 
Leopardi, debe señalarse la generación 
de los años veinte, que se asigna una misión 
patriótica cristalizada en la figura de Gio- 
vanni Berchet, de Gabriele Rossetti, deste¬ 
rrado en Londres, de Vicenzo Gioberti, re¬ 
presentante de la corriente neo-güelfa du¬ 
rante el Risorgimiento, así como el propio 
Giuseppe Mazzini, autor de varios ensayos 
de importancia. El programa renovador del 
romanticismo, que acompaña a las grandes 



Mazzini» con su programa da la «Jovan Italia» alantando al 
idaal republicano, t# convirtió «nparsonaja clave da la Unidad 

Italiana. 



Garibaldi an tiempo» de la tracalada conspiración de 1834, Su 
figura da revolucionario romántico «arfa conocida an Europa y 

América. 


revoluciones europeas de la primera mitad 
del siglo XIX, se encuentra presente en las 
guerras de la independencia y la unidad 
italiana. Cierto es que aparece dividido 
en tendencias, articulado en torno a la com¬ 
pleja vida política e ideológica de la Italia del 
período, pero testigo y partícipe de aconte¬ 
cimientos esenciales. 

GARIBALDI Y LA JOVEN ITALIA 

«Nací en Niza, el 22 de julio de 1807», nos 
dice Garibaldi en sus Memorias. Su abuelo y 
su padre habían sido marinos de profesión y 
los ingresos familiares permitieron al joven 
descendiente cursar algunos estudios. Más 
tarde, él mismo hablaría de ello: «No va van a 
juzgar por esto que mi educación fue aristo¬ 
crática. Mi padre no me mandó a que me 
enseñaran gimnasia, esgrima o equitación. 
La gimnasia la aprendí trepando por los ca¬ 
bos de ios navios y dejándome deslizar por 
las jarcias; la esgrima, defendiendo mi ca¬ 
beza y procurando lo mejor que podía que¬ 
brar la de los otros; y equitación, tomando el 
ejemplo de los primeros caballeros del mun¬ 
do, esto es, de los gauchos». 

Corrían entonces malos tiempos para el libe- 


104 

















En la batalla de San Antonio, on tierras uruguayas, los garibaldinos demostraron su fervor por la causa de la libertad de los pueblos. 


i alismo eui opeo. La historia de las persecu¬ 
ciones, encarcelamientos, fusilamientos o 
destierros, es abrumadora. Paradójicamen¬ 
te, el resultado de una represión de extrema 
dureza fue la formación de la conciencia re¬ 
volucionaria. Sobre lodo en aquellos países 
que aparecían como marginales al nuevo or¬ 
den europeo surgido en 1815, como el caso de 
Italia. Y este renacer de la ideología liberal se 
alió con el nacionalismo, emergiendo enton¬ 
ces con pujanza incontenible. Negada la po¬ 
sibilidad de expresarse en el pleno de la polí¬ 
tica legal, la ideología liberal se refugió en la 
clandestinidad integrándose a la nueva 
fuerza que conformaban los movimientos 
opositores a los regímenes autoritarios. 
C t ece asi la oposicioi: de los estudiantes ale¬ 
manes. la Burschenscha ft, los carbonarios 
franceses se organizan, al igual que los car- 
bonari italianos, o la masonería escocesa e 
inglesa. En Francia, los sansimonianos se 
convierten en algo así como una nueva igle¬ 
sia de carácter revolucionario. Mazzini for¬ 
mula, desde su exilio en Marsella, el pro¬ 
grama de la joven Italia. La prédica en favor 
de la unidad para obtener los ansiados obje¬ 
tivos de independencia y libertad partían de 
un hombre que gozaba de popularidad en los 
ámbitos progresistas, alguien a quien los 
consenadores estimaban como la figura 
más peligrosa de su tiempo. La «joven Italia» 


se convirtió entonces en serio problema para 
los gobiernos reaccionarios, sobre todo para 
los austríacos, a quienes Mazzini intentaba 
expulsar de la península como un paso pre¬ 
vio para instalar un estado libre v democrᬠ
tico. 

El movimiento no se encontraba aislado en 
el continente europeo. Pronto será fundada 
en Berna, un año más tarde, la «joven Euro¬ 
pa», incluyendo a la «joven Polonia», la «jo¬ 
ven Alemania» y la asociación creada por 
Mazzini, Todos estos antecedentes explican 
el pensamiento y la acción de hombres como 
Garibaldi, que recibían de Mazzini la idea de 
liberación de las patrias como paso decisivo 
pata la electiva libertad de los hombres y las 
uniones nacionales, asi como Ies llegaba de 
los sansimonianos, pero sobre todo del fer- 
mental clima de agitación europea, la ideo¬ 
logía revolucionaria. Cuando Garibaldi se 
afilia a la « joven Italia», según parece en un 
encuentro con Mazzini en Marsella, en 1833, 
se había forjado ya la decisión de luchar por 
la libertad de los pueblos subyugados por ía 
tiranía. 

Pero los pasos iniciales de los mazzinianos 
terminaron en el fracaso, como acontecía en 
general con las conspiraciones impulsadas 
por las soc ¡edades secretas. Garibaldi, que se 
había enrolado en la marina sarda, aceptó la 

105 





















Retrato de Gluseppe Garibaldi realizado durante su estancia 
en Montevideo en el periodo de la Guerra Grande. 


tarea de incorporarse a la insui rección que 
Mazzini liaría estallar en febrero de 1834, 
penetrando desde Suiza con batallones de 
voluntarios. Era necesario contar con la su¬ 
blevación popular en Piamonte y Génova, 
donde serían controladas por los insurrectos 
las gendarmerías. Pero cuando los revolu¬ 
cionarios intentan sus primeros pasos la po 
licía estaba ya en posesión de los detalles 
lundameOtales v el movimiento fracasa ro- 
tundamente. Garibaldi se vio obl igado a huir 
cruzando la frontera fracesa y el propio Maz¬ 
zini se exilió en Suiza para escapar a sus 
perseguidores. Condenado en ausencia a la 
pena de muerte por alta traición, el joven 
Garibaldi, luego de realizar algunos viajes 
poi el Mediterráneo, consiguió escapar, bajo 
el nombre falso de Borel, en navegación 
desde Marsella hacia Río de Janeiro, puerto 
al que arribó como segundo comandante de 
un buque francés. La colonia italiana refu¬ 
giada en Río era numerosa, y pronto el joven 
mazziniano se unió a sus compatriotas. 

LA ETAPA AMERICANA 

La revolución riograndense de 1835 fue un 
producto del clima de resistencia a la polí¬ 
tica regresiva del Gobierno imperial. Prolo¬ 
gada por un fracasado intento anterior, el de 
Río de Janeiro en abril de 1830, el levanta¬ 
miento de Río Grande do Sul tuvo un carác¬ 
ter autonomista, localista y federalista, di¬ 
na mizado por un fervor republicano que 
partía del rechazo a todo poder que no tu- 

106 


viera origen en el libre y expreso consenti¬ 
miento popular, lino de los grandes proble¬ 
mas de la revolución era que la salida al mar 
estaba en poder de las fuerzas imperiales, 
que controlaban el puerto provincial y pa¬ 
trullaban las costas cercanas. Garibaldi lle¬ 
gaba. en consecuencia, a tiempo para de¬ 
sempeñar un papel fundamental en la «gue¬ 
rra dos i arrapos», como se denominó a este 
enfrentamiento entre paisanos mal armados 
y peor vestidos y las tropas del ejército de 
Don Pedro II. 

Una cita de i historiador brasileño Lindollo 
Collor nos ofrece el clima existente en la co- 
lonia.italiana durante ese período: «Como a 
todos los carbonarios, animaba a los italia¬ 


nos refugiados en Brasil un sentimiento casi 
fanático de cosmopolitismo. Románticos de 
la regeneración política, enamorados de la 
justicia social,seenorgullecían con el epíteto 
de «filibusteros de la libertad» que por todas 
parles les acompañaba. Donde quiera que se 
encontrasen, tribu de precursores dispersa¬ 
das por el exilio, no olvidaban las palabras 
de Mazzini. que les mandaba «anunciar al 
pueblo la insurrección c¡ue se avecina». Fue, 
precisamente, en Rio de Janeiro, donde Gari¬ 
baldi tuvo oportunidad de hablar con su 
compatriota Tito Lirio Zambeccari, que ac¬ 
tuaba como secretario de Bento Goncalves, el 
conductor de !a revolución riograndense. 
Ambos se encontraban entonces en prisión, 
pero Garibaldi consiguió visitarlos junto con 
su amigo Rosseti. Cuando Bento Goncalves 
se fugó, junto con su secretario, para diri¬ 
girse hacia el sur y continuar la lucha, Gari¬ 
baldi v Rosseti habían decidido ya su incor- 



r ¡ctor Manuel 11, un rey que Jugó su papel histórico en el mo- 
nenio preciso, c di o cando se a la cabeza de! moví miento de la 

Unirfrirl lt» liana. 

























poración a la causa de !a república de Río 
Grande. 

El cometido del joven marino fue, desde en¬ 
tonces, hacer presa de los buques enemigos y 
alejarlos de la costa. Navegando en un pe¬ 
queño navio que habían bautizado «Mazzi- 
ni», apresaron una galera perteneciente a un 
comerciante austríaco y la confiscaron para 
sus futuras operaciones bélicas, cambián¬ 
dole su nombre por el de «Farropilha». Más 
tarde se dirigieron hacía el sur, anclando en 
el puerto de Maldonado, en Uruguay, espe¬ 
rando vender la carga de café confiscada y 
comprar víveres para abastecer la nave. Pero 
la llegada al Río de la Plata tiene lugar en 
momentos de grave tensión política y pronto 
ios garibaldinos se ven obligados a huir, per¬ 
seguidos por los navios de la comandancia 
local. 

Remontando el río Uruguay, que separa al 
país del mismo nombre v la República Ar¬ 
gentina, llega a la provincia de Entre Ríos, en 
!a orilla argentina. Garibaldi había resul¬ 
tado herido en el cuello duran! ee! encuentro 
librado con sus perseguidores, y en Guale- 
guay es acogido por el gobernador Pascual 
Échagüe, quien le hace atender por su propio 
médico. Si adversa le había sido su expenen- 



Camffo Bensode Cavour, ministro excepcional y eficaí organi* 
zador eft inatand as fundamentales de ia lucha por la unifica¬ 
ción de Italia, 



El aire mefistofehco de Napoleón III en el retrato de Nadar 
traduce, fiel mente, un político ambicioso* pero oscilante en su 
proyección exterior, apremiado siempre por los grupos socia* 
les gue sustentaban su poder en Francia. 

cía en Maldonado, no resultaría mejor su 
estancia en Gualegay, ya que si al principio 
se le permite moverse con libertad, pronto la 
presión de la embajada de Brasil ante Juan 
Manuel de Rosas, y la inminencia del esta¬ 
llido de la guerra entre los bandos políticos 
de ambos márgenes del Plata, hacen que lle¬ 
gue la orden de encarcelamiento. Garibaldi 
se encontraba entonces alojado en casa del 
catalán Jacinto Andreas, un antiguo resi¬ 
dente del lugar, y consiguió huir amparado 
por algunos vecinos. Pronto iue apresado y 
sometido a tortura, aunque sin lograr que 
mencionara los nombres de quienes le ha¬ 
bían auxiliado; finalmente liberado, es for¬ 
zado a abandonar la región y se dirige hacia 
el río Pi rati ni, en Río Grande, donde encuen¬ 
tra nuevamente a Bento Gong al ves. 

A su lado libraría el combatiente italiano 
numerosas batallas por la república rio- 
grandense, y en esa misma provincia encon¬ 
tró Garibaldi a Anita Ribeiro da Silva, una 
hermosa mujer criolla, quien abandonó a su 
marido para convertirse en la compañera de 
aquel ¡oven romático que había atravesado 
el mar para internarse en las llanuras del sur 
de Brasil. Más de una vez las memorias escri¬ 
tas por Garibaldi rinden emocionado home¬ 
naje a esa mujer que supo seguirle a través de 
la intrincada maraña dei Matto (¿rosso, que 
combatió a su lado, le acompañó cruzando 
sierras y llanuras uruguayas hasta Montevi- 

107 




















deo, y viajó a Ilalia para morir acompañán¬ 
dole en su derrota Juego de una de sus múlti¬ 
ples bata ¡as. En Brasil permanece hasta 
1840, para encaminarse entonces hacia la 
capital de la República del Uruguay, donde 
llevaría durante cierto tiempo la \ ida de un 
inmigrante. De su matrimonio con Añila. 
Garibaldi tendrá tres hijos; Menotti. que 
lleva el nombre de un compañero muerto en 
combate, Ricciotti y Teresita. Pero en le¬ 
brero de 1843 comenzó un sitio a la ciudad de 
Montevideo que habría de prolongarse hasta 

1851. Pronto se organizó un ejército para re¬ 
sistir a las fuerzas sitiadoras, integrado por 
muchos habitantes de la cosmopolita ciu¬ 
dad. Como ha señalado el historiador uru¬ 
guayo Juan E. Pivel Devoto, siguiendo la re¬ 
lación de un contemporáneo, el ejército es¬ 
taba dirigido por el argentino general Paz: 

«Se calcula en 8.000 el número de comba¬ 
tientes con que llegó a contar el ejército or¬ 
ganizado por Paz. Según Andrés Lamas, a los 
cuatro meses de iniciado el sitio, el ejército 
de Montevideo tenía un efectivo de 5.000 
hombres, distribuidos en esta forma: 1.400 
negros libertos, 2.50' t iranceses y vascos, 500 
italianos». La organización de la Legión Ita¬ 
liana quedó encomendada a Garibaldi, v con 
el tiempo, a estos hombres que se vistieron 

con camisas rojas se les llamó, con justicia, 
los «garibaldinos». 



La apertura I¡Peral de Pto tX no logro conformar a los hombrea 
que se batían contra los austríacos por la liberación de Italia, 
sobra todo en une etapa republicana y revolucionaria. 


Garibaldi prestó servicios en la flota uru¬ 
guaya, y también en el ejército de tierra con 
su Legión Italiana, que 1 legó a destacarse por 
el valor de sus hombres. Los intentos del 
Gobierno por recompensar sus servicios fue¬ 
ron rechazados por el marino en nombre de 
sus compañeros, enfatizando que su lucha 
era por la libertad y por esa causa querían 



ftPor amor a la Patria■*, el 24 de abril de 1861, Cavüur y Garibaldi se reconciliaron en presencia del rey Víctor Manuel. 


108 




















compartir los peligros que corrían los natu¬ 
rales del país que les daba refugio. Alejandro 
Dumas. en su libro Montevideo o la nueva 


Troya, le defendía como un luchador perma¬ 
nente: «Jasé Garíbaldi, proscrito en Italia, 
donde había combatido por la libertad: 
proscrito en Francia, por haber tratado de 
combatir por la misma causa; proscrito en 
R ío Grande, por haber cooperado alai unda- 
ción de una repúbl iea, fue a ofrecer sus servi¬ 
cios a Montevideo». Pero las miradas de Ca¬ 


ri bald i se dirigían ahora hacia Italia, donde 
el Risorgimentocontinuaba alentando en el 
sentido de la historia. En abril de 1848, 
acompañado de unos sesenta compatriotas, se 
dirige hacia su país natal para colaborar en 
la guerra de liberación que dura tía aún va¬ 
rios años. 


HACIA LA UNIDAD ITALIANA 

Cuando Garíbaldi desembarcó en territorio 
italiano, en el mes de junio de I 848, contaba 
casi cuarenta v un años. El movimiento de 

kr 

independencia nacional se desarrollaba, en¬ 
tonces, sobre la base de tres corrientes ideo¬ 
lógicas: una republicana, impulsada por 
Mazzini y que reconocía como antecedente 
una tradición libera] jalonada por socieda¬ 
des secretas, conspiraciones y sublevacio¬ 
nes; otra « neo-güelía», inspirada en la figura 
de Gioberti, procurando alcanzar una fede- 


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Mi matura de Amia Garíbaldi realizada en Montevideo, en 1845. y 
reconocida por Ría ott» Garíbaldi como: ««único y auténtico retrato 

de mi madre». 


ración bajo la presidencia del Sumo Pontífi¬ 
ce; finalmente, un movimiento piamontés, 
cuyos conductores lueron Balbo, D'Azeglioy 
Cavour. Este último colocaba sus esperanzas 



Entrada de Garíbaldi en Ñapóles. Litografía existente en Milán, en colección privada. 


109 



















Genova, Monumento a «Los Mil», Ja famosa fuerza garibaldi na. 


en la vol untad reformista del príncipe Carlos 
Alberto. 

Desde 1846, la Iglesia tenía un nuevo pontífi¬ 
ce: Pío ÍX, quien inició su gobierno dando 
claras muestras de una actitud progresista, 
por lo cual muchos de sus contemporáneos 
consideraron que su figura sería capaz de 
congregar voluntades en favor de la unidad 
del territorio. La tensión ascendía gradual¬ 
mente v, en 1848. el rev Fernando de Sicilia 
se vio obligado a otorgar una Constitución a 
sus súbditos, ejemplo que debió seguir Car¬ 
los Alberto de Piamonte y Cerdeña, y luego el 
propio papado. Mientras tanto, en Austria se 
producía la caída de Metternich, odiado ver¬ 
dugo del liberalismo, ante el empuje de los 
jóvenes revolucionarios de su país. Resona¬ 
ban con fuerza palabras nuevas, v por ello 
mismo atemorizantes, como «república», 
«pueblo», «trabajadores», «burgués»; de 
novedosa utilización por los sectores popu¬ 
lares, que las incorporaron en sus manifies¬ 
tos. Esta «primavera de los pueblos», como 
se la denominó, exhibía una gran fuerza ex¬ 
pansiva; tal vez por ello mismo el Papa se 
negó a implicarse en la revolución contra los 

110 


austríacos, defraudando a quienes lo pro¬ 
clamaban como conductor v cabeza de una 
federación italiana. Pero si en 1831 los mo¬ 
narcas absolutos habían optado por detener 
los movimientos populares y lo habían lo¬ 
grado en Alemania, Polonia e Italia de ma¬ 
nera decisiva, ahora un príncipe, Carlos Al¬ 
berto, se colocaba a la cabeza de la guerra 
contra Austria. 

Desvanecida la popularidad del Sumo Pontí¬ 
fice, Rápidamente fue proclamada la Repú¬ 
blica romana, por lo cual Pío IX abandunó la 
ciudad, colocándose bajo la protección de 
Fernando II. Garibaldi, que ante la descon¬ 
fianza de Carlos Alberto hacia sus «camisas 
rojas», había olrecido sus tropas a la ciudad 
de Milán, hace su entrada en Roma ¡unto a 
Mazzini. Pronto, sin embargo, Luis Napo¬ 
león envió sus ejércitos en defensa de los de¬ 
rechos del Papa, presionando por el sector 
clerical que prestaba apoyo a su Gobierno en 
Francia; sitiados por los austríacos desde el 
norte, por los napolitanos desde el sur, y aco¬ 
sados por las tropas francesas, los republica¬ 
nos de la ciudad eterna lucharon inútilmen¬ 
te. l os combates culminaron en un nuevo 
triunfo de la reacción europea y un exilio 
más para Garibaldi, que debe huir hacia la 
frontera suiza. Le acompañaba Anita, la mu¬ 
jer que había conocido en tierras america¬ 
nas, pero esta vez, para morir consumida por 
la fiebre en los lagos, cerca de Ravena, 
cuando intentaban eludir la persecución de 
los austríacos. 

En 1850, este hombre eterno navegante, 

eterno luchador por ia libertad, se encuentra 
en Nueva York, trabajando en una fábrica de 
velas. Nuevos viajes como capitán de buque 
mercante le llevan ahora hacia Oriente, ha¬ 
cia Perú en el Pacífico, y luego a Australia. 
Cuando fina'iza esta etapa se instala en la 
isla de Caprera, frente a Cerdeña, donde se 
dedica a los trabajos agrícolas. 

Entretanto, un ministro excepcional, Camilo 
Benso de Cavour, había logrado organizar el 
Piamonte para iniciar la lucha contra Aus¬ 
tria. La intervención de Italia en la guerra de 
Crimea, secundando a las fuerzas francesas e 
inglesas, formaba parte de una estrategia 
largamente madurada, que incluía una en¬ 
trevista en Plombiéres con el emperador de 
los franceses. En el acuerdo logrado en ella, 
Cavour cedía a Luis Napoleón Saboya y Ni¬ 
za, a cambio del apoyo en un conflicto con 
Austria, aunque en los proyectos franceses 
no entraba la consideración de la unidad de 
Italia, o el deterioro de la autoridad del Papa 
sobre Roma, hecho que pronto ocasionaría 















graves complicaciones. Los preparati\os bé¬ 
licos de Cerdeña provocaron una reacción de 
Austria, que presentó un ultimátum en I 859, 
tal como esperaba Cavour. Formalizado el 
conflicto, las tropas austriacas penetraron 
en el Piamonte, donde sufrieron, sin embar¬ 
go, serias derrotas en Magenta y Solferino. 
No eran éstas decisivas, pese a todo, y Napo¬ 
león III comenzó a inquietarse ante el giro de 
los acontecimientos. Vehemencia revolucio¬ 
naria y progreso hacia la unidad, posible in¬ 
tervención de Prusia en caso de situaciones 
demasiado críticas para Austria, eran facto¬ 
res demasiado inquietantes para sus planes 
políticos. En consecuencia, ei mes de julio de 
1859 se concertó un armisticio en Villa!ran¬ 
ea, ratificado ese mismo año en Zurich. 
Hasta el momento, Piamonte sólo había con¬ 
seguido liberar Lombardta, mientras Gari- 
baldi apoyaba la resistencia del Gobierno 
provisional en Tose ana, opuesto al retorno 
del duque de Florencia. 

Desde 1859 hasta 1861, se transitó un labo¬ 
rioso camino hacia la unidad. Garibaldi 
afirmó su lealtad al rey Víctor Manuel II por 
considerarlo única figura capacitada para 
reunir voluntades en esa larga lucha. Esta 
actitud le ocasiono diferencias con Mazzini. 
en tanto que, por otro lado, crecía su antago¬ 
nismo hacia Cavour luego de la cesión de 
Niza y Sabova a los franceses. En Tosca na, 
Modena V Parma, surgieron asambleas cons¬ 
tituyentes que favorecían al Piamonte. En 
Sicilia se produjo mía sublevación contra el 

borbón Francisco II y fue solicitada la cola¬ 
boración de Garibaldi. Este se había encon¬ 
trado en Génova con un emigrado siciliano, 
Francesco Crispí, y en mayo de 1850 se orga¬ 
niza la expedición de los «mil camisas ro¬ 
jas», que, no obstante contar tan sólo con 
armamento anticuado —viejos fusiles y al¬ 
guna pieza de artillería—, protagoniza cam¬ 
pañas fundamentales para la marcha de la 
unidad italiana. Estos voluntarios, casi to¬ 
dos de origen urbano, logran desembarcar en 
Sicilia, donde rápidamente se apoderan de 
Mesina y Palermo, batiendo a las luerzas 
borbónicas. Las ciudades, en plena eferves¬ 
cencia revolucionaria, los acogen tn un tal¬ 
mente, y una serie de medidas eliminando 
las tasas sobre granos acerca a los campesi¬ 
nos a la causa garibaldina. 

Uno de los primeros actos de Garibaldi fue la 
proclamación en Sicilia del rey Víctor Ma¬ 
nuel; poco después cruza el estrecho de Me¬ 
sina para entrar victorioso en Nápoles, 

mientras que Francisco H buscaba un refu¬ 
gio en Roma. La ciudad recibe al jete de los 



La revista londinense «Punch», publicaba esta caricatura de 
Garibaldi en IB60,calzando la bota italiana al rey Víctor Manuel II. 


«camisas rojas», considerándole el héroe li¬ 
berador, pero éste continua sus campañas en 
Calabria, incorporando todo el sur de la pe¬ 
nínsula a la corona de Víctor Manuel. Mien¬ 
tras tanto, la preocupación máxima de Ca¬ 
curo era evitar que el íugoso marino conti¬ 
nuara su proyectada campaña en dirección a 
Roma, v, en consecuencia, envió las tropas 
de Piamonte-Cerdeña en dirección al sur 
para reunirse con las fuerzas garibaldinas. 
La serie de medidas tomadas por Cavour en 
consideración a un posible enfrentamiento 
con Napoleón III, si se producía un ataque a 
los estados pontificios, consiguieron poner 
en manos del ministro la situación 
poli tico-militar, al tiempo que relegaban a 
Garibaldi del primer plano político. Luego 
de una tensa entrevista con el rey, el jete de 
los «camisas rojas» declinó el mando de sus 
tropas v se retiró a la isla de Caprera. En 
febrero de 1861 era proclamado el reino de 
Italia, que reconocía como soberano a Víctor 
Manuel 11, luego de una asamblea de parla¬ 
mentarios procedentes de todas las regiones 

111 













Encuentro de Teano entre Garibaldi y el rey Víctor Manuel II, en 1960. 


liberadas reunidas en Turín, al tiempo que 
decretaba la capitalidad de Roma. 

El resultado, pese a constituir un sensible 
progreso, no dejaba complacidos a los italia¬ 
nos. Venecia permanecía aún bajo control 
austríaco, los estados pontificios no se ha¬ 
bían incorporado, v Sabova v Niza habían 
pasauo a poder francés. No obstante, el 
apoyo internacional prestado al nuevo reino 
de Italia por Francia, pero sobre todo por 
Inglaterra, hacía difícil la contraofensiva de 
Austria. Entretanto, Garibaldi rechazó los 
honores de general y esperó impaciente la 
reanudación de las acciones para completar 
el proceso de la unidad i tal ¡ana. Pero Cavour 
decretó la desmovilización dei cuerpo de vo¬ 
luntarios, en un intento de anular ia obra 
desarrollada con gran esfuerzo por el propio 
Garibaldi. La burguesía peninsular había al¬ 
canzado buena parte de sus propósitos y los 
cuerpos no regulares constituían un ele¬ 
mento poco seguro en el futuro. 

La muerte de Cavour, luego de un breve pe¬ 
ríodo de enfermedad, permitió que la «cues¬ 
tión romana» y el problema de Venecia en¬ 
traran de nuevo en discusión. Roma se en¬ 
contraba, desde la caída de la república en 
1849, ocupada por una división francesa que 
prestaba respaldo a Pío IX. Porconsiguien te, 
los acuerdos y desacuerdos entre un Gari¬ 
baldi que intentaba la conquista de Roma y 
el Gobierno del reino de Italia, que se mos¬ 
traba indeciso, deben medirse a la luz de esta 
circunstancia. Dos sucesos de amplia reso¬ 
nancia europea cooperaron, finalmente, en 
la culminación de la unidad italiana. El pri¬ 
mero de ellos fue la guerra austro-prusiana, 

112 


paso inicial de la etapa agresiva de Bismarck 
para la unificación de Alemania; el apoyo 
ia lia no a Prusía facilitó la cesión de Venecia 
al reino de Italia en los acuerdos de paz. El 
segundo fue otra guerra, esta vez entre Pru- 
sia y Francia, que obligó a Napoleón III a 
recurrir a las tropas acantonadas en Roma v 
evitó, en consecuencia, un choque frontal de 
Italia con sus aliados de la víspera. La en¬ 
trada de las tropas de Víctor Manuel en 
Ro ma se produjo en 1 870# v el rey se instaló 
en la ciudad, que se convirtió en capital. En 
ese mismo período, Garibaldi demostró, una 
vez más. su espíritu generoso de ardiente 
luchador por la libertad al ofrecerá Francia, 
durante la invasión prusiana, la ayuda de sus 
voluntarios. 

Finalizaba una larga marcha hacia la unión 

nuevo estado se daba la forma 
política de una monarquía constitucional. 
Quedaban por resolver, es cierto, numerosos 
problemas económicos V sociales que debe¬ 
rían ser reajustados de acuerdo a las nuevas 
situaciones. Uno de ellos, el más difícil sin 
duda, era el enorme distanciamiento entre 
las formas de vida de J tal i a del norte y el sur 
de la península. 

GARIBALDI DESDE EL 
MUNDO ACTUAL 

Es indudable que Garibaldi brilla con luz 
propia entre los personajes más destacados 
del siglo XIX. Existencia romántica y turbu¬ 
lenta, en continua lucha por ideales que co¬ 
braron mayor íuerza a medida que avanzaba 
el siglo, la personalidad del héroe de dos 













mundos tiene mucho de novelesco. Fue una 
figura inquietante en tiempos de afianza¬ 
miento de la burguesía; un héroe que comba¬ 
tía por la libertad sin fronteras nacionales, 
cuando la política de su ¿poca había optado 
por ceñirse a objetivos muy concretos. Para 
Cavour, por ejemplo, Garibaldi era un sna- 
rino aventurero; un guerrillero que había de¬ 
sarrollado su afición a la idea revolucionaria 
en las llanuras sudamericanas; un hombre 
surgido de la masa popular, incapaz de com¬ 
prenderlos sutiles mecanismos de la política 
en las cancillerías europeas. Algo de esto era 
verdad, puesto que Garibaldi nunca fue buen 
político. Pese a todo, Cavour le admiraba y le 
utilizaba. Muchos historiadores han coinci¬ 
dido en afirmar que ambos se complementa¬ 
ron admirablemente en la difícil tarea de 
realizar la unidad de Italia, aun mante¬ 
niendo enconadas diferencias. 

Varios hombres hicieron posible, no obstan¬ 
te, este proceso hacia la liberación nacional: 
Mazzini, Garibaldi, Cavour. a los que ha\ 
que sumar otro sin cuya presencia la mate¬ 
rialización de los ideales del Risorgimiento 
habría, tal vez, fracasado, y éste fue el rey 
Víctor Manuelli. Porque si la unidad ita¬ 
liana tiene en Mazzini una personalidad 
dramática, que pasea su exilio de un país a 
otro, luchando siempre por mantener vivó el 
ideal republicano, en el entramado histórico 
del Risorgi miento, la figura deslumbrante es, 
claro está, Garibaldi, el combatiente infati¬ 
gable, que lleva consigo más allá del Atlán¬ 
tico el prestigio de las ideas mas claras a la 
filosofía mazzini ana: que la libertad de una 
nación no encuentra su total significado en 
tanto existan otras patrias oprimidas. La 
causa de la unidad italiana, una de las más 
altas expresiones del idealismo político del 
siglo, contó también con un hábil estadista 
como Cavour. Hombre dinámico y tenaz, 
culminó su vida en 1861. con el organismo 
agotado por una extraordinaria tensión, 
pero entreviendo el advenimiento de una 
nueva Italia. Y encontró, asimismo, en la fi¬ 
gura del rey Víctor Manuel, ei hombre que 
supo jugar su papel en e! momento histórico, 
convirtiéndose en cabeza de la revolución 
para la unidad del territorio. 

Garibaldi, cuya vida se extingue en 1882, es 
hombre que no puede reducirse al marco his¬ 
tórico de la unidad italiana. Ideas y acciones 
garibaldinas pertenecen al legado universal, 
puesto que su capacidad para desarrollar, 
sin contradicciones, su amor por la patria 
natal y por la libertad de los pueblos, le !le\ ó 
a luchar en tres países distintos. Algunas de 


las páginas más extraordinarias del Risor¬ 
gi miento fueron escritas por él, pero también 
dejó profunda huella en la historia de la fra¬ 
casada república de Río Grande do Sul, en 
Brasil, v en la defensa del Montevideo liberal 

Ir m . 

en Uruguay, al frente de la Legión italiana. 
Lra, en suma, un convencido intemaciona¬ 
lista en idea y acción, de los que el siglo XIX 
ha brindado grandes ejemplos. Lo demostra¬ 
rían, si otros testimonios no existieran, los 
monumentos y las calles que llevan su nom¬ 
bre, así como la emocionada memoria de su 
figura, en Europa y América. ■ N. M. D. 




rrapos. Rio de Janeiro, i\ 

Alejandro Dianas, 
y a, Bttenois Aires, 196!. 
seppe C-a rabal di. M 
5. 

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bres de la Historia, Buenos Aires, 1970. 

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1966. ‘ -. / 

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tevideo. 196$. 

Pune Renottvin, Historia de las relaciones in¬ 
ternacionales. El siglo XIX, Madrid, ¡964. 



L¡» (Irniirn* PE ASÉE ilr («arihaUli 



Ef periódico reaccionario francés “Le GreloN, publicaba esta 
caricatura de Garibaldi en 1 882. No obstante, ei famoso 
misa roja» había ofrecido generosamente su ayuda a la causa 
francesa durante la invasión prusiana de 1070. 


113 

























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(*La Verdad» t de Murcia , 30-IX- ¡951.) 











































































LOS INFUNDIOS 
DE AYER 

C OMPROBADA la 
inutilidad de las 
confabulaciones v 
complots, urdidos 
más allá de nuestras 
fronteras contra Es¬ 
paña y su Caudillo, 
quedaba siempre a 
disposición de los 
vencidos ese arma in¬ 
noble con polvosa 
rulenta de mentira y 
rencor: el infundio. 
Triturados en el te¬ 
rreno de las realida¬ 
des, nuestros enemi¬ 
gos buscaban el cena¬ 
gal de la calumnia, 
feudo que por dere¬ 
cho les pertenece. 
¿Cuántas veces, «ra¬ 
dias» y periódicos, in¬ 
cluso de aquellos que 
se cubren con clámi¬ 
des de patricios, pu¬ 
sieron en fuga al ge¬ 
neral Franco, y lo de- 


cruzar fronteras. Re¬ 
sultaba más cómodo. 

Podía permanecer en 
España, pero daba 
igual porque la cosa 
no tenía remedio: sus 
días estaban conta¬ 
dos. Enfermedades 
misteriosas, no diag¬ 
nosticadas de un mo¬ 
do concreto, que los 
«bien enterados», 
con informaciones 
directas y confiden¬ 
ciales de médicos 
eminentes llamados 
con urgencia a con¬ 
sulta, sabían entra¬ 
ñaban mucha grave¬ 
dad y a plazo corto. 
Ciertos resonadores 
extranjeros, en cons¬ 
tante impaciencia 
por propagar mias¬ 
mas, dieron mucho 
vuelo a la informa¬ 
ción. 

Ene! verano de 1950, 
en algunas ciudades 
del Norte, el infundio 


jaron por cammos lg- El Generalísimo Franco, fotografiado este verano con el ministro del Ejército, Corrió Como reguero 

de pólvora. Los fra¬ 
guadores de la especie 
no estaban lejos, al otro lado de la 
frontera. Se decía fecha, lugar y 
et nombre del cirujano, para la 


notos en b usca de re 
fugio donde ocultar¬ 
se? Entonces se estimaba como 
la mejor manera para reducir al 
régimen español a escombros, 
describir a su jefe disfrazado y 
errante, hacia el castillo de Irlan¬ 
da, adquirido previsoramente 
como escondrijo ideal para la 
hora de emergencia, o bien en 
vuelo hacia un rancho, allá en 
Patagonia, de cuyas característi¬ 
cas dieron muy cumplida infor¬ 
mación gráfica algunos libelos 
de América. 


LOS INFUNDIOS DE HOY 

Pero como Franco se obstinaba 
en permanecer en España y de¬ 
jaba en ridículo a los inventores 
de sus arriesgadísimas odiseas, 


teniente general Muñoz Grandes. (Foto Laraj. 

se recurrió a un nuevo infundio, 
por el cual no se le imponía a! 
general la penosa obligación de 


S eñ OraS... evitad lodo 

DOLOR 

con el uso del 

CEREBRINO 

MANDRI 

NUNCA PERJUDICA 





H-HaOlM 
























La esposa del Caudillo, doña Carmen Polo, con su hija, doña Carmen Franco, y su nieta 

Carmene íu. (Foto Gyeneg.) 


intervención quirúrgica. Y los 
galenos, designados como jueces 
de garantía. Ante los «bien ente¬ 
rados», resultaba inútil la nega¬ 
tiva formal, denunciándoles que 
habían sido víctimas de un en¬ 
gaño. Le miraban a uno con ojos 
de conmiseración y se decían 
para sus adentros; «¡Si lo sabré 
yo!», 

EL «ENFERMO* REVIVE 

Tres meses después de la pro¬ 
clamación del infun dí o sobre las 
extrañas dolencias de Franco, 
yo, en calidad de cronista, 
acompañaba al general, en su 
viaje a tierras de soberanía en 
Africa hasta Sidt Ifni, El Aaiún y 
Villa Cisneros y después en su 
triunfal recorrido por las islas 
Canarias. Causaba asombro 
contemplar a Franco—a quien, 
aficionados a diagnosticar sobre 
la salud ajena, nos lo habían pre¬ 
sentado como extenuado y so¬ 
metido a riguroso régimen de 
reposo y comida— en la inter¬ 
pretación de un programa capaz 
de rendir a un Hércules. Sin em¬ 
bargo, lo cumplió en su integri¬ 
dad y sin un solo fallo. En pie, 
apenas alboreaba, en incesante 
actividad hasta la madrugada, 
infatigable caminan te bajo el sol 
de los trópicos, siempre lúcido 


en el diálogo, con la atención 
despierta a los problemas que su 
presencia suscitaba. Cinco horas 
seguidas dedicó en El Aaiún al 
examen de los asuntos dei po¬ 
blado, y, en especial, a uno refe¬ 
rente a la explotación de un ya¬ 
cimiento de fosfatos. Otras tan¬ 
tas el día anterior en Sidi Ifni, al 
estudio del porvenir déla locali¬ 
dad. Lo mismo en Villa Cisneros. 
No esquivó visita, acto ni fiesta 
del programa, en el que se había 
llegado ai aprovechamiento in¬ 
tegral no de las catorce horas de 
la jornada, sino de los minutos. 

EL VIAJE A CANARIAS 

Pero con ser abrumadora la ex¬ 
cursión por Africa, mucho más 
fuerte lo fue la de Canarias, 
donde puede decirse, sin que en 
estas palabras haya ni tilde de 
lisonja, que el general file el 
único su perviviente de unos días 
agitados capaces de aplastar al 
más animoso. 

Cien o doscientos kilómetros de 
recorrido por cada una de las 
siete islas, con sus flecos de re¬ 
cepciones, desfiles, audiencias, 
discursos y reuniones con las au¬ 
toridades, banquetes y la consa¬ 
bida fiesta nocturna. Hacía falta 
un temple de acero v una natura¬ 
leza de cuarzo para resistir 


aquel vendaval promovido por 
el entusiasmo y el cariño de un 
pueblo —el más español de los 
españoles— delirante a la visita 
de su caudillo. Sin embargo, 
Franco lo resistió con excelente 
espíritu y una entereza, bien ca¬ 
lificada sí la llamamos legiona¬ 
ria. Siempre recordaré la excur¬ 
sión del último día por las islas 
de Puerteventura y* Lanzarote. 
El número final de la visita a 
ésta lo constituyó una excursión 
al interior para contemplar los 
cultivos de la zona volcánica, 
hasta la infernal Montaña de 
Puegp. Muchos de los acompa¬ 
ñantes se declararon vencidos y 
renunciaron a la expedición, en 
la que se invirtieron más de tres 
horas. 

De regreso en Arrecife, ya de no¬ 
che, hubo recepción en la resi¬ 
dencia de jefes y oficiales. 
Franco les dirigió ía palabra y 
conversó después con unos y 
otros con tal naturalidad y loza¬ 
nía de ánimo, como si en lugar 
de estar en el epílogo de un día 
agobiador, empezara a vivirlo, 
repuesto tras prolongado des¬ 
canso. 

A uno de los personajes más cali- 
licados, de los que figuraba en el 
cortejo, le vi derrumbarse en un 
sillón de la residencia, mientras 
confesaba: 

—El Generalísimo es de hierro. 

UNA NATURALEZA 
PRIVILEGIADA 

La Providencia ha dotado al ge¬ 
neral Franco de una naturaleza 
privilegiada. Lo dicen y repiten 
quienes por vivir cerca de él 
pueden afirmarlo. Uno de ellos 
me refería: 

—La fortaleza del general se 
pone a prueba todos Sos miérco¬ 
les, con ocasión de las audien¬ 
cias, iniciadas a las once de la 
mañana y prolongadas hasta las 
cuatro o cinco de la tarde, sin 
que Franco dé señales de fatiga. 
¿Las cinco de la tarde he dicho? 
Hubo un día en que las concluyó 
a las siete menos cuarto. A esa 
hora, se sentó sencillamente 
para almorzar, sin reflejar la 
menor contrariedad ni cansan¬ 
cio. 

Sobre esta facultad de resisten¬ 
cia, y con noticias y comproba- 


















ESPAÑA 



ciones hechas por el médico del 
Generalísimo, don Vicente Gil 
García, el redactor de «Arriba», 
señor García Serrano, puntuali¬ 
zaba hace pocos meses en una 
crónica, que valía por el mejor 
parte facultativo, la normalidad 
de las pulsaciones del general 
durante una ascensión por la 
sierra de Gredos, efectuada por 
entonces con agilidad y brío 
«amo en los días del asalto a los 


Malmusi y al monte de las Pa¬ 
lomas. 

UNA VIDA DE TRABAJO 

Había terminado la visita a las 
islas, y ya a bordo del crucero 
«Canarias» pensé que el general 
se entregaría complacido al des¬ 
canso. El señor Carrero Blanco 
me sacó de tal error. Franco no 
interrumpió un momento su 
trabajo. Durante la navegación. 


despachaba asuntos,examinaba 
otros, mantenía comunicación 
con Mad' id, y escribía. Una no¬ 
che me hizo el honor de sen¬ 
tarme a su mesa, y comprobé 
que el «menú», frugal, no estaba 
en consonancia con las prescrip¬ 
ciones que prohíben a los hepᬠ
ticos la coli or y los huevos. Por 
lo demás, Franco ha mostrado 
siempre una superior y elegante 
indiferencia por la comida. 

La sobremesa duró hasta la ma¬ 
drugada. El Caudillo es un gran 
conversador, y sea cualquiera el 
tema abordado, lo anima, eleva 
y abrillanta al discurrir sobre él, 
con singulares repentizaciones, 
anécdotas y pinceladas de su 
mucha experiencia y lecturas. 
Se había retirado Franco a su 
camarote, Comentaba yo con el 
infortunado general García Es- 
cámez la incesante actividad del 
Jefe del Estado, y su vigor espiri¬ 
tual mantenido inalterable 
hasta el final del día. El general 
me atajó, jovial: 

—¿Usted cree que se ha ido a 
dormir? No, señor. Ahora leerá 
una o dos horas antes de conci¬ 
liar el sueño. Y luego, eso sí, se 
duerme como un Pepe. 

Una vez pregunté a persona que 
desde hace mucho tiempo tra¬ 
baja cerca de Franco: 

—¿Usted le ha conocido alguna 
vez enfermo ? 

Y me respondió: 

—Yo sé que, en treinta y cinco 
años, desde la herida en la ac¬ 
ción de But, solamente ha guar¬ 
dado cama dos veces: una el año 
1950:1a otra, en 1939, a come 
cuencia de una gripe. Pocos co¬ 
nocen que el mismo día de la 
conquista de Madrid, el Genera¬ 
lísimo se consumía de impa¬ 
ciencias en la cama, con enfado 
de los médicos, que se vieron 
' 1,1 ¡¡gados a imponer su autori¬ 
dad para contenerlo en el lecho. 
Para bien de España y satisfac¬ 
ción y alegría délos españoles, el 
general Franco goza de buena 
salud. Que Dios guarde la vida 
del genera] durante muchos 
años, y no pongamos, como de¬ 
cía León XUI, límite a la divina 
misericordia. 

Joaquín ARRABAS 

(«ABC», 30-IX-1951.) 



Tres meses después de la propagación de tos rumores infundados sobre ia salud del 
(•enera üsimo tranco, visítate éste acunas tierras de soberanía española en Africa y hacia 
un tvctxrido triunfal por tas Islas Canarias. En esta fotografía apareced Jefe del Estado 
español presenciando en Sama Cruz de la Palma un desfile en su honor. (Foto A B C.) 































EL BUEH SINTOMA DE LOS 
DIPLOMATICOS, en Salamanca 


y en Madrid 


t * 


VÜLIOR 


OS quince años de presencia 

L del General Franco en la 
Jefatura del Estado nos 
traen una realidad política difí¬ 
cilmente discutible; su necesidad 
histórica de estar en el Poder. En 
Madrid, donde se habla de polí¬ 
tica tanto como de fútbol, y aqué¬ 
lla tiene también sus «peñas Ma¬ 
riano »,para sorpresa de algún co¬ 
rresponsal extranjero que nos su¬ 
ponía un pueblo atemorizada- 
mente hermético, se concluye —a 
pocas dosis de seren idad y de obje¬ 
tividad que se ponga en la discu¬ 
sión— en esa verdad; Franco está 
actualizado por el giro de los 
acontecimientos mundiales, por 
la impresionante capacidad de 
aguante de sus nervios (siempre 
que los tenga), por la destreza con 
que domina (o doma) a los secto¬ 
res políticos varios del país, por¬ 
que el Movimiento es multicéfalo, 
y Franco obliga a la unificación, 
a la coalición, al esfuerzo común 
en una etapa dificilísima en 
donde lo principal ha venido 
siendo sacar a un pueblo del terri¬ 
ble atolladero en que estaba, y del 
que no ha salido todavía, porque 
quince años de paz interior, de 
tranquilidad pública, son un 
plazo insuficiente para todo lo 
que hay que restablecer, cons¬ 
truir, innovar, crear, reparar. Asi 
era de importante el daño. Quince 
años son, ciertamente, muchos 
para un estadista o para un polí¬ 
tico en el Poder, pero son pocos 
como tarea española de resurgi¬ 
miento o de surgimiento, porque 
estamos creando cosas, incluso 
en la línea de respeto al hombre, 
que nunca han sido, ni cuando 


reinaba Don Felipe II, que, en 
ponderación de Ludwig Pfandl, 

« dominaba no sólo sobre Europa, 
sino sobre medio mundo, y de 
aquella nación de cruzados de la 
cual era él ídolo y señor». El te¬ 
niente general Bermúdez de Cas¬ 
tro escribía ayer un artículo muy 
sagaz en «ABC», manejando al¬ 
guno de los juicios que maneja la 
gente sobre Franco. El primero de 
ellos es imputar sus éxitos a la 
suerte. Casi todos los españoles 
creemos que F ranco es u n hombre 
afortunado. Si esto fuera así, ya 
sería interesante. Quien ha de te¬ 
ner en sus manos importantes ne¬ 
gocios no puede ser un hombre 
desdichado. Pero el teniente gene¬ 
ral Bermúdez de Castro dice: «Yo 
sé (porque he sido testigo) que 
nunca el Caudillo dejó a la suerte 
la resolución de problemas de gue¬ 
rra; los meditó mucho antes, o en 
el momento mismo de las accio¬ 
nes». Esto es verdad. Franco no es 
un improvisador iluminado. Pero 
tiene también suerte. Las dos co¬ 
sas son bastante buenas. 

Después viene aquello de su «di¬ 
plomacia gallega». Este descu¬ 
brimiento que la pequeña historia 
se lo imputa a sir Samuel Hoare, 
parece ya del conocimiento uni¬ 
versal. Franco parece que tiene 
una original manera —la diplo¬ 
macia gallega — de ser\>ir a su país 


L A INGLESA 

^idrrai* <te Cort* v Confección Swie 
m* /amara dr Vw Onlfiwn Kii^rialí 
dad íaranti* * rafiidr* fnvrynn 

par? f-f*n lite lo, i alta futura. 

I j* mfomo ér tf'rT'** 

Gl %1>%LAJVHA. 11 


en las relaciones con los exíranjer 
ros. El teniente general Bermúdez 
de Castro no discute este extremo. 
Dice así en otro párrafo: «Apo¬ 
yado en los españoles, con su ha¬ 
bilidad gallega y su instinto di¬ 
plomático, se ha metido al mundo 
en el bolsillo de la guerrera ». 

Para España es una auténtica ne¬ 
cesidad h istórica. No es un gene¬ 
ral que eche de menos las campa¬ 
ñas, sino que se encuentra a gusto 
en la paz. Pero frente a los peligros 
de una agresión tenemos a uno de 
los generales más prestigiosos del 
mundo como Jefe del Estado. 

Su formación política puede 
promover una circunstancia de 
libertades políticas y económicas 
i mpresc i nd ib les', pero su solidez 
política puede impedir que esas 
libertades sean excesivas y, por 
ello, dañosas. 

En 1951, en fin, por lo que pasa en 
el mundo, y por lo que podría pa¬ 
sar en España, Franco es necesa¬ 
rio. Si olvidáramos, tristemente, 
otras muchas cosas que en el te¬ 
rreno de las dignidades y de los 
afectos individuales nos acercan 
a Franco, estaría esa otra razón 
poderosa del realismo políticoque 
un pueblo no puede desestimar si 
desea permanecer o guardarse. 

En una finca de la provincia de 
Salamanca hace hoy quince años 
que un grupo de caudillos milita¬ 
res ele\ f ara a Francisco Franco a 
la Jefatura de un nuevo Estado. 
Sobre este nuevo Estado ha llo¬ 
vido ya bastante. Un copioso De¬ 
recho lo perfila y lo veteraniza. 
Sobre la íntima peripecia de su 
jefe ha caído hasta ese indecible 
gozo familiar de una nieta, que 
estos días las primeras planas de 
los periódicos han difundido. 
Pero su actualidad de gobernante 
de España es la misma que en 
1936. Los diplomáticos han em¬ 
pezado a venir a Madrid, como 
entraban en Salamanca. Enton¬ 
ces a dialogar con el próximo ven¬ 
cedor de la guerra. Ahora, a con¬ 
venir con quien no ha sido derro¬ 
tado en las últimas batallas polí¬ 
ticas. 

(«Pueblo», 1 -IX- 1951 ) 
























N U 


EVOS MIEMBROS DEL 



DON LUIS CARRERO BLANCO 
Presidencia 



DON FRANCISCO G. DE LLANOS 

Hacienda 












PERDON PARA 

ios sancionados 



LA PETICION, CURSADA POR 
LOS SINOICATOS, FUE HECHA 

suya por el ministro 

SECRETARIO 

Con ocasión dei décimoquín- 
lo aniversario de Su exalíación 
» la Jefatura del Estado, el 
Caudillo ha concedido el perdón 
b los sancionados con motivo 
de las pasadas huelgas. 

I a petición de perdón partió 
de los obreros y empresarios de 
las provincias afectadas por tos 
intentos huelgubticos a través 
de las respectivas Organizado- i 

I ñas sindicales, y fué transmiti¬ 
da por ios delegados sindicales 
cur respondíanles al m i n i stro 
secretario general de! Movi¬ 
miento, quien hizo suya la su¬ 
plica, elevándola al Caudillo. 

i a concesión otorgada hoy 
por el Jefe d.el Estado h¿i sido 
comunicada por «I ministro -e- 
creiario a los delegados sindi¬ 
cales de Barcelona, Navarra, 
Guipúzcoa, Vizcaya y Alava. 
Este perdón otorgado por 
(■raneo comprende ja toiai anu¬ 
lación de las sanciones legales 
que tas autoridades cnmpoien- 
tes se vieron obligarlas a ap[j- | 
car en cuiripluoier«lo estricto { 
de la iey, 

____J 

«Pueblo*. I-X-1951) 


GOBIERNO 



DON GABRIEL ARIAS SALGADO 
Información, Prensa y Turismo 



DON MAN LEI. ARBURUA 
Comercio 



DON ANTONIO ITURMENDI 
BAÑALES Justicia 


(*Ui Verdad », 20-VI1-1951) 


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ESPAÑA 1951 ^ 










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120 








































DICHOSO DE LOS MARQUESES DE VILLAVERDE 



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¿«Fofos», mimbro 740J 

















ESPAÑA 1951 




P LANO de un urgánete so¬ 
nándole la panza, para in¬ 
dicar al espectador lerdo 
que el film se desarrolla en los 
Madriles. Como la pantalla es 
estrecha v no caben en ella todos 
los Madriles, la cámara retrata a 
luí solo Madrid, eligiendo el más 
pobre de todos para que cueste 
baratito. Dentro de este Madrid, 
a mano izquierda, vive una cos¬ 
turera que cose como una desco¬ 
sida. La costurera no ve tres en 
un burro por parte de padre, y el 
populacho de los contornos la 
llama Dioptrita, Plano de varias 
dioptrías, jugando al coro en los 
párpados de la interfecta. Bi¬ 
plano de unas gafas con patillas. 
Triplano de Dioptrita dándose 
un porrazo en la cresta con un 
farol, por ser más cegata que una 
almeja. La miopicie de la chica 
causa espanto entre el elemento 
masculino, pues viendo esta pe¬ 
lícula cualquiera diría que en los 
suburbios nadie ha visto unas 
gafas en su vida. ¡Inhóspitas ba¬ 
rriadas, en las cuales no se han 
difundido aún adelantos tan in¬ 
gentes como la gafa y el catalejo! 
¡Tribus del cinturón madrileño 
que, según el director de este 
film, huyen despavoridos de 
quien lleva gafas como si llevara 
lepra! 

Como el celuloide es largo y el 
asunto corto.se le añade a Diop¬ 
trita una madre pocha, para que 
se muera cuando la cámara 
tenga un rato libre. ¡Valiosísima 
idea para un guión que ya se uti¬ 
lizaba en tiempos de los cartagi¬ 
neses, cuando las películas se 
hacían con placas de mica y las 
cámaras eran de pedernal! 

La pochez de la madre se agu¬ 
diza metro a metro , pues tiene el 


corazón pinchado como un 
neumático y se ie desinfla poco a 
poco. 

MADRE.—Tienes que casarte 
antes de que acabe la película, 
hija, porque a mí me dará un 
tantarantán en el penúltimo ro¬ 
llo. 

DIOPTRITA (secándose las lᬠ
grimas de las gafas),—¿Cómo 
quieres que me case, si estoy chi¬ 
flada por un chulapo que 
atiende por Fortunato? 

MADRE.—Pues si no te quiere, 
cázale con argucias femeninas. 
¿Has píobado a guiñaríe una ga¬ 
fa? 

DIOPTRITA.—Le he guiñado 
las dos. Pero me ha dicho que me 
zurzan. 


MADRE.—¿Y tú qué le contes¬ 
taste? 

DIOPTRITA.—Que me zurciré 
yo misma, pues para algo soy 
costurera. 

Planos de Fortunato por los cua¬ 
tro costados, para que se le vea 
bien la chulez. A Fortunato no le 
gusta Dioptrita ni pun. Planos 
del ni pun. No obstante, la invita 
una noche a la verbena de San 
Belorcio para que el director de 
la película pueda lucirse retra¬ 
tando tiovivos. A la chica, de la 
emoción, se le llenan de lágri¬ 
mas las dioptrías. Para estar un 
poco bella, roba un traje fino en 
la sastrería donde cose. ¡Ances¬ 
tral argumento que, ya en la an¬ 
tigua Grecia, le valió a Sófocles 
el primer pateo de su carrera 
teátrai! Dioptrita se peina, se ce¬ 
rilla los dientes más visibles, y 
ava sus gafas con agua y jabón. 
Ruega a su madre que haga el 
favor de no morirse hasta que 
vuelva de !a parranda y se mar¬ 
cha con Fortunato echando feli¬ 
cidad por todos sus poros. La 
cámara se pone las botas retra- 



m * 




_ r 

r. « rír - nv» i ¿ „ ri* ¿ i 




























tando tiovivos y ti omuertos. 

ano de un churro crudo, tirán¬ 
dose de cabeza a una sartén de 
aceite hirviendo. 

CHURRO (dando grltltos mien¬ 
tras se fríe).— ¡Ay, Jesús!, ¡qué 
calentito está hoy e) baño! 

Plano de una rosquilla, a través 
de cuyo agujero se ve a una mu¬ 
jer cañón escupiendo una bala . 
Panorámica de un «pim-pam- 
pum». Primer plano del «pim». 
Primer plano del «pam». Primer 
plano del «pum». La cámara se 
toma unas copas de anís en un 
aguaducho, y empieza a dar 
tumbos retratándolo todo torci¬ 
do. Gracias a esto, los encuadres 
resultan audacísimos y a los en¬ 
tendidos se les hará la boca 
agua. Temiendo que la cámara 
se emborrache más, el director 
suelta un chaparrón para refres¬ 
carla. Dioptríta y Fortunato 
empiezan a mojarse. Fortunato 
chaquetea, y se marcha co¬ 
rriendo a buscar una gabardina. 
Dioptríta le llama a gritos, pero 
nanai. Plano del nanai. El chico 
es prudente y no quiere acata¬ 
rrarse. La muchacha, mohína, 
vuelve a su casa decepcionada 
con toda la ropa impregnada en 
líquido. Pero las desgracias 
nunca vienen solas: por si la mo¬ 
jadura fuera poco, Dioptríta en¬ 
cuentra a su madre agonizando 
que es un primor. 

MADRE 4 —Como dijiste que no 
me muriese hasta que volvieras, 
te he esperado. 

DIOPTRITA.—Has hecho bien. 
Aguarda a que me quite el traje 
para que se seque, y te traeré 
otra almohada para que te mue¬ 
ras más cómoda. 

MADRE.—; Pif! (Muere). 

DIOPTRITA.—Peor para ti; ya 
no te traigo la almohada. 

La huida de Fortunato, el óbito 
de la mamá, y la mojadura del 
traje, sobre todo, fastidian a la 
costurera. Harta de tanto dis¬ 
gustillo piensa que, para cuatro 
días que vamos a vivir, da lo 




El alcalde de Madrid ha suprimido algunas lineas de 
tranvías para descongestionar las calles que estaban 
congestionadas. A consecuencia de esto se han 
creado nuevas líneas, cuya necesidad se hacía sentir 
ante el clamor del vecindario. Ayer se ha Inaugurado el 
nuevo trayecto del disco 96. Antes la linea partía de la 
calle de Antonio López y pasaba por Gaztambide, 
mientras que ahora comienza en Conde de Peñalver y 
tuerce por Fuentecílla. Al llegar a OI avid e tuerce por 
Santo Domingo, sube por el edificio Capítol, tuerce por 
el séptimo piso, pasa por el «hall»,entra en el cu arto de 
baño, sale por el cuarto de plancha, baja por la terraza, 
entra en el bar y termina en el paseo de los Pontones. 
Enhorabuena. 


(*U Codorniz», 28 X-19S1) 


















— Sí, señora; es una des¬ 
gracia; desde que le a tro pe¬ 
nó la moto, todas las corba¬ 
tas le están grandes. 


(*La Codorniz », 19-VIII-1951) 

mismo vivir tres. Y sale zum¬ 
bando de su casa. 

CAMARA (corriendo detrás de 
ella, cantando con acento ma¬ 
drileño): 

¿Dónde vas con mantón de Ma- 

[nlla? 

¿Dónde vas con el traje Tañé? 
DIOPTRITA: 

A mojarme un poco en la ver- 

[bena 

y a quitarme la vida después. 

CAMARA (corriendo detrás de 
ella mientras la música toca un 
achottis de foqdo) —¡Espera 
mujer! \o hay que tomar las co¬ 
sas por la tremenda. Ai fin y al 
cabo, tu mamó ya estaba muy 
es tropead illa. Y ya encontrarás 
un novio que no haga tantos 
dengues a tu mío pide, 

DIOPTRíTA (corriendo cada 
vez más deprisa, perseguida por 
la cámara). —Es inútil. Yo soy 
muy terca. Y cuando se me mete 
una cosa entre gafa y gafa... 

Después de una carrera tremen¬ 
da, la cámara consigue alcanzar 
a Dioptrita y la sujeta por un 
brazo. ¡Menos mal! Dos buenos 
azotes a la pícamela, y a casita. 
¡Vaya sustoque nos dio la gafo- 

sa! ALVAR-OTE 




«Jardines del Bue(n Retiro) 

Anoche, en su presentación ob¬ 
tuvo un éxito clamotoso e) gran 

humorista 


G 


l_ A 





La Codorniz*, 30-IX-J95i) 


SELECCION DE TEXTOS Y GRAFICOS: FERNANDO LARA Y DIEGO GALAN 






































Historia crítica de la 



E. Miret Magdalena 


y y OY día estamos planteando con ma- 
yor objetividad el lema de la Inqui¬ 
sición española. Ante la escalada 
de violencia que experimenta el mundo ac¬ 
tual, tendemos a juzgar de ese injusto Tri¬ 
bunal siguiendo los estudios que sobre la 
violencia humana se han publicado en el 
campo de la psicología y de la sociología . 
Lo que siempre quedará sin posible justifi¬ 
cación es el problema ético de fottdo de toda 
violencia, y particularmente de la carencia 
de sentido evangélico que ha existido en 
este tipo de Tribunales . 


Juan Antonio Llórente 

Historia crítica 
de la Inquisición en España 

Edidóü ilustrada 



libros Hiperión 


E 


[N torno a lo «sagrado» 

_ frecuentemente surgió, 

a través de la historia, la vio¬ 
lencia como algo unido a 
ello; y particularmente ocu¬ 
rrió esto así en el cristia¬ 
nismo de Occidente. 


Bertránd Russell, con su de¬ 
senfadado lenguaje, dice: 
«Cuanto más intensa ha sido 
la religión de cualquier pe¬ 
ríodo, y más profunda la 

creencia dogmática, mayor 
ha sido la crueldad y peores 
las circunstancias. En las 
llamadas edades de la fe, 
cuando los hombres real¬ 
mente creían en la religión 
cristiana en toda su integri¬ 
dad, existió la Inquisición 
con sus torturas; hubo mu¬ 
chas desdichadas mujeres 

126 


quemadas corno brujas; y 
ocurrieron todo género de 
crueldades practicadas en 
toda clase de gente en nom¬ 
bre de la religión». Y refi¬ 
riéndose a nuestra época 
contemporánea, afirma: «La 
primera guerra mundial fue 
completamente cristiana en 
su origen». Y basa su punto 
de vista crítico en que «los 
tres emperadores eran devo¬ 
tos, e igualmente lo eran los 
ministros más belicosos del 
gabinete inglés» en aquel 
tiempo. 

Si alguno cree que este plan¬ 
teamiento es producto de 
una mentalidad enemiga de 
la religión, y en particular 
contraria al cristianismo por 
venir de un declarado agnós¬ 


tico que es beligerante con¬ 
tra lo religioso, se equivoca. 
Un profundo pensador cris- 
tuano, como Denis de Rou- 
gemont, años después de 
Russell, dijo algo muy pare¬ 
cido en relación con las revo¬ 
luciones violentas. Para él, 
«la idea de revolución es 
coextensiva al mundo in¬ 
fluenciado por el cristia¬ 
nismo», como se deduce de 
su obra «La aventura occi¬ 
dental del hombre», según el 
teólogo católico Leonardo 
Boff. 

El gran antropólogo R. Gi- 
rard publicó en 1972 un es¬ 
tudio decisivo sobre el tema. 
Su obra expresivamente la 
título. «La violencia y lo sa¬ 
grado». Para él, el sacrificio 
V la violencia tienen una re- 


























lación directa de causa a 
efecto; y lo «sagrado» —que 
va siempre un ido a lo sacrifi¬ 
cial— tiene en su centro una 
carga de violencia que 
«constituye su alma», como 
asegura también el teólogo 
español contemporáneo Luis 
Maldonado. Por eso tos etnó¬ 
logos ven en i o «sagrado» la 
unión de dos actitudes que 
usualmente nos parecen 
contrarias, como son la paz y 
la guerra. 

Para estos pensadores de lo 
religioso, eí factor sagrado 
resulta ambiguo. Puede su 
energía orientarse de una 
manera inocua; o desviarse 
hacia una violencia destruc¬ 
tiva. Este es el peligro que 
lleva en sí misma la religión, 
y al mismo tiempo su ven¬ 
taja si es que está bien orien¬ 
tada, porque entonces se 
produce la reabsorción de la 
agresividad que acumula el 
ser humano, dirigiéndola 
proyectivamente sobre algo 
cuya destrucción resulta 
inocua, porque no produce 
ninguna consecuencia cruel 
ni injusta para otros hom¬ 
bres. Lo peligroso está en las 
religiones potentes —como 
el cristianismo—en las que, 
si esa fuerza agresiva no se 
sustituye «sacrificialmente» 
de modo inocuo, se producen 
resultados violentos, como 
vemos, por ejemplo, en la 

historia de Occidente. 

La Inquisición fue uno de es¬ 
tos casos de violencia no ab¬ 
sorbida inocuamente, por¬ 
que desvió su fuerza sacrifi¬ 
cial hacia otros hombres: 
como eran los judíos conver¬ 
sos, los moriscos o como 
—más tarde— lo fueron los 
herejes. Resultó ser una 

fuerza negativa porque fue 
destructiva, ya que su es¬ 
tructura misma de «Tribu¬ 
nal de la Fe» era difícil que 
llevara hacia algo positivo. 
Algunos han querido justifi¬ 
car la Inquisión sociológi¬ 
camente, al atribuir su im¬ 


plantación a las costumbres 
de la época. Si todo tribunal 
—dicen— empleaba enton¬ 
ces la tortura y el castigo fí¬ 
sico, ¿por qué no iba a ha¬ 
cerlo también la Iglesia? Y 
todavía se justifica más si su 
dura actitud —añaden— es¬ 
taba fundamentada en la ob¬ 
tención de consecuencias so¬ 
ciales positivas, como era la 
pretendida unidad religiosa 
y política de la nación, según 
deseaban conseguir los Re¬ 
yes Católicos al implantarla. 
Pero, además, fue implan¬ 
tada a destiempo, cuando en 
Europa había desaparecido 
va este «santo» Tribunal, y 
cada vez se justificaban me¬ 
nos sus procedimientos por 
las costumbres de la época 
modérn 3 

Es un tema de actualidad la 
publicación de la primera 
obra crítica y documentada 
que valientemente escribió y 
publicó en nuestro país, a 
principios del siglo XIX, un 
buen conocedor de la Inqui¬ 
sición y se editó cuando ésta 
daba ya las últimas coletadas 
políticas, porque el catoli¬ 
cismo reaccionario todavía 
quería seguir manteniendo 
este antievangélico Tribu¬ 
nal. La «Historia crítica de 
la Inquisición en España» 
fue redactada por el antiguo 
Secretario General de este 
Tribunal del Santo Oficio, el 
clérigo Juan Antonio Llóren¬ 
te, quien arrostró las fuertes 
iras de los todavía numero¬ 
sos defensores católicos de la 
violencia, y de la coacción re¬ 
ligiosa en nuestro país. Es 
una obra muy completa, y 
casi se podría calificar de 
exhaustiva, porque en cua¬ 
tro tomos ha recogido el ac¬ 
tual editor el texto que se 
publicó en España en 1822 
—tras la edición de 1817 he¬ 
cha en Francia—, con expre¬ 
sivas láminas de la época sa¬ 
cadas de las varias ediciones 
que se hicieron después (en 
1868 y 1870 en España). 


Es esta voluminosa obra un 
centón de datos v comenta- 

V 

rios pertinentes, que intere¬ 
sarán profundamente al lec¬ 
tor de la historia, a pesar de 
contener algunas exagera¬ 
ciones, como en cuanto al 
número de víctimas morta¬ 
les que, según los actuales 
especialistas en la materia, 
no podrían ser las 31.912 que 
dice Llórente. Se ha dicho de 
esta obra que es «un libro de 
consulta, a veces difícil de 
leer por el estilo en que está 
escrito, y porque han pasado 
los años». Yo, sin embargo, 
no lo creo así: precisamente 
por ser un libro de consulta 
se lee con agrado, ya que sus 
variadas y heterogéneas par¬ 
tes se asimilan gustosa¬ 
mente si no tomamos su lec¬ 
tura como la de un relato his¬ 
tórico novelado, a los que tan 
acostumbrados estamos en¬ 
tre nosotros para desgracia 
de la seriedad histórica. Lo 
que quizá sí hubiese sido útil 
es complementar la obra con 
una introducción a la actual 
publicación que transcri¬ 
biese el discurso que pro¬ 
nunció para su ingreso en la 
Academia de la Historia, por 
indicación de Floridablanca, 
el cánónigo Llórente, y que 
se titulaba «Memoria Histó¬ 
rica» (1). 

Espigando en la «Historia 
Crítica», de Llórente, se en¬ 
cuentran multitud de curio¬ 
sos e interesantes datos, es¬ 
maltados de pertinentes ob¬ 
servaciones del discutido ex 
secretario de la Inquisición. 
Por supuesto, que, como se 
trata de una crítica, sola¬ 
mente aporta los datos nega¬ 
tivos; V, quizá, resulta con¬ 
veniente completar eí lector 
la selección negativa que 
hace el autor con algún co¬ 
mentario contrario —aun¬ 
que sean éstos más apasio¬ 
nados quizá que los del pro- 

(1) Llórente, La Inquisición y los es¬ 
pañoles, Ed. Ciencia Nueva, Madrid, 
1967 . 


127 




pió Llórente— como el de 
Menéndez Peiavo que hizo 

ayer, y los de hoy del jesuíta 
padre Bernardino Llorca o 
del más equilibrado de to¬ 
dos, el agustino padre De la 
Pinta Llórente (2). 

Los Papas —a pesar de lo que 
algunos creen— fueron bas¬ 
tante opuestos a la implan¬ 
tación y al funcionamiento 
posterior de la Inquisición 
española. En cuestión de Li¬ 
bros Prohibidos, por ejem¬ 
plo, y a pesar de lo que dice 
Menéndez t’elayo, el rigor de 
algunos tiempos inquisito¬ 
riales fue i nsoportable, de tal 
modo que el propio Papa San 
Pío V —no obstante su dure¬ 
za— tuvo que publicar un 
breve pontificio moderando 
las prohibiciones de nuestro 
Indice inquisitorial, del que 
brotaban excomuniones a 
mansalva, porque nosotros, 
los españoles, hemos sido 
más papistas que el Papa a 
partir del siglo XVI, y no 
permitimos la publicación 
en nuestro suelo de este 
Edicto papel que era más to¬ 
lerante. Había llegado in¬ 
cluso el Inquisidor General 
Valdés a poner entre las 
obras prohibidas «algunas 
obras reputadas no sólo 
como católicas, sino como 
pías y útiles». Y las delacio¬ 
nes calumniosas estaban al 
día, de modo que no escapa¬ 
ron a ellas ni siquiera el fa¬ 
moso arzobispo de Granada, 
fray Hernando de Tal a vera, 
puesto allí después de la 
conquista a los moros de esa 
ciudad, por los mismísimos 
Reves Católicos. Condenada 
lúe también la primera edi¬ 
ción del famoso libro de en¬ 
señanza espiritual, del santo 
español Juan de Avila, titu¬ 
lado «Audi Filia»; así como 
el discutido —pero profun¬ 
damente cristiano—- Cate- 

(2) La Historia de los heterodoxos, 

de Me nartdez Peiavo; y los trabajos so¬ 
bre la Inquisición de los religiosos ci¬ 
tados. 

128 


cismo del arzobispo de Tole¬ 
do, fray Bartolomé de Ca¬ 
rranza; y las populares obras 
del severo fray Luis de Gra¬ 
nada, « De la oración y medi¬ 
tación» y la «Guía de Peca¬ 
dores», en las que se quería 
ver un cierto iluminismo 
místico; del mismo modo 
que lo fueron las «Obras del 
Cristiano», del superior ge¬ 
neral de los jesuítas, San 
Francisco de Borja. Tan de¬ 
sacertada fue esta cascada 
de condenaciones, y tan ina¬ 
decuada aun para aquellos 
tiempos, que la propia Santa 
Teresa se atrevió a confesar: 
«Cuando se quitaron mu¬ 
chos libros de romance que 
no se leyesen , lo sentí mucho, 
porque algunos me daba re¬ 
creación leerlos». 

Los abusos y responsabili¬ 
dad de los censores fueron 
tan drásticos en épocas pos¬ 
teriores, que el severo mora¬ 
lista padre Concina delató a 
las autoridades el fraude 
cometido, contra la cultura y 
la justicia más elementales, 
por los jesuítas con el apoyo 
del Rey Femando VI. En este 
siglo XVIIJ tuvo que inter¬ 
venir nuevamente el Papa 
Benedicto XIVen sentido to¬ 
lerante, aunque no le hicie¬ 
ron caso algunos de los cen¬ 
sores inquisitoriales. Fue la 
Santa Sede la que varias ve¬ 
ces tuvo que intervenir tam¬ 
bién más tarde, con motivo 
de la condenación de los es¬ 
critos del venerable padre 
Palafox, que fue arzobispo de 
México, y que el Vaticano 
vindicó y autorizó sus libros 
a pesar de nuestros inquisi¬ 
dores. 

Son también curiosas las 
alusiones que hace Llórente 
a la persecución inquisito¬ 
rial de aquellas personas y 
casas que tenían desnudos 
artísticos en sus familias, a 
pesar de que en templos, y 
sobre todo en el Vaticano, se 
exhibían desnudos artístico - 
religiosos y esculturas de 


arte sin que produjeran es¬ 
cándalo en nadie. 

¿Es extraño, entonces, que 

—a pesar de los buenos pro¬ 
pósitos del apologista de la 
Inquisición, que fue Menén¬ 
dez Pelayo— debamos con¬ 
fesar que nuestra decadencia 
intelectual proviene en gran 
medida de la represión cul¬ 
tural existente en las épocas 
sometidas a la Inquisición 
española? Así lo asegura el 
nada sospedioso padre De la 
Pinta Llórente cuando dice: 
«Estudiado concienzuda¬ 
mente el problema español, 
para nosotros radican esen¬ 
cialmente las causas de 
nuestra decadencia intelec¬ 
tual en un aspecto: funda¬ 
mentalmente en el dogma¬ 
tismo de las escuelas (teoló¬ 
gicas)... (donde) se momifi¬ 
caban los ingenios, y la de¬ 
fección valía la nota de here¬ 
jía y descrédito, la impopu¬ 
laridad y ¡a Inquisición». Y 
está de acuerdo, este investi¬ 
gador contemporáneo de su 
historia, en subrayar con 
Campomanes que «el abuso 
de las prohibiciones de li¬ 
bros, ordenadas por el Santo 
Oficio, es una de las mayores 
fuentes de ignorancia en 

gran parte de la nación». 

Es cierto que no todos los 

«Indices de libros prohibi¬ 
dos» publicados por la in¬ 
quisición española, exten¬ 
dieron sus censuras a los li¬ 
bros intelectuales —que sin 
duda escapaban por su con¬ 
tenido al corto olfato de la 
menguada cultura de sus di¬ 
rigentes—. Señala por eso 
Menéndez Pe layo que no es¬ 
taban prohibidos en España 
los nombres de Marsilio Fi- 
cino, Campanella, Giordano 
Bruno, Galileo, Descartes, 
Spinoza y otros, que pusie¬ 
ron, no obstante, en guardia 
al propio Santo Oficio ro¬ 
mano, y fueron incluidos 
más o menos severamente 
entre los Übros prohibidos 
por el Indice de Roma. Los 




temas espirituales eran en¬ 
tre nosotros más alérgicos 
que los intelectuales. 
Respecto a la violencia tísica 
y el sometimiento tiránico a 
la autoridad eclesiástica, la 
Inquisición nunca prohibió 
estas actitudes que tan cla¬ 
ramente iban contra la paz o 
contra la independencia de 
que Jesús dio muestras res¬ 
pecto a los poderes profanos. 
Loque nuestros grandes teó¬ 
logos clásicos del siglo XVI 
defendieron, fue luego su¬ 


plantado y frenado por el 
reaccionarismo político - re¬ 
ligioso imperante en la ma¬ 
yoría del clero de comienzos 
del siglo XIX: se permitía 
ahora claramente propug¬ 
nar el regicidio, vindicar el 
poder de los Papas para des¬ 
tronar a los reyes, se conde¬ 
naba toda independencia le¬ 
gítima del poder civil res¬ 
pecto al eclesiástico al que 
debía estar plenamente so¬ 
metido, y se declaraban abu¬ 
sivamente exentos total¬ 


mente de cualquier ordena¬ 
ción ciudadana los bienes 
materiales del clero. Como 
dice descarnadamente Lló¬ 
rente: «La nueva nquisición 
comienza condenando la 
doctrina de que los súbditos 
no son esclavos, ni rebaño de 
bestias que se compran». 

En cuanto a las penas y tor¬ 
turas que imponía la Inqui¬ 
sición, Llórente observa, con 
toda razón, que «son contra¬ 
rias al espíritu de dulzura, 
tolerancia y bondad que el 
divino Fundador ha querido 
imprimir a su Iglesia». Y 
alega multitud de razones, 
extraídas del Evangelio con¬ 
tra toda crueldad de proce¬ 
dimientos: observa, por 
ejemplo, que San Marcos 
dice que cuando habla Jesús 
a «las ovejas perdidas de la 
casa de Israel, no manda a 
los Apóstoles castigarlas». 
Que de la parábola del trigo 
y la cizaña se deduce que «la 
voluntad de Jesús no era que 
se castigase a los herejes du¬ 
rante su vida». Y de San Ma¬ 
teo saca la conclusión de que 
«Jesús sólo aprueba, para la 
conversión de las ovejas des¬ 
carriadas, los medios de 
suavidad inspirados por el 
amor y la bondad». Tam¬ 
poco quería Jesús «que se 
ejerciese ningún rigor contra 
los cismáticos», según se si¬ 
gue de su actitud con los sa- 
maritanos separados total¬ 
mente del judaismo oficial 
en tiempo de Cristo, y que 
eran mal mirados por todo 
judío ortodoxo. 

Sin duda estamos en presen¬ 
cia de un libro necesario en 
los estantes de quien esté in¬ 
teresado por el prob lema de 
la Inquisición, el cual tanto 
ha afectado a nuestra histo¬ 
ria en sus aspectos conser¬ 
vadores y reaccionarios, y 
sin la que no podemos com¬ 
prender muchas cosas que 
han ocurrido en nuestra 
Edad Moderna. ■ E. M. M. 

129 



Portada de la primera edición de la «Historia de ia Inquisición Española», de Juan 

Antonio Llorante. 























Libros recibidos 



EL TRABAJO EN GRECIA Y 
ROMA/ —Claude Mossé. AKAL 
bolsillo. Madrid, 1980. 178 págs. 

LA EXPERIENCIA MISTICA/— 

Aldous Huxley, A. H. Maslow, R. 
Bucke y otros. KAIROS. Barcelo¬ 
na, 1980. 316 págs. 

VACAS, CERDOS, GUERRAS Y 
BRUJAS; LOS ENIGMAS DE LA 
CULTURA. —Marvin Harris. 
ALIANZA EDITORIAL. N.° 755. 
Madrid, 1980. 236 págs. 

EL FUTBOL; MITOS, RITOS Y 
SIMBOLOS. —Vicente Verdú. 
ALIANZA EDITORIAL. N.° 751. 
Madrid, 1980. 208 págs. 

FILOSOFIA DE LA PRA¬ 
XIS. —Adolfo Sánchez Vázquez. 
CRITICA, GRIJALBO. Barcelona, 
1980. 428 págs. 

ENTRE LA REFORMA Y LA RE¬ 
VOLUCION, 1981-1939. Gabriel 
Jackson. CRITICA, GRIJALBO. 
Barcelona, 1980. 434 págs. 


LA MUERTE EN EL ARROZAL, 
30 AÑOS DE GUERRA EN IN¬ 


DOCHINA.— Peter Scholl-Latour. 
PLANETA. Barcelona, 1980. 


318 págs. 


LOS LOCOS Y LOS CUER¬ 
DOS.— R. D. Laíng. CRITICA, 
GRIJALBO. Barcelona, 1980, 
170 págs. 

LA MASONERIA EN LA PALMA 

(1875-1936).—Manuel de Paz 
Sánchez. Editado por el Excmo. 
Cabildo Insular de La Palma. La 
Laguna, Tenerife, 1980.154 págs. 

EDUARDO VIII, HISTORIA DE 
UNA ABDICACION, — Francés 
Donafdson, ARGOS-VERGARA. 
Barcelona, 1980. 252 págs. 

LA OPERA DE LOS FANTAS¬ 
MAS, —Osvaldo Salazar. PREMIO 
CASA DE LAS AME RICAS 1980, 
NOVELA. 174 págs. 

HISTORIA DE UNA BALA DE 

PLATA.- —Enrique Buenaventura. 
PREMIO CASA DE LAS AMER1- 
CAS 1980, TEATRO. 70 págs. 


EL EXTEN SIONISTA ^-Felipe 
Santander. PREMIO CASA DE 
LAS AMERICAS, 1980, TEATRO. 
112 págs. 

DONDE HABITA EL CANGRE¬ 
JO. —Eduardo Langagne. PRE¬ 
MIO CASA DE LAS AME RICAS 
1980, POESIA. 70 págs. 

C1DADE MORTA. —Octavio Al¬ 
fonso. PREMIO CASA DE LAS 
AM ERICAS 1980, POESIA (portu¬ 
gués). 50 págs. 

LA BELIERE CARAIBE. —An¬ 
thony Phelps. PREMIO CASA DE 
LAS AME RICAS 1980, POESIA 
(francés). 132 págs. 

MARACANA, ADEUS.— Edil- 
berto Coutinho. PREMIO CASA 
DE LAS AMERICAS 1980, 
CUENTO (portugués). 136 págs. 

EN LA NOCHE Y EN LA NIE¬ 
BLA. —Raúl Pérez Torres. PRE¬ 
MIO CASA DE LAS AMERICAS 
1980, CUENTO. 70 págs. 


NOTA DE EDITORIAL: En el n.° 77 de TH correspondiente al mes de abril deí presente año, y en su 
página 54, en el trabajo «De Tejero a Pavía», de nuestro colaborador Carlos Sampelayo, se hace refe* 
rencia a don Jaime Torrubi ano y Ripoll «... este último ex sacerdote anticlerical». Nos comunica su 
hijo, don Jaime Torrubiano y Áranda, que si bien la referencia al anticiericalismo de su padre es 
c i erta.no lo es la de que fuera ex sacerdote, es ti mando que la errónea noticia pud ¡era deberse al hecho 
de que su padre hubiera estudiado (doctorándose) Sagrada Teología, en una Universidad de la 

Iglesia. 


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2.550 

3.066 

ASIA Y OCEA NI A . 

1.950 

2.550 

3.546 


130 



















































































EN ESTE NUMERO DE 



C. A. Caranci 




siciliana 



íí-ij 


Escena de «Salvatore Giuliano», de Francesco Rosi.